Diario de León

Día Mundial del Trabajo Social: niños y hombres, también podéis hacerlo

Publicado por
Margarita Alonso Sangregorio
León

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A partir del reconocimiento social de la necesidad de ayudar a quien lo precisa desde instituciones sociales, la práctica de ayudar fuera del ámbito doméstico, a las personas pobres y enfermas de las ciudades industrializadas, e iniciada con buena voluntad por mujeres de clase media y alta, pasa a organizarse con bases racionales, teóricas y metodológicas; logrando, de este modo, profesionalizar la actividad de ayuda social.

Se puede afirmar que la historia del Trabajo Social comienza a finales del siglo XIX, al reconocerse la disciplina y la profesión como forma distinta de ayuda a los necesitados, denominándose, primero, servicio social y después, trabajo social.

Desde aquellos primeros momentos hasta hoy, han transcurrido cerca de 150 años; en los comienzos de la tercera década del siglo XXI, en prácticamente todos los países, existe la figura de la trabajadora social, con un estatus académico que alcanza el doctorado. En este periodo el trabajo social ha pasado por etapas de desarrollo científico y práctico actuando desde diversos paradigmas y escuelas teóricas; hoy, desde sus organizaciones internacionales (FITS) y locales (CGTS), se reconoce y autoafirma y con un papel significativo en la sociedad, un papel configurado y desarrollado desde los valores dignidad, igualdad y libertad.

Desde sus inicios hasta el comienzo de siglo, el mayor cambio experimentado por el trabajo social, ha sido incorporar a su metodología de investigación-acción, junto a los aspectos relacionados con las carencias y los problemas de los individuos, las familias y las estructuras, las fortalezas y los recursos de los propios individuos y de la comunidad de que hace parte.

Hay un elemento interesante en el campo del trabajo social que no ha variado en todos sus años de historia: la escasa presencia de hombres en la profesión o, dicho de otro modo, la sobre-representación de las mujeres, provocando la caracterización de aquel como profesión feminizada. Hablar de feminización y no de sobre-representación de las mujeres, implica una intención que transciende el sexo y se asienta en el constructo género: género femenino como forma o formas de ser, pensar, hacer, interrogarse, reflexionar… por lo que la profesión estaría impregnada por las características asignadas a lo femenino. Si la mujer, y su hacer, es paciente, detallista, emocional, dispensadora de afecto y cuidado; ocupada y preocupada por los otros, por las personas más que por las cosas, primando en ella, la ética del cuidado, lo particular antes que lo general; entonces, llevará estos caracteres a su trabajo intelectual y práctico, realizando una acción feminizada: generadora, constructiva y contenedora. Como personas y en nuestro trabajo profesional queremos ser libres y liberadoras; docentes, educadoras y soñadoras; intelectuales, insólitas y cotidianas; trabajadores de base y directivas; femeninas y feministas…

En principio, esta situación no debería preocupar; no obstante, se problematiza cuando lleva a estudiosos y técnicos a afirmar que dicha feminización ha sido negativa para el estatus del trabajo social y de las profesionales: desvalorización y no reconocimiento social, falta de autonomía y autoridad, marcada por símbolos sin prestigio (cuestionamiento de estructuras, bienestar social de los hombres), escasa relevancia de sus propuestas cargadas de amor maternal; en definitiva, invisibilidad del trabajo realizado por las mujeres. Sin embargo, no he encontrado investigaciones que señalen que la feminización haya sido negativa para los usuarios-clientes de los servicios que prestamos; al contrario, las trabajadoras sociales hemos actuado como profesión encrucijada que contempla y supera la parcialización por áreas o sectores (educación, sanidad, trabajo, cultura, derecho…), situando las necesidades humanas en el marco general de las condiciones de vida y bienestar, como cauce común para evitar la deshumanización que conlleva el tratamiento unilateral de los problemas. El Trabajo Social «promueve el cambio y el desarrollo social, la cohesión social, y el fortalecimiento y la liberación de las personas» ( International Federation of Social Workers, 2014). En España logramos que desapareciese la beneficencia del texto constitucional, hemos influido en la configuración del sistema de servicios sociales como cuarto pilar del bienestar, desde nuestra forma de hacer; hemos promovido la autoayuda y creado o colaborado en crear, una red importante de asociaciones de reivindicación y participación frente a las enfermedades de alzhéimer, párkinson, esclerosis, ludopatías, etc.

Hasta aquí, la celebración del trabajo realizado. Hasta aquí, la alegría de ser mujeres y pensar, trabajar y ser para los otros: para el Otro. Ahora, abramos las puertas, hagamos pasar al hombre, provoquemos la entrada del hombre al trabajo social, acompañémosle en el camino de conocer y reconocerse en la ética del cuidado.

Las niñas y las mujeres están siendo llamadas por instancias públicas y privadas, a las disciplinas y carreras de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, conocidas como STEM. Se alega en la llamada, la importancia social de no perder las capacidades y los talentos femeninos, de este modo, ayudan a niñas a incorporarse a la senda de la ciencia y la tecnología desde el instituto, destinando fondos para fomentar sus aptitudes científicas. Yo convoco, desde estas líneas, a los niños y a los hombres a despertar sus actitudes favorables a la ayuda y al descubrimiento de sus capacidades para la ayuda al Otro. Y convoco a las instancias responsables de la educación, a formar a los estudiantes en las disciplinas y carreras del ámbito de las ciencias sociales, especialmente en las carreras de ayuda social.

No realizo hipótesis respecto al futuro del estatus de la profesión si se incorpora un número significativo de hombres a la actividad del trabajo social, pero sí me sitúo en la utopía del encuentro entre todas y todos, para hallar y desarrollar las mejores formas de organización y justicia social, cuidando unos de otros, desde la «femenina» ética del cuidado (Gilligan): valorando y centrada en la diversidad, el contexto, la particularidad y las relaciones interpersonales, y la «masculina» ética de la justicia (Kohlberg): centrada en las normas o principios universales y abstractos, ética y desarrollo moral que caracteriza al hombre como ser interesado más por las cosas que por las personas pues, como señala Sol Cortés, desde una mirada igualitaria, ambas dinámicas son necesarias en el ejercicio del ser social, ya que fomentar la abstracción es tan importante como promover el desarrollo de la empatía y la sensibilidad. Desarrollar las capacidades para lo abstracto y lo concreto, tanto en hombres como en mujeres, permitirá una relación equilibrada entre individuo y mundo social, sin condicionamientos de género en lo que a la relación con el otro y consigo mismo/a se refiere, afirmando que la biología no es destino.

Niños, hombres: os esperamos. ¡Vosotros también podéis hacerlo!

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