Diario de León
Publicado por
PANCHO PURROY
León

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LAS FOTOS de los paisanos de los pueblos en los años cuarenta enseñan cuerpos enjutos y caras flacas, renegridas, todo ojos, fiel reflejo de una vida austera. Con la dieta de sopas, berzas y legumbres, animada por algún chusco y cacho de tocino, dar con una persona gorda era un milagro. Comerse un pollo o un cabrito por fiestas se deseaba tanto como echar un polvo, eventos ambos difíciles en aquel paisaje de sacrificio y clericalismo. Similar panorama de anatomías fibrosas y rostros angulosos, sin pizca de grasa es el que aparece en las imágenes de los que, maletilla en mano, emigraron a las zonas fabriles de la España industrial o de Alemania, Suiza y Francia, destino del emigrante hambriento. Hoy, un 60 % de la población tiene sobrepeso, y gimnasios, tiendas de dietética, cirujanos, masajistas y nigromantes se ponen las botas intentando rebajar la ola de michelines que inunda la patria hispana. Lo de menos plato y más zapato, se ha quedado en consejo pueblerino, ahora que la comodidad del coche arrasa y el peatón es un guiñapo aterrorizado a bocinazos. El Consejo Médico Británico ha comparado la ingesta de comida basura -fast food- con la dieta tradicional propia de Inglaterra y África negra. Comer alimentos de alta energía hace que engullamos más calorías que las necesarias. La de un ususario de pizzería o Mac Donald equivale a dos veces y media más energía que la propia de un bantú que come sorgo, o una vez y media más que la del inglés que degusta patatas y alubias con carne cocida. Los investigadores concluyen que los usuarios de comida rápida corren riesgo de obesidad, aunque piensen que la ración que tragan es de similar volumen a un plato tradicional y que no se sienten ahitos. La Unión Europea, preocupada por la epidemia de bulimia, ha preparado una red de ayuda (www.salut-ed.org) para que los comedores compulsivos controlen el apetito. Consultar la pantalla es menos vergonzoso que declarar la glotonería ante el doctor.

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