Diario de León

Las familias atendidas en los puntos de encuentro regionales aumentaron un 15,3% en tres años, hasta llegar a 1.821 en 2012

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Ical

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Los puntos de encuentro familiar de Castilla y León atendieron el año pasado a 1.821 familias y a 2.571 menores, una cifra que no ha parado de crecer en los últimos años, con un incremento de las familias que utilizaron este servicio del 15,33 por ciento desde 2009 y del 17,18 por ciento de los niños y adolescentes, según informaron fuentes de la Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades. Además, en 2012 este servicio realizó 112.240 intervenciones, un 15,87 por ciento más que cuatro años antes.

Marisa Sacristán, la presidenta de Aprome, la entidad sin ánimo de lucro que gestiona este programa desde 1994 con el apoyo económico de Familia (1,1 millones este año) y del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, explicó que esa continua subida de la demanda obedece por una parte a que la red de centros se ha ido ampliando para poder atender a todas las familias que lo necesitan (actualmente hay 16 en toda la Comunidad) y, por otra, al aumento en los últimos años de las separaciones matrimoniales.

Al respecto, comentó que aproximadamente la mitad de los casos que llegan a los puntos de encuentro son derivados por los juzgados de Familia o de Primera Instancia (rupturas conflictivas de matrimonios), otro 30 por ciento son decididos por los juzgados de Violencia contra la Mujer (denuncias de malos tratos) y un 20 por ciento por los de protección de la infancia. Además, señaló que hay un pequeño porcentaje, «escasamente un uno por ciento», en el que se inicia este proceso de mutuo acuerdo entre los dos progenitores.

En concreto, según los datos recabados por Familia, el 32,62 por ciento de las familias atendidas el año pasado, 594, fueron por casos de violencia de género, de las que 187 entraron en 2012 en este programa, mientras que el 23 por ciento, 418, se debió a medidas de protección a la infancia, con 199 nuevas el pasado ejercicio.

Sacristán explicó que la problemática a la que se enfrentan es muy diferente y que, tras estudiar cada caso, los profesionales diseñan un plan de actuación individualizado con el objetivo de facilitar el encuentro de los menores con sus progenitores, aunque en ocasiones también se hace con otros familiares como abuelos o hermanos, garantizando su seguridad y siguiendo lo establecido por el juez.

«La idea es evitar el conflicto con una intervención profesional temporal y que en dos años, que es lo que establece la ley como máximo, no necesiten esa ayuda», señaló, indicando que el foco se pone en el menor con «todas las dificultades que eso tiene porque muchas veces no es fácil discernir qué es lo realmente le interesa a corto, a medio y a largo plazo. «Siempre hay que garantizar que la relación con sus progenitores tenga un futuro, cuando el niño sea un adulto decidirá por sí mismo el tipo de relación que quiere tener, pero para eso necesita mantenerla», remarcó.

La presidenta de Aprome detalló que las actuaciones en los puntos de encuentro son de diverso tipo. Por una parte, hay visitas dentro de los centros de un máximo de dos horas y que pueden ser supervisadas, es decir, que en todo momento hay un profesional con la familia, o no tuteladas, en las que la familia está sola y «como si estuviera en su casa». Además, también se organizan visitas fuera, que pueden ser de varias horas, de un día entero o de fin de semana, en las que los profesionales sirven de apoyo en la entrega y recogida del menor para evitar que los padres tengan que verse si no tienen una buena relación.

Por último, se diseñan intervenciones informativas y de orientación a los progenitores, indicándoles pautas de comportamiento que deben mejorar para que al final puedan actuar con normalidad en su domicilio y no tengan que recurrir a este recurso.

Actuaciones

En general, explicó Sacristán, en los centros se comprueba si los niños vienen limpios o sucios, si llegan contentos o si expresan algún malestar durante la visita. Luego, indicó que la actuación es diferente dependiendo de su problemática concreta. Así, si la familia llega por temas de protección a la infancia, lo normal es que hay un problema de atención con los dos progenitores y que ninguno ostente la guardia y custodia. «Generalmente hay más visitas dentro de los centros porque hay más problemas en las habilidades de crianza o no tienen hogares adecuados», indicó, señalando que «cuando hay abusos sexuales es mucho más duro». En estos casos, explicó que el juez establece un régimen de visitas mientras se juzga si ha existido delito «con garantías hacia el menor y para evitar una carencia en la relación si luego se sobresee la causa».

Luego, en los casos de violencia de género, indicó que «el mayor problema es para la víctima» porque a veces la relación del agresor con los hijos en buena y se ha mantenido hasta el último momento. «Aquí hay que cuidar más que no haya ninguna incidencia y garantizar la seguridad de la víctima y de los niños, pero la relación de inicio suele ser muy fluida con los dos padres», comentó.

La presidenta de Aprome remarcó que, aunque a priori se pueda pensar que estos casos son los más complicados, en ocasiones también lo son mucho las separaciones, sobre todo si los menores no tienen relación desde hace mucho tiempo con uno de los padres.

Sacristán comentó además que la intervención también es «muy diferente dependiendo de la edad de los niños» porque, si son bebés, «tienes que fijarte en sus gestos, su tranquilidad, en si vienen dormidos o no», mientras que «con adolescentes es una problemática distinta porque la relación con los progenitores puede mezclarse con los problemas propios de la adolescencia» y hay que esclarecer realmente qué hay por detrás. Incluso, indicó que si hay dos hermanos o más, cada uno puede tener «una forma diferente de afrontar la situación».

Tras dedicarse a esta tarea durante los últimos 18 años, la responsable de Aprome reconoció que es «un trabajo muy agridulce». «A veces disfrutas muchísimo porque ves a los niños felices y eso es muy gratificante, pero cuando les ves sufrir es muy doloroso, y todos los días hay un poco de cada», relató la presidenta de Aprome. «Es inevitable llevarte el problema a casa porque ver sufrir a un niño no le deja indiferente a nadie, pero cuando luego ves que se soluciona es una gran alegría», continuó Sacristán, quien comentó que, al sopesar «los pros y los contras», la conclusión es que «merece la pena».

Así, comenta con orgullo que algunos niños les siguen visitando cuando son adultos e incluso algunos han estado luego en algún punto de encuentro como voluntarios, y que ha ido a varias bodas. «Es muy gratificante ver que ha merecido la pena para ellos el esfuerzo que realizamos en su día», concluyó.

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