Diario de León
Publicado por
RAFAEL SARAVIA
León

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Pocas veces me paro a manifestar el respeto profundo que le tengo a mi profesión. La labor de las bibliotecas en mi formación vital ha sido eso que llamó Borges «Oasis del conocimiento». Además de haber sido un usuario con la necesidad de acceso público y gratuito a la libertad que ofrece el conocimiento, llevo más de una década aportando ese pequeño granito de arena que convierte la biblioteca de barrio en un lugar de oportunidad para aquel que quiere descubrir y contrastar sin la necesidad de gastar.

Pero hoy, tan sólo dos días después del aniversario de la muerte de una de las fundadoras de la red de bibliotecas modernas de nuestro país, quiero homenajear la sufrida y heroica trayectoria de una mujer que contribuyó a democratizar el acceso al conocimiento de nuestro país. Hablemos de ella.

María nació con el siglo XX. Sus padres, de clase media, supieron de la importancia de una educación para generar personas independientes y reflexivas, y pudieron conceder a María y sus hermanos educación reglada a través de la Institución Libre de Enseñanza. María sin duda aprovechó con excelencia esa oportunidad siendo una alumna brillante hasta finalizar sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza. Según los terminó, ingresó por oposición al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arquéologos.

Su vida, al casarse con un profesor de Física, se modeló en el reconocimiento mutuo de ambos a favor del conocimiento. Con la salvedad de que ella, mujer, en una España sin duda machista, tuvo que ejercer de heroína y además su vocación como generadora de movimientos culturales que nacían con la II República. María trabajaba en el archivo de la delegación de Hacienda de Valencia; cría a sus dos hijos y saca tiempo para dar clases y ejercer como directiva de la Escuela Cossío. Por si esto fuera poco, desarrolló con una destreza sin precedentes un plan para organizar las bibliotecas rurales, escribiendo un manual que a día de hoy sigue siendo tremendamente interesante.

Con la Guerra Civil vinieron las represalias. Tuvo que dejar la Biblioteca Universitaria de Valencia, e incluso la dirección de la Oficina de Adquisición y Cambio Internacional de Publicaciones perteneciente al consejo Central de archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico.

A mediados de la década de los 40 se instala en Madrid y, con los hijos criados y separada físicamente de su marido buena parte de la semana (él trabajaba en Salamanca), es cuando empieza a desarrollar una labor que a día de hoy sigue sin estar del todo reconocida. Después de su trabajo comienza, con papel y lápiz, registro a registro, a conformar uno de los diccionarios más completos y más accesibles de la historia de nuestra Lengua. Muchos de ustedes ya sabrán de quien hablamos, María Moliner. Esa mujer que cambió el sentido de nuestra lengua y que la Real Academia no quiso admitir por mujer. Hoy sabemos que quien perdió fue la academia, ella no necesitaba algo que ya tenía: Un hueco en la historia de nuestro idioma.

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