Diario de León

El sexo del castellano

El académico Salvador Ordóñez repasa los ‘puntos calientes’ del lenguaje de género.

Una estudiante universitaria durante una concentración de la primera huelga general feminista. ENRIC FONTCUBERTA

Una estudiante universitaria durante una concentración de la primera huelga general feminista. ENRIC FONTCUBERTA

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cristina fanjul | león

«Están pasando las dos cosas. Por un lado, al cambiar la sociedad, se modifica la realidad lingüística y, por otro, la sociedad se va adecuando a las nuevas formas del lenguaje». El catedrático y académico de la Lengua Salvador Gutiérrez destaca que el sexismo afecta a los usos machistas del lenguaje y también afectaba los diccionarios. Como ejemplo, el catedrático explica que en el primer Diccionario de la Real Academia, la letra ‘A’ se explicaba como el sonido que emitía el hombre al nacer, «no así la hembra». «Esos resabios ideológicos han ido eliminándose poco a poco», defiende. El académico hace referencia a las palabras referidas a profesiones, uno de los caballos de batalla del lenguaje denominado sexista. «Antes, predominaban términos masculinos porque designaban profesiones que sólo ocupaban los hombres». Se trata de los conocidos como ortónimos. Sin embargo, su uso va cambiando cuando la mujer accede a estos puestos de trabajo. «Es entonces cuando comienza a aparecer la posibilidad de designarlas», explica Gutiérrez Ordóñez, que precisa que en un primer momento se optó por el género común: «Se decía el y la diputado», precisa el académico, que añade que fue años después cuando se dio luz verde al género distintivo. «El sistema de la lengua permite crear estos femeninos. A veces, el problema no reside en la lengua, sino que son los prejuicios y resistencias sociales los que tratan de impedirlos», explica. Como ejemplo, Salvador Gutiérrez pone el caso del Ejército, donde la propia normativa prohíbe la feminización de las palabras. «No se dice sargenta, ni caba, ni coronela», destaca.

La parturiente

Y es que el lenguaje siempre ha sido más permeable a los cambios que la propia sociedad. De hecho, durante la Edad Media, había palabras que designaban trabajos femeninos, como parturienta, cuyo uso correcto era ‘la parturiente’. «De la misma manera, se decía la infante, o la regente». Para Salvador Gutiérrez, problema diferente son los femeninos que van en contra del sistema. «Es el caso de portavoz. ‘Voz’ es una palabra femenina, con lo que decir ‘portavoza’ va en contra del sistema», declara el catedrático. Gutiérrez Ordóñez marca la diferencia entre sistema y norma. «Un lingüista tiene que situarse en el sistema porque es un conjunto de posibilidades y de reglas que ordenan el uso y que son muy difíciles de modificar», subraya. El catedrático admite que en la RAE hay académicos defensores a ultranza de la norma, mientras que los filólogos son más permeables al cauce que marcan los cambios sociales. «Verá, en la universidad estudiábamos una obra del siglo IV, el Appendix Probi , en el que el autor defendía el uso ‘correcto’ de 250 palabras latinas frente a su vulgarización romance. Pues bien, casi todas las formas del latín vulgar triunfaron en las lenguas romances, con lo que los lingüistas estamos vacunados. La lengua va en continuo movimiento. Se puede encauzar, pero no parar», defiende Salvador Gutiérrez, que considera que, por lo tanto, la Real Academia no puede convertirse en una Inquisición.

En cualquier caso, hay palabras en las que la feminización es posible pero cuya ‘dualización’ resulta complicada. Como ejemplo, Salvador Gutiérrez echa mano de ‘miembra’. «Los sustantivos que definen individualidad tienen, en femenino, una connotación negativa», explica el académico, que pone como ejemplo ‘tipa’ o ‘fulana’. «Somos los hablantes los que marcamos las tendencias de la lengua», incide, para precisar una diferenciación que rara vez se hacen los hablantes: el sexismo de lengua y el sexismo de discurso.

Éste último define las manifestaciones lingüísticas sexistas de las cuales no es culpable la lengua. Es el caso de frases desafortunadas e intencionadamente machistas, como ‘No lo hace mal para ser mujer’, que solo se consiguen erradicar con un cambio ideológico, con educación. «Aquí, el léxico no tiene nada que ver», explica. Salvador Gutiérrez se refiere también a colectivos que se sienten «humillados» o «minusvalorados» por asociaciones o ejemplos que aparecen en el Diccionario. «Recuerdo unos panaderos que se presentaron en la Academia quejándose de que en el DRAE aparecía un refrán que decía ‘Pan con pan, comida de tontos’. Resultó que solo había figurado hasta 1951. También el Parlamento de la Xunta Galicia pidió a la Academia que se eliminara cierta acepción peyorativa de gallego que se usaba en algunos países de América.

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