Diario de León

Un año sin el maestro Zurdo

Primer aniversario de la muerte del leonés que salvó las vidrieras de la Catedral

El artista leonés Luis García Zurdo. MARCIANO PÉREZ

El artista leonés Luis García Zurdo. MARCIANO PÉREZ

León

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Hoy se cumple un año de la muestre del maestro Luis García Zurdo. Su fallecimiento fue un desgarro más del año pandémico, pero su huella, tanto entre sus seguidores como entre sus colegas, permanece intacta. La muerte, un tema del que nunca quería hablar, sorprendió a García Zurdo, un artista que jamás se jubiló. Hombre generoso y afable, solía saldar con una sonrisa los reveses personales y profesionales. Era didáctico, pero no demoledor. Pensaba que el éxito era alcanzar la serenidad. Le dolía que la piqueta acabara con edificios singulares para construir un León anodino.

No era solo un gran vitralista. «Si no eres un pintor preparado no puedes hacer vidriera», argumenta. Para acercarse a este «maestro», que odiaba profundamente que se lo llamaran, había que asimilar a la perfección que la vidriera no es más que una forma de pintura, que a él le permitía aprovechar los recursos de la luz.

Restaurador durante décadas de las vidrieras de la Catedral de León y autor de decenas de vitrales en edificios religiosos y públicos de media España, guardaba minuciosamente en su casona de la ribera del Torío dibujos de todas ellas, a escala 1:1.

García Zurdo, al que le marcaron profundamente los años que pasó en una Alemania que aún no había restañado las heridas de la Segunda Guerra Mundial y donde fue discípulo del gran Josef Oberberger, consideraba que «el arte tiene que ser total. «Unas veces más figurativo, otras más colorista, según el momento, pero la expresividad es lo fundamental», argumentaba.

Tras acabar los estudios de Bellas Artes en España sus maestros germánicos le dieron una visión completamente diferente. «Tienes que conocer todas las técnicas», repetía, como le habían inculcado. Cada vez que se veía obligado a hablar de sí mismo se disculpaba, quizá por eso no entendía a los colegas que ambicionaban tener una fundación para velar por su legado. A uno de ellos, que le preguntó qué hacía si no con su obra, le aconsejó: «Quémala».

No renegaba de los encargos, siempre y cuando tuviera plena libertad creativa. Lo que le gusta era que le plantearan retos. Era un artista ávido de conocimientos, apasionado de la historia y el patrimonio y perfeccionista hasta la extenuación.

Cuando se embarca en un proyecto, necesitaba encontrar la nobleza plástica, «que no sea un caramelo complaciente», decía.

Con Diario de León mantuvo una estrecha colaboración. Diseñó una ‘D’ como logotipo del centenario de este periódico, que se celebró en 2006. Asimismo es autor de la vidriera que se entrega al ganador del Premio al Desarrollo Social y los Valores Humanos que anualmente otorga el Diario.

La Universidad de León le nombraba Doctor Honoris Causa en 2018; y al año siguiente, El Albéitar albergó una gran retrospectiva de este genio que se formó en Munich en la época en la que al país germánico solo viajaba obra de mano barata. Allí aprendió la racionalidad, por eso siempre anticipaba la solución a cada problema.

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