Diario de León

«De ser rico, no habría estudiado»

León

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Todo lo que «toca» lo convierte en éxito. Es, sin duda, uno de los escritores con la carrera más brillante y meteórica de los últimos años. Juan Manuel de Prada, nacido accidentalmente en Baracaldo hace 33 años y zamorano de pro, pasó ayer por León dentro de la «gira» promocional de su novela La vida invisible. Se muerde constantemente las uñas, le encanta comer y se define a sí mismo como «feo, católico y sentimental». Libro que escribe, premio que gana. -¿Cuándo dejó de ser un escritor prometedor para ser un consagrado? -No sé si fui prometedor y si alguna vez seré consagrado. Aunque mis lectores sí perciben que he sido un escritor que ha venido para quedarse. La percepción de los destinatarios es lo que te hace subir peldaños, que no eres flor de un día ni un invento editorial, sino que pones tu vida en lo que haces. -¿Qué hay de Juan Manuel de Prada en Alejandro Losada, el protagonista de «La vida invisible»? -Hay bastante más que la historia o su peripecia. Hay mucho de mí en los asuntos morales del libro. También en la mirada sombría y desasosegada del protagonista, y una cierta insatisfacción con el puro bienestar material que nos ofrece la sociedad. En el protagonista hay una transformación desde la vida plácida y burguesa hacia una catarsis espiritual; cosas que también yo las he vivido. Sufrí el asedio de una admiradora, conozco Estados Unidos (igual que Losada)... pero no quiere decir que lo que cuento me haya ocurrido a mí. -¿Le dio a usted más vergüenza titular un libro «Coños» o a sus lectores perdirlo en las librerías? -No me dio vergüenza. Era el único título posible para un libro homenaje a Senos, de Gómez de la Serna. Les dio vergüenza a algunos lectores y otros creyeron que era un libro para leer con una sola mano y, desde luego, éstos se quedaron muy chasqueados. -¿Qué hizo con los 50 «kilos» del Planeta? -Con la mitad, que es lo que queda tras el sableo de Hacienda, me «medio compré» un piso en Madrid. -¿El País Vasco no le inspira y ha tenido que ir a Chicago para ambientar su última novela? -Nací por accidente en Baracaldo, pero siempre he vivido en Zamora, de la que siempre hablo; también, en La vida invisible, donde la desgino como la ciudad levítica. -¿De niño también quería ser escritor? -Siempre he querido ser escritor, incluso cuando no sabía en qué consistía. Desde niño me sentía un poco patito feo y de esa necesidad de ostracismo nació mi voluntad de expresar mi rechazo a la sociedad y mi necesidad de contar otras vidas. -¿Por qué estudió Derecho si nunca ha ejercido? -Porque no quería estudiar literatura, sino vivirla. Tenía la idea desmesurada de que el academicismo puede matar la vocación. Fui a Derecho porque era el cajón de sastre donde van los que no saben qué hacer. Si hubiera sido rico, no habría estudiado nada. -¿Cree en la Justicia? -En la justicia poética. Siempre creo que quien miente, al final, es delatado en su mentira. También creo en la justicia divina. En la humana, menos. -¿Dónde busca la felicidad? -En la creación de un ámbito hospitalario, que centro en mi familia y en unos pocos amigos. En querer y ser querido por unas pocas personas, que me han demostrado que me quieren. La literatura nunca da la felicidad, sino que es una fuente continua de desazón. -¿Le interesa más la historia o cómo está contada? -Es una distinción falsa. Un escritor cuenta una historia que está exigida por la materia que narra. Siempre hablo de un mundo sombrío, donde la turbiedad y la sordidez están presentes, por eso el estilo es la respiración de la escritura. Si tu mundo está herido, es normal que el estilo sea bronco. -Nunca escribiría de... -No me impongo limitaciones. El escritor tiene que hablar de las preocupaciones que le surgen en contacto con su tiempo. No creo que haya temas indignos. -Su novela trata sobre la culpa, ¿acaso quiere remover conciencias? -No exactamente, sino mostrar que en la sociedad contemporánea hemos extraviado el sentido de la responsabilidad de nuestros actos. Es un relativismo moral inaceptable. -¿De qué se ríe? -De todo. Sobre todo, de las convenciones sociales. De cómo se nos suministra doctrina bajo la apariencia de información intachable. El escritor debe señalar estos males contemporáneos. -Si sus libros los hubiera escrito una mujer, ¿cree que habrían tenido el mismo éxito? -Mucho más. Las mujeres tienen más público, porque hay más mujeres lectoras y en la literatura hay un componente identificativo. Es mi mirada masculina lo que me puede restar un público mayoritario. .

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