Diario de León

Castaño abre de nuevo la puerta grande del Parque gracias a su voluntad y a la eficacia con los aceros

Dos no se pelean si uno no quiere

Eugenio de Mora y Rui Fernandes se estrellan contra un encierro imposible de Castillejo de Huebra

Rui Fernandes se lució con su primero, y se estrelló con el cuarto

Rui Fernandes se lució con su primero, y se estrelló con el cuarto

León

Creado:

Actualizado:

Ayer sí que se agradeció la cubierta de la plaza de toros, cuando los espectadores acudieron al recuperado festejo de San Froilán bajo un auténtico diluvio. Dentro les esperaba un asiento seco, y casi tres horas de toreo con más sombras que luces, la verdad. Los astados de Castillejo de Huebra tuvieron la mayor parte de la culpa de lo negativo del festejo, no dieron buen juego y si bien no mostraron excesivo peligro tampoco se lo pusieron fácil a los toreros. Aun así los tres actuantes tocaron pelo, y Javier Castaño abrió una vez más la puerta grande del Parque. Su forma de rematar las faenas, con una rotunda estocada al primero, aunque tardó en morir, y media que hizo rodar sin puntilla al último de la tarde, hicieron salir los pañuelos en los tendidos ralos de público. El torero leonés se estiró con el capote en el primero, y brindó al público antes de iniciar de rodillas con decisión la faena a un deslucido toro. Lo intentó por el pitón izquierdo, pero pasaba con la cara alta y se quedaba en medio de la suerte. Trazó una faena imposible, tratando de provocar a un toro parado y sorteando los arreones defensivos. Un toma y daca que culminó de nuevo con adornos de rodillas, antes de entrar a matar son resolución. Dejó el estoque arriba, pero el toro tardó en morir. No quiso arriesgarse con el descabello. Cuando se abrió de capote con el sexto la tarde se hundía en un pozo de desilusión y aburrimiento, y habían transcurrido ya más de dos horas de festejo. El toro salió rematando en los burladeros y tomó un larguísimo puyazo, pero ahí quedó su colaboración. No logró Castaño acoplarse con un toro que no humilló nunca, y realizó un trasteo basado en la mano izquierda en la que los naturales salieron de uno en uno, sin que llegara a confiarse el diestro. Deslucidísimo el toro, no le permitió ni el arrimón. Pero mató con espectacularidad y el público exigió con griterío las dos orejas. Eugenio de Mora tuvo en su primero al toro quizá más colaborador de los de la ganadería que al final fue la titular. No le dejó lucirse con el capote y empujó con genio al caballo, hasta derribarle tras atraparle contra las tablas. Intentó llevar la embestida sorteando las tarascadas del toro, que topaba defendiéndose; haciendo gala de su toreo poderoso para poderle y atemperar su incómoda embestida. No hubo en ningún momento reposo, pero el trasteo tuvo el mérito de no dejarse topar los engaños. Por el izquierdo tenía aún menos que ofrecer el astado. En el que hizo quinto tampoco pudo lucirse. Tuvo enfrente a un toro deslucido, andarín, con la cara a media altura y sin rematar el viaje por el izquierdo; y también con sólo medio pase, gazapón y sin humillar cuando lo intentó por el otro pitón. La faena resultó un corretear por el ruedo sin lucimiento ni emoción, desentendido el toro y sin comprometerse el diestro. Transcurrido un tiempo prudencial de insulsos pases, se fue por la espada. El rejoneador Rui Fernandes tuvo la cara y la cruz en el juego de sus enemigos. Al que abrió plaza le realizó una faena templada y meritoria, con un toro que siguió incansable las cabalgaduras, con tanta fijeza como nobleza. El portugués ya lo enceló suavemente de salida, citó cabalgando a dos pistas y cambiando el viaje por dentro y clavó con certeza las banderillas, toreando con el caballo entre la ejecución de los pares. Aprovechó la pronta arrancada del animal y fue variado en las suertes, especialmente en las banderillas al quiebro. El cuarto se desentendió ya de salida de los caballos, aunque siguió los engaños de los subalternos. Pero el jinete parecía invisible para un toro que sólo se movió para buscar la salida barbeando tablas. Huyó, coceó, se dolió en rejones de castigo y banderillas e hizo sudar cada cite al rejoneador, que aunque voluntarioso no pudo hacer más que justificarse en una tediosa faena. No sólo no embestía sino que, cuando lograba acercarse el caballero, echaba la cara arriba entorpeciendo el embroque. Tuvo mérito el trasteo, incluso logró clavar al violín y un par de rosas, pero el toro no estaba para florituras y la cabalgadura resultó alcanzada. Entró a matar muy cerrado y de nuevo pagó el caballo, pero confiado el portugués descabalgó con rapidez y dejó a su montura a merced del toro. Resultó cogido el caballo y el público le afeó el gesto.

tracking