Diario de León

Reportaje | e. gancedo

«Ante tanta destrucción, yo persigo la creación»

Gregorio Fernández Castañón presenta hoy su libro «Ríos de pasión y fuego»

La presentación de hoy aunará música, imagen y literatura.

La presentación de hoy aunará música, imagen y literatura.

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León

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«Ahora todo es virtual, todo se pasa a Internet. Pero intenta pasar esto...». Obviamente, resulta imposible. Ríos de pasión y fuego , el nuevo libro del escritor (y editor-artesano) Gregorio Fernández Castañón, que hoy se presenta en Caja España, se deja sentir, disfrutar y acariciar merced a una edición singularísima y llena de sorpresas que se suma a la bien nutrida lista de joyas bibliográficas que ha venido brindando al público el autor de Otero de Curueño.

El famoso mosaico romano de Hylas y las ninfas preside la portada, pero también en ella puede el lector palpar un fragmento de cerámica de Jiménez de Jamuz, sugerente anticipo de los atractivos que atesora el volumen. Dentro, un pergamino (sí, de piel), una pluma y un trébol de cuatro hojas (reales, auténticos) son algunos de los «regalos» que ilustran las páginas y que otorgan un inédito relieve a este conjunto de cuentos junto a un asombrosamente logrado Calendario Isidoriano, obra del artista leonés Cartujo.

Se trata de la última entrega de la «trilogía leonesa» que comenzó con El León de mi tejado y prosiguió con Sangre de roble , un nuevo esfuerzo de este escritor por alumbrar una obra «diferente, especial», comenta, y que se parece más a un códice miniado que a una edición al uso. En todo caso, aúna literatura con arte, historia y tradición.

Pero tampoco quiere Fernández Castañón que la atención se centre exclusivamente en las originales ilustraciones, pergaminos, objetos y grabados que adornan un libro «de estilo muy romano, pero también muy celta»; ante todo, «muy leonés». Y, por ello, explica que los auténticos protagonistas de estos cuentos son los paisajes leoneses: «Los de la Cabrera, el valle del Silencio, Compludo, y el entorno de León, hasta llegar a Valderas». Las escenas de tradición, fiesta o cotidianeidad que el autor presenció en sus viajes están recreadas en unos relatos en los que el guiño humano y cómplice, el detalle histórico y el cariño a la tierra no están ausentes.

Desunión leonesa. Fernández Castañón ha aprendido mucho de nuestras tierras y gentes, pero al mismo tiempo deplora actitudes como la ignorancia o la desidia hacia nuestra historia: «Tenemos un abundante patrimonio histórico y monumental, pero lo dejamos caer; vemos piedras que no sabemos ni lo que fueron, ni quién habitó en ellas; hablo de Cipriano de la Huerga, que vivió en el fastuoso monasterio de San Esteban de Nogales, y la gente sólo sabe de él que da nombre a una calle; incluso me han preguntado por el mosaico de Hylas de la portada, nunca lo habían visto antes». Basura, destrucción («ante tanta destrucción, yo busco la creación», dice), olvido o falta de acuerdo político a la hora de poner en valor lo nuestro también se añaden a su diagnóstico sin olvidar el hecho de que «aunque culturalmente seamos lo mismo, veo que cada comarca tira por su lado, no hay unión entre los leoneses».

Asombrado por la belleza de San Pedro de Montes, sobrecogido por la serena, franca y elegante procesión de los mineros del Viernes Santo en Caboalles de Abajo, Castañón elabora unas narraciones honestas y transidas de cariño por la «tierrina».

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