Diario de León

Cuando el caos llega al campo de refugiados

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León

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Empieza a anochecer en la frontera entre Eslovaquia y Ucrania. El sol se pone sobre vastas tierras recién sembradas. Huele a humo de leña entre el pequeño caos que empieza a nacer en el campo de refugiados de Vysne Nemecke a esta hora. Voluntarios internacionales caldean las brasas y preparan cena para los pocos desplazados que recorren este paso. Una capilla greco católica instalada en una vieja carpa contrasta con un neón luminoso que ofrece comida rápida. El ambiente es desolador cuando cae totalmente la noche: salen los últimos autobuses que esperan a los refugiados, son muchas las manos que se apresuran a recoger la ropa que les espera ordenada en perchas, los policías cortan el paso a decenas de camiones que llevan horas esperando paso en este enclave que pasará a la historia personal de muchos.

Nadie olvida aquí que hoy se cumple un mes desde que comenzó la guerra. Pero hay un hilo de esperanza que les mantiene en pie. Cada vez son menos. Esperan el fin de la guerra. Pero dentro de Ucrania, a pocos kilómetros de esta frontera. Porque quieren volver a sus casas. Hogares rotos por fuera, no por dentro; hogares que probablemente tendrán que reconstruir. Por eso ahora los desplazados apenas se pueden contar por decenas. Comenta Danusha Reginová, periodista de la radio estatal eslovaca, que en los primeros días de la invasión rusa entraban por este mismo paso más de 5.000 personas, que la semana pasada se reducían a unos 3.000 y ahora la vía de salida de Ucrania ya sólo es atravesada por unos 300 refugiados cada día. Al otro lado de la raya, en Europa, las ONG se están desviviendo para atender a los pocos desplazados que quedan.

El campo de refugiados se mantiene iluminado por un potente foco intermitente en rojo y verde; colores antagónicos de alerta y esperanza.

Porque la fe no muere pese a que las últimas noticias no son nada alentadoras. La Otan ha anunciado el envío de nuevos batallones de combate, uno de ellos donde nos encontramos, en el flanco oriental del país, como ya hizo en 2014 para hacer frente a la amenaza rusa. Y no parece que vaya a ser cosa de un día, puesto que la organización trabaja en reforzar su posición en el este de Europa a largo plazo.

Pero en los pueblos fronterizos hay una sorprendente tranquilidad. De hecho, poblaciones ucranianas de 10.000 habitantes albergan ahora 25.000 personas. Los servicios están desbordados, pero las autoridades están haciendo todo lo posible para evitar el éxodo. Tanto es así que la mayor preocupación que hay ahora en Ucrania son los desplazamientos internos, advierte Eva Kocanova. «Ahora quedan dos tipos de refugiados: los que van a casas de familiares y los que se están quedando sin sitio; creen que la paz va a llegar pronto y por eso no salen de su país. Pero si la guerra se acerca se irán».

Han sido cuatro días sumidos en un largo viaje que ha culminado con el primer objetivo de la misión coordinada por La 8 León: trasvasar las 72 toneladas de ayuda humanitaria de los camiones de Transleyca a los que vienen de Ucrania.

El intercambio se hizo a primera hora de la mañana en los muelles del centro logístico cedido por una empresa alemana de transportes a las afueras de Kosice (Eslovaquia). Una cadena humana de conductores y periodistas agilizó este gran paso. El material, que se ha quedado bloqueado en la caravana de camiones que pretenden acceder a Ucrania, queda ahora en manos de Bololla, Oleg y Viktor, los tres conductores ucranianos que lo custodiaron esta noche y que hoy lo entregarán a las autoridades de su país. «Vamos a acabar este proyecto común», afirma el camionero Viktor, que regala un paquete de tabaco como recuerdo.

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