Diario de León

El auge del euroescepticismo atenaza el futuro de la Unión

Los problemas derivados del «gigantismo» político, la inmigración o los recortes sociales pueden minar un sueño que era observado con interés por el resto del mundo Opinión:

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Domingos Sampedro - redacción
León

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El sociólogo norteamericano Jeremy Rifkin trató de convencernos hace apenas un año de que Europa era la nueva «ciudad sobre la colina», un experimento de cooperación «magnífico y novedoso» que es observado con curiosidad, esperanza, y a veces celos, por el resto del mundo. Pero el mundo que hoy gira la vista hacia Europa lo que se topa es un continente desorientado, atenazado por problemas como la inmigración clandestina, los recortes sociales o el lento crecimiento económico que si a algo contribuyen es a engrosar las filas del euroescepticismo militante. Cuando los franceses rechazaron en las urnas el proyecto de Constitución europea, el pasado 29 de mayo, lo que en realidad hicieron fue provocar un terremoto que sacudió las conciencias de los países socios, pinchó la burbuja de la eurocracia de Bruselas y obligó de facto a revisar de pies a cabeza el modelo de construcción europea. El no holandés a la Carta Magna, producido sólo tres días más tarde, o la decisión del Reino Unido de congelar el texto fueron réplicas sucesivas de aquel temblor que agravaron el proceso. Causas similares Detrás de estos reveses sufridos por la primera tentativa constitucional de la UE existen causas similares y elementos comunes que se pueden resumir en el euroescepticismo, movimiento muy crítico con todo lo que representa la Unión y que reúne a una nebulosa de grupos, desde confesionales, hasta ecologistas, sindicatos u organizaciones profesionales que, en lo político, abarcan desde la extrema derecha hasta la izquierda radical. Entre las causas del no holandés, por ejemplo, se puede anotar el temor de este pequeño país a perder parte de su identidad y de su modelo de tolerancia en la superestructura de la UE. Las encuestas realizadas en los Países Bajos también reflejaron que la ciudadanía se mostraba mayoritariamente contraria a las ampliaciones sin fin, particularmente al ingreso de Turquía, o a los gastos crecientes del proyecto comunitario, a los que Holanda contribuye con especial generosidad. En el caso de Francia habría que anotar también el miedo de la ciudadanía a perder parte de su nivel de vida y de sus derechos sociales con la extensión de la libre circulación de trabajadores. Pero la pérdida de la fe en Europa no surgió con estos plebiscitos. Es anterior. De hecho, el euroescepticismo es tan veterano como el tratado fundacional de la Unión, si bien a lo largo de este medio siglo no ha cesado de crecer. Es algo que se evidencia, por ejemplo, con los datos de participación en las últimas elecciones europeas, celebradas en junio del 2004, donde la abstención alcanzó cifras escandalosas en casi todos los países. Sin ir más lejos, en España -uno de los socios más eurófilos del continente- el absentismo fue del 54,04%, el más elevado de toda la democracia para una consulta de carácter general. Fuerza electoral El grupo de los enfadados con Europa también tiene fuerza electoral. En la Eurocámara, por ejemplo, los euroescépticos de Independencia y Democracia (ID) subieron de los 18 a los 35 escaños, es decir, que tienen una representación similar a la de los tres países nórdicos juntos (Dinamarca, Suecia y Finlan-dia). Las propias encuestas del Eurobarómetro reflejan un pesimismo creciente en el modelo europeo, con datos de este tipo: el 76% de los ciudadanos considera que, en la Europa de los Veinticinco, será más difícil adoptar decisiones y por tanto el club será menos ágil y operativo. Las fuertes tensiones a las que estuvo expuesta la UE con la guerra de Irak echaron tierra sobre avances históricos de la unidad europea, como el euro, y abrieron heridas muy difíciles de cerrar. En la propia Comisión Europea se ha asentado una especie de euroescepticismo, con la pretensión de Durão Barroso de suprimir setenta proyectos de directiva que considera inútiles. Rechazo patológico Varios expertos coinciden en señalar que la causa de esta pérdida de confianza se debe a que la propia esencia de la UE, un proyecto ampliamente asumido, pero de forma acrítica y sin participación ciudadana. El politólogo Carlos Taibo, conocido por su antieuropeísmo militante, escribió que aunque la Unión «no suscita entusiasmo, tam-poco levanta rechazo patológico». Pero esta cualidad, ese nin arre nin xo, genera apatía y desinterés por la Comunidad y desde Bruselas en vez de corregir esta inhibición ciudadana, lo que hicieron fue aplicar lo que Jacques Delors llamó «despotismo benigno», es decir, que la eurocracia política tiene vía libre para obrar sin control ciudadano directo. Posiblemente Europa deberá volver a recuperar su alma fundacional para salir de esta encrucijada. Y para que la construcción europea ilusione de nuevo es preciso que instituciones, políticos y sobre todo ciudadanos se detengan para aclarar hacia donde vamos, cuáles son nuestras fronteras y si realmente es necesario nuestro proyecto de vida en común.

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