ANÁLISIS
Una dictadura movida por Putin
LAS ELECCIONES presidenciales que ayer se celebraron en Bielorrusia, el país más aislado de Europa, han despertado gran expectación por que, tras las revoluciones de terciopelo en Georgia y Ucrania, constituyen un nuevo pulso entre Moscú y Occidente. EE.UU. y la Unión Europea quisieran que en Bielorrusia se impusiera un sistema democrático mientras Rusia prefiere a alguien manejable, aunque sea un déspota. Todo indica que el presidente bielorruso, Alexánder Lukashenko, a quien Washington considera el último dictador de Europa, se saldrá con la suya. La oposición, sin embargo, en franca inferioridad y mermada por las últimas detenciones, no pierde la esperanza y confía en poder movilizar a la población si el fraude electoral se demuestra masivo. Lukashenko, favorito de los únicos sondeos que pueden realizarse en su país sin peligro de acabar en la cárcel, puede presentarse a los actuales comicios gracias a un referéndum que se celebró en octubre de 2004 en medio de las irregularidades más atroces. Pese a la resistencia que opusieron los parlamentarios, Lukashenko logró, gracias al apoyo de Moscú, el refrendo de la mayoría de la población y del Tribunal Constitucional, que había mantenido hasta el último momento una postura vacilante. Después llevó a cabo una purga en el seno de la Cámara legislativa, acabando con sus detractores. Pero aquella «limpieza» no erradicó completamente a la oposición. Los partidos democráticos continuaron luchando desde la clandestinidad. El autoritario mandatario tuvo que ir mucho más lejos. A partir de 1999, empezaron a producirse misteriosas desapariciones, aún sin esclarecer, de militantes de la oposición. Detenciones, palizas e intimidación a los medios de comunicación fueron los métodos utilizados.