Diario de León

El drama de Sayaha Futo

«No sé si mi casa existe o no», lamenta la joven japonesa estudiante en León

Sayaha Futo tiene veinte años y estudia español en el Centro de Idiomas de la ULE.

Sayaha Futo tiene veinte años y estudia español en el Centro de Idiomas de la ULE.

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nuria gonzález | león
León

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Al cruzar la puerta del Centro de Idiomas está sentada con la vista puesta en su portátil, quizá buscando información de todo lo que sucede en su país. Sayaha Futo tiene 20 años y es una de las alumnas japonesas que este curso estudia español en la Universidad de León. Procede de la provincia más pronunciada de Japón desde hace varios días: Fukushima. Allí vivía su familia que ha tenido que abandonar su hogar y sus pertenencias en busca de un lugar más seguro.

Esta joven nipona llegó a León en octubre y tenía previsto regresar a su país en junio, cuando acabe el tercer curso de Filología Hispánica que, gracias a un intercambio entre la Universidad de Sofia (Tokio) en la que estudiaba y la de León, ha logrado estudiar un curso en el Campus de Vegazana.

A miles de kilómetros del lugar del seismo y de su residencia, sorprende su fortaleza y su tranquilidad a pesar de los momentos duros que vive sin saber a ciencia cierta cómo están los suyos, con quienes se ha podido comunicar a través de Internet no sin dificultades.

Reconoce que el viernes 11 de marzo vivió uno de los peores momentos de su vida. Ese día al llegar a clase fueron sus compañeros japoneses los que le contaron lo que había sucedido. Inmediatamente a través de sus ordenadores, teléfonos móviles, Ipad y Iphone, todos intentaron ponerse en comunicación con sus familias, algo que no resultó sencillo. Ese día tenían un examen que la profesora decidió aplazar ante los momentos de intranquilidad por los que atravesaban los jóvenes. En el caso de Sayaha Futo ella era la única estudiante cuya familia y amigos residían en una de las zonas más afectadas por el terremoto.

Noticias confusas. Con lágrimas en los ojos cuenta que procede de Iwaki, una ciudad de 360.000 habitantes, la segunda más grande de la provincia de Fukushima, situada a 50 kilómetros de la central nuclear. «De esta ciudad nada se ha sabido en los medios de comunicación», dice, algo que le gustaría porque se pregunta cómo habrá quedado el lugar en el que vivía y considera que es necesario que se fije la prensa para que lleguen víveres. De hecho, aunque su familia más cercana ha logrado escapar del lugar, emocionada cuenta cómo no sabe que ha pasado con varios primos suyos ni con sus mejores amigos y amigas. «No hay comida para quedarse ni tampoco combustible para salir», dice.

Su familia más cercana optó por marcharse en un primer momento y lograron hacerlo en coche cuando aún había combustible, a pesar de que las autoridades no habían cifrado el perímetro de seguridad por la radiación en 50 kilómetros.

La última vez que habló con ellos a través del sky fue el pasado miércoles. Ahora están en otra provincia alejada del lugar del suceso en un hotel, a la espera de que el Gobierno les facilite una vivienda porque no saben cuanto tiempo van a tener que estar fuera de su hogar.

Entre sonrisas y lágrimas cuenta que le encantaría volar a su país para ver a su familia, aunque sabe que eso es imposible y que ahora no se puede ir a Tokio. «Antes del terremoto pensaba quedarme en España un tiempo más, pero ahora pienso que me gustaría volver si las cosas han mejorado», resalta agradeciendo a la Universidad de León el cariño y las atenciones recibidas durante estos días en los que este grupo de jóvenes nipones ha contado con el apoyo de Risa Imamura, profesora de japonés que lleva cuatro años en la Universidad de León.

Una de las peores cosas que lleva es no saber qué ocurre realmente. Cree que el torrente de información diario lleva a veces a confusión fruto del «miedo».

Las lágrimas vuelven a su rostro cuando relata las imágenes de la televisión en las que aparecen los lugares que se han convertido en zonas de refugiados para los más afectados por el terremoto. Dice que desde pequeños les educan para saber que van a vivir un seismo y que mucha gente tiene preparado en sus casas un «kit» con lo necesario para salir huyendo en caso de que la tierra comience a temblar. Una cultura que, sin embargo, ha pillado por sorpresa a todos porque «algo tan grande» no era esperado.

Tímida pero risueña relata cómo el carácter de esta población es diferente al español y siempre piensan en recuperarse, no en mirar hacia atrás porque no sirve de nada. «Protestar no sirve, es mejor colaborar». Describe como se acostumbró a vivir al lado de una central nuclear, aunque con la seguridad de que estaban a 50 kilómetros.

Esta joven nipona vive en la capital leonesa con tres compañeras en un piso y se ha hecho a la perfección a la vida en León, una ciudad «más barata» que de la que procede y en la que se encuentra a gusto. Eligió estudiar español porque le encantan los idiomas y, además, «se habla en medio mundo parte del mundo». Durante estos días resulta difícil concentrarse en las clases porque su cabeza y su corazón están a miles de kilómetros de aquí.

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