Diario de León

INVESTIGACIÓN PIONERA

La leonesa que halla el rastro de la demencia en el polvo del 11-S

La bióloga Ruth Ibán Arias, del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, descubre evidencias de que la nube tóxica de las Torres Gemelas aceleró el deterioro cognitivo de las personas expuestas

Dos personas afectadas por la nube tóxica el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. SUZANNE PLUNKETT

Dos personas afectadas por la nube tóxica el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. SUZANNE PLUNKETT

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En ese tubo que sujeta con el índice y el pulgar mientras mira a la cámara dormita un asesino en serie al que se atribuyen cerca de 4.000 muertes. En los atentados se contabilizaron 2.977 cadáveres , de acuerdo a las estadísticas oficiales, pero esa sustancia que flota en el recipiente ya supera con creces la cifra de los que fallecieron en el impacto de los dos aviones contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 .

La esquela aún no se ha cerrado 21 años después. Quedan víctimas por contabilizar, como constata Ruth Ibán Arias. Esta leonesa, miembro del departamento de Neurología del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, acaba de demostrar que la nube tóxica que cubrió todo el bajo Manhattan no sólo ha provocado una letanía de cánceres . El rastro, como ha comprobado por primera vez el equipo científico de esta joven bióloga de Marialba de la Ribera, podría acelerar el deterioro cognitivo y provocar demencia prematura en personas que estuvieron expuestas durante los rescates en la Zona Cero.

La investigación, publicada en la prestigiosa 'National Library of Medicine', partió de la idea de ir «un poco más allá de lo que se había hecho y publicado después de 20 años», relata Ibán. Los estudios ya habían relacionado la nube tóxica de los atentados yihadistas del 11-S con la proliferación de hasta 68 tipos de cáncer, de acuerdo con los datos que maneja el gobierno federal y que publicó la CBS. Pero poco se había descrito hasta ahora acerca de cómo habría impactado la exposición a ese polvo a nivel neurológico en «bomberos, policías, voluntarios y cualquier persona que presente en la Zona Cero para ayudar en las labores del rescate».

La hipótesis abierta por el investigador principal de este grupo de investigación del Hospital Monte Sinaí, Giulio Maria Pasinetti, motivó el estudio con un modelo animal de Alzheimer en ratones.

El punto de partida, como describe la joven leonesa, buscaba registrar «cómo habría afectado a las personas que entonces tuvieran 30 o 40 años, que ahora se encontrarán entre los 50 y 60 años y la cómo exposición a esa nube tóxica les habría puesto en mayor riesgo para desarrollar condiciones neurológicas relacionadas con la edad.

«Porque en este polvo hay de todo, absolutamente de todo, como revelaron los análisis químicos del cerebro de los animales expuestos al polvo, en los que se vio que entre  la gran cantidad de elementos tóxicos que contiene, encontraron altos niveles de cromio», detalla Ruth Ibán, en una pausa de su trabajo de laboratorio en Nueva York, mientras maneja el tubo de ensayo en el que se guarda la muestra.

El polvo es el mismo que inundó todo el bajo Manhattan tras los atentados y cubrió de manera literal a las personas que estaban allí, con cerca de 400.000 expuestos a la nube. En su composición hay toneladas de amianto, cemento y carbonato de calcio, partículas de acero, cobre, hierro y titanio, fibras de vidrio, briznas sintéticas de alfombras y moquetas, combustible de los aviones...

La muestra «la recogió, apenas 72 horas después del atentado, un grupo de la Universidad de Nueva York que decidió ir porque ya pensaron que iba a afectar a la salud de la gente», concede la bióloga leonesa, que reseña que uno de estos científicos, Lung-Chi Chen, lideró esta iniciativa.

En el laboratorio del Monte Sinaí, uno de los hospitales más prestigiosos del mundo, el equipo expuso a los ratones a este polvo mediante su administración por vía nasal. Durante tres semanas, con nueve exposiciones en total, los animales, «con edad equivalente a esas personas de entre 30 y 40 años», respiraron el mismo ambiente cargado de toxicidad.

A la cuarta semana, midieron «la capacidad de memoria mediante diferentes test con ensayos de laberinto en Y, además de pruebas de comportamiento», especifica Ruth Ibán. Las pruebas sirvieron para ver «cómo afectaba a los déficits de memoria espacial y la memoria de aprendizaje y reconocimiento de objetos novedosos, tanto a corto como a largo plazo», aclara la científica leonesa.

Los datos sacados permitieron comprobar que había «una aceleración del deterioro cognitivo en estos animales», lo que les hizo pensar que «había algo más detrás». El equipo realizó análisis de sangre y del cerebro de los animales para comprobar el comportamiento del hipocampo.

Hallazgo pionero
Hasta ahora se había mostrado su influencia en 68 tipos de cánceres pero no en daños neurológicos

Las muestras resolvieron que se da «un nivel inflamatorio sistémico en la sangre, como también en el cerebro». Como consecuencia, y gracias al estudio del perfil de expresión génica, es decir análisis del ARN mensajero, se demostró que se producen «cambios significativos en los genes relacionados con las respuestas inmunoinflamatorias».

La disección pormenorizada halló «infiltración de neutrófilos en el cerebro». Su importancia, como aclara la bióloga leonesa, reside en que «significa que la barrera hematoencefálica está deteriorada y que sustancias y moléculas pueden infiltrar el cerebro más fácilmente, incrementando procesos inflamatorios en el cerebro que pueden desembocar en la aceleración de procesos neurodegenerativos», pormenoriza la bióloga leonesa. Como resultado de todas estas alteraciones, la investigación asentó que la exposición al polvo de los atentados del 11-S potencia el deterioro cognitivo.

Pero la investigación afianza un resultado más. Los estudios han servido para «identificar por primera vez pasos clave que pueden ser terapéuticamente abordables en estudios futuros» relacionados con las víctimas de la nube tóxica del World Trade Center. «Es un avance increíblemente importante que abre nuevos horizontes para entender el impacto de la exposición a ese polvo tan perjudicial en la manifestación temprana de Alzheimer u otras formas de demencia. Por eso estamos súper orgullosos», sentencia Ruth Ibán, mientras observa cómo en el interior del tubo de ensayo el polvo que flota tiene ya un crimen más probado para añadir a su esquela.

El equipo investigador está formado por Ruth Iban Arias, Kyle J. Trageser, Eun-Jeong Yang, Elizabeth Griggs, Aurelian Radu, Sean Naughton, Md Al Rahim, Oguchi Tatsunori, Urdhva Raval, Joshua Palmieri, Zerlina Huang, Lung-Chi Chen y Giulio Maria Pasinetti.

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