Diario de León

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El antiguo barrio de San Lorenzo Los quehaceres cotidianos del barrio

Historia de un enclave de la ciudad de León a la sombra de la vieja muralla romana, que tiene su origen en el patronazgo que Alfonso VII otorgó a sus mayordomos

Imagen del actual crucero ante la iglesia de San Lorenzo

Imagen del actual crucero ante la iglesia de San Lorenzo

Publicado por
Enrique Alonso Pérez
León

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El proceso de configuración de los viejos arrabales leoneses, pasa por una sistemática y necesaria ocupación de las tierras, que a partir del siglo XI se encuentran adscritas a la nobleza y Cabildos -catedralicio e Isidoriano- para su explotación y distribución entre gentes de labrantía, y así materializar el programa repoblador, iniciado tímidamente por Ordoño I e impulsado más tarde, con bases y asientos de gran solidez por el inquieto monarca, Alfonso III el Magno. La Iglesia, atenta siempre a las necesidades espirituales de los nacientes núcleos asentados fuera de los perímetros romanos, fue sembrando, con cierta prodigalidad, las comunidades periféricas de pequeñas iglesias, filiales, las más veces, de las grandes parroquias urbanas. Tres de estas iglesias dominaban el ángulo sur-oriental del recinto ciudadano: «San Pedro de los Huertos», «San Salvador del Nido de la Cigüeña» y «San Lorenzo de la Payana o Extramuros». Parece ser que los nobles, don Payo y doña Ana, mayordomos del Rey Emperador, Alfonso VII, recibieron de éste el patronazgo y disfrute de una amplia faja de las tierras colindantes con el lienzo oriental de la muralla romana, restaurada por Alfonso V tras la brutal agresión devastadora del caudillo Almanzor. Este buen matrimonio, precursor del «tanto monta, monta tanto...» logró que sus gentes bautizasen aquel territorio con el bonito nombre que enlazaba el de sus dueños: «La Payana», topónimo que todavía usaron nuestros abuelos para distinguir la zona de praderío limitada en sus extremos Sur y Norte por las Sernas y Vegazana, actual «Campus Universitario. A la sombra del favor real Pues bien, al amparo de ambos cónyuges, y a la sombra del favor Real, se puebla este suburbio que pronto vio complementado su caserío con una iglesia dedicada al mártir aragonés de la parrilla: San Lorenzo. Lo que sí está claro, es que en 1136, fecha de la coronación de Alfonso VII, aún no existía esta iglesia. Autoridades tan indiscutibles en la historia medieval leonesa, como Carlos Estepa y Armando Represa, no la incluyen en el censo de las existentes en la época. Sin embargo, un documento inédito hasta 1980, rastreado por el incansable «zahorí» del sustrato histórico leonés, P. Albano García, demuestra fehacientemente que en el año 1175 existía ya la iglesia de «San Laurencio», según consta en un documento de compra-venta de un huerto que limitaba con la misma. La presa Vieja del Obispo, en León llamada de San Lorenzo, regaba las huertas del barrio y mantenía pequeños negocios familiares: molinos harineros, tejedores, curtidores, bataneros, herreros... Finalmente, en años no muy lejanos, el aspecto de la presa era deprimente, y la fetidez del entorno obligó a su clausura. Allá por los años cuarenta, en plena posguerra, el barrio ofrecía el alegre desenfado de un buen núcleo de «pecadoras» establecidas en diversas casas e reclamo, que esperaban la visita interesada de mozos y maduros en un necesario relax para rebajar la tensión que se vivía en aquellas épocas de represión total y moralidad impuesta a golpe de catecismo y rosarios de la aurora. En contraposición a estos escarceos, supuestamente prohibidos por un Iglesia todopoderosa y estricta, existía en el barrio una tradición religiosa heredada de sus orígenes. Todavía se puede ver hoy, en la plazoleta que configura el núcleo central, una fuentecilla cuyas aguas formaban parte del pozo que en la Edad Media fue testigo de un comentado milagro en el que la Virgen salvó a una persona de morir ahogada. Consecuencia de este hecho fue la inmediata constitución de la Cofradía de la Virgen del Pozo, que fue compañera inseparable de aquella iglesita recoleta e arrabalera. El crucero que presenta nuestra fotografía, hoy perdido, fue testigo secular de los avatares que vivió este característico barrio leonés. No es la primera vez, que desde instancias más autorizadas que la de este cronista, se ha reivindicado la reposición de hitos tan entrañables y significativos como el que señalamos. Otro ejemplo es el del Rollo de Santa Ana, todos ellos tuvieron un sentido en el vivir diario de los que nos precedieron. Las fotografías que se conservan, bien podían servir de modelo para esta reposición.

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