Diario de León

Los últimos cabreros de la provincia

Javier Santos, de Gordaliza del Pino, es uno de los pocos pastores de cabras que sobreviven en León

Foto: ACACIO

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Javier Santos, vecino de Gordaliza del Pino, es uno de los pocos cabreros que quedan en el municipio, una de esas profesiones que se con el paso de los años se han ido desdibujando del medio rural y que a penas sobrevive gracias al esfuerzo y dedicación de los pocos profesionales que quedan en el sector.

Santos vive con sus padres, José Santos y Leonarda Rodríguez, ambos cargados de años, y responsables de las tareas y necesidades que presenta a diario su hijo Javier.

Javier siempre tiene en su cara una sonrisa, fruto de la satisfacción de disfrutar en medio de la naturaleza de su rebaño de cabras, que suman unas 120, que ocupan gran parte de las horas y de los días de su calendario.

Se levanta con las primeras luces del día. Tras las labores propias del establo, sale con sus cabras al campo de forma ininterrumpida todos los días del año hasta las tres del medio día, hora en que vuelve para casa. Algunas tardes repite paseo al campo, depende del día.

No hace demasiados años en la zona había una docena de pastores cabreros, cuando el la actualidad solo quedan él, una compañera suya llamada Vaneesa Santos.

Cada día es una pelea para él y para sus 120 cabras. Fue en 2003 cuando este pastor se decidió por ampliar su rebaño y apostar

decididamente por el pastoreo. Hasta entonces, su pequeño rebaño pastaba en la huerta de sus padres. «Había que mirar adelante o dejar las cabras, mi decisión fue comprar y hacer un buen rebaño con el que afrontar la realidad y tareas laborales en producción acorde con los sacrificios y exigencias que requiere la profesión», explica Santos.

Con el paso de los años reconoce que la profesión es «muy esclava», pero «para mi es mi trabajo, mi dedicación a la que empleo siete horas al día».

Este pastor explica que el contacto con sus cabras es muy familiar. «Son muy tiernas y cariñosas, nos conocemos a simple voz», asegura. Otro tanto le ocurre con los cuatro perros de la raza carea que le ayudan en las tareas del pastoreo. «Son una delicia, la inteligencia y buen hacer de estos facilita las labores de movilidad del ganado de forma segura».

El problema de trabajar una sola persona en la explotación le impide prosperar y salir adelante ante las muchas dificultades y obligaciones. «Hace no mucho estuve cuatro meses de baja», por lo que tuvieron que ser sus padres, muy mayores, los que tuvieron que cuidar al ganado.

Aunque el cultivo no permite el pasto de estas fincas que ahora mismo están en continuo crecimiento debido al regadío,sus vecinos de Gordaliza le facilita pastar sus fincas, una vez recolectadas las cosechas, lo que para él es un gran alivio.

Reconoce que en la actualidad, mantener sus naves equipadas con los medios técnicos necesarios, como ordeñadoras, tanques de frío donde mantener la leche, gastos de luz, y los imprevistos propios de cada mes, mantener un rebaño tan reducido como el suyo es complicado.

«Tanto es así que he tenido que renunciar al cupo de leche, ya que en la actualidad tan solo ordeño una veintena de cabezas, con una producción de los dos litros escaso por día, lo que me hace imposible continuar en el mercado lechero».

La leche que produce va destinada a la alimentación de los perros, y a alguna persona que le demanda un litro o dos. «Estoy decidido a poner a la venta a mi rebaño de cabras, ya que pese a la venta de algún cabrito que otro, no dan para mantener la explotación».

Inseparables
Lo mejor de su trabajo son sus perros, su transistor y la relación con sus cabras: «Son muy cariñosas»

En cuanto las ayudas de las diferentes administraciones todo se reduce a los 14 euros que la Junta de Castilla y León aporta por cada adulto, así como los 3.000 euros anuales por pastoreo, aparte de las compensaciones por los daños del lobo, algo que de momento no ha tenido que solicitar, y que asciende a unos 90 euros por animal muerto.

En la actualidad, a sus 56 años, pese a la intención de vender la ganadería, no ve el futuro desiado claro al margen de la ganadería. «Salvo que alguien te contrate para pastorear algún rebaño, el mundo laboral esta cerrado a mi edad», comenta.

Lo que sí reconoce este ganadero es que recorrer diariamente los campos con sus cabras le ha abierto la mente al mundo a través de algo tan sencillo como su inseparable compañero de viaje su transistor. «Es mi un gran invento y compañero de fatigas. Escucho mucho la radio, y soy un apasionado de la lectura y sobre todo lo relacionado con la historia, comparto mucho tiempo con el teléfono, es este disfruto de juegos y pasatiempos, por lo que me puedo sentir informado en todo momento».

Pero si con algo sueña Javier Santos es con viajar. «Soy un enamorado de lo imposible, el viajar me reanima», afirma. «Mi sueño seria poder viajar y conocer Egipto, espero que una vez liberado de mis cabras y obligaciones , pueda hacer realidad alguno de los muchos sueños, que dan vuelta por mi cabeza».

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