Diario de León
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León

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Ha llegado el ecuador de la Semana Grande. Nos parece muy lejano el viernes que eligió la Morenica para bajar de su camarín y, sin embargo, apenas han pasado cuatro jornadas.

Hoy, Miércoles Santo, es el día del silencio. Ha llegado el momento de que las aceras enmudezcan. En la mayoría de los actos, la ausencia de sonido es la protagonista indiscutible. O para ser más exactos: descubriremos esos otros sonidos ajenos a los metales y la percusión aunque, como no podía ser de otro modo, también encontremos éstos.

A las ocho de la tarde se pone en marcha la procesión de la Virgen de la Amargura una vez que el abad de Minerva haya dado la venia para salir de las Carbajalas. Los hermanos de la túnica negra y las bocamangas moradas nos acercarán a La Paloma (José de Rozas, siglo XVIII) por las calles del casco viejo, meciendo los pasos muy lentamente. En Minerva el «baile» está prohibido estatutariamente. Junto a esta Madre que cierra el cortejo, veremos varias obras del leonés López Bécker y otras (Lignum Crucis y Cristo del Desenclavo, ambas del XVI) que anuncian, a su paso, que los días grandes del calendario cofrade se nos van a escapar en un suspiro.

También a las ocho de la tarde, las hermanas de la cofradía Agonía de Nuestro Señor harán su estación de penitencia con voto de silencio, llevando sobre sus hombros a un Nazareno de José Ajenjo que porta sobre su cuello, casi cayéndose al suelo, el madero horizontal de la Cruz. En esa procesión solo participan mujeres. Es ésta la segunda cofradía exclusivamente femenina de la ciudad.

En el convento de los franciscanos, los hermanos del Silencio, en contrapunto, organizan su procesión -”que tiene su origen en los años cuarenta del pasado siglo-” sólo para hombres. Desde la sacristía del templo irán saliendo los hermanos y los crucíferos que, a su paso, consiguen acallar las voces. Es casi imprescindible introducirse en la iglesia, sentarse en un banco discretamente y estar dispuesto a imbuirse de un ambiente mágico. En esos momentos, solo pueden percibirse lamentos de matraca, golpes en las andas del paso de Jesús de Medinaceli, en la parihuela del Cristo de la Expiración y el raseo de los pies -”descalzos o no-”. Es probable que no sepamos si estamos en un sueño, si el tiempo ha retrocedido. Nadie debería perderse esta salida de procesión. Nada tiene que ver con otras y sin embargo, a poco que nos dejemos llevar, conseguirá sobrecogernos. Hagan la prueba. El regreso al templo merece igualmente destacarse. El Perdona a tu pueblo será el final de procesión pero no acabará ahí la jornada. Aun nos queda mucha semana santa.

La Cofradía del Desenclavo organiza esa noche, a las doce en punto, cuando el miércoles pierde su nombre, un acto cultural que merece destacarse por su originalidad y seriedad. Un orador -”en este caso oradora-” nos trasladará a otros tiempos. Margarita Torres Sevilla, cronista oficial de la ciudad, con su reconocida sabiduría histórica, nos llevará, sin duda, a nuestro pasado, sin olvidar -”estoy seguro-” el presente. Antes del inicio de esta mágica ronda por la vieja ciudad que será iluminada por antorchas, aromada de incienso y anunciada a golpe de carraca, en la iglesia de Santa Marina los amantes de la música culta podrán saborear Las Siete Palabras de Jesús en la Cruz, de Haydn. Buen preludio para degustar la historia. Seguro.

También a las doce de la noche se ponen en marcha dos Vía Crucis. Uno para el Barrio de la Vega organizado por la Cofradía del Perdón y que nos hará reflexionar, nuevamente, con las voces del Grupo Andadura. Otro, para que la copia del Cristo de los Balderas, nos evoque sensaciones solo vividas en pasadas centurias. El recorrido de éste último por las callejas del Húmedo y en riguroso silencio, nos transportará a un León desconocido, casi irreal e imaginario. Acudan a la plaza del Grano y saboreen -”en silencio, por favor-” la puesta en escena. O vayan a la entrada del Titular de las Siete Palabras en San Marcelo y escuchen La Madrugá . Sólo les pido un requisito: no hablen o si lo hacen, que el de al lado no sepa lo que están diciendo. Y por supuesto: castiguen sus móviles -”a ser posible, a perpetuidad-”. No hay nada más inoportuno que esos aparatitos sonando a todas horas y menos, en esos momentos. León, el Miércoles Santo, necesita su colaboración para convertirse en una ciudad muda. Eso sí. Estoy seguro que nadie echará en falta las palabras.

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