Diario de León

el territorio del nómada

Juan Rulfo en Ardoncino

El leonés Roberto Fernández Valbuena, responsable del salvamento del Museo del Prado en la Guerra Civil, compartió paisajes y confidencias con el gran Rulfo

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Ernesto Escapa
León

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Aunque a primera vista lo parezca, Ardoncino no es un pueblo cualquiera. Por su postigo se accede al Páramo, el territorio de Celama. Quizá por eso, cobijó a un puñado de conversos de la judería leonesa, que prefirieron el descuido de este leve alejamiento al desgarro de la diáspora. Humildes cruces de madera delatan el sortilegio de los muros sospechosos. Las bodegas de Ardoncino han sido las más concurridas de la cultura española. Las dio a conocer Gustavo Fernández Balbuena (1888-1931), que participó junto a su hermano Roberto (1891-1966) en el tránsito de la arquitectura española desde la retórica medieval al racionalismo. Gustavo murió prematuramente, al arrojarse al mar desde un barco frente a las costas mallorquinas de Andraitx. Viajaba en un crucero familiar por el Mediterráneo y se retiró a cubierta después de cenar. Tenía 42 años y era un profesional coronado por el éxito.

CÓMPLICES DEL PÁRAMO

Roberto murió en el exilio mejicano. Casado con la pintora Elvira Gascón (1911-2000), había dirigido la Junta de Salvamento del Tesoro Artístico que evacuó en camiones durante la guerra civil los cuadros del Museo del Prado. Los documentos y fotografías de aquel episodio los donó su hija Guadalupe (casada con un sobrino de Azaña) al Ministerio de Cultura. El suicidio de su hermano distanció a Roberto de la arquitectura, mientras se entregaba a la fascinación del arte. Sus cuadros de preguerra transpiran una figuración cubista, mientras la obra mejicana se inscribe en la atmósfera del realismo mágico. Sólo las necesidades del exilio lo obligaron a volver a los tableros y esta vez con todas las consecuencias. Junto al ingeniero Botella (organizador del paso del Ebro para las tropas republicanas) fundó Tasa, una empresa constructora dedicada a la realización de obras públicas en Méjico. En esos años, Elvira multiplicó su actividad como ilustradora de prensa, colaborando en las editoriales de los exiliados y firmando sus primeros murales. Siglo XXI publicó una antología de su obra gráfica. Ahí aparecen las portadas de las primeras ediciones de El llano en llamas (1953) y de Pedro Páramo (1955), semilla fundacional del realismo mágico. También son suyos los retratos de Rulfo que ilustran los libros.

DE COMALA A CELAMA

Comala (Rulfo) / Celama (Luis Mateo Díez): el broche a un fecundo viaje de ida y vuelta. Comala: «Una tierra en que todo se da con acidez»; un espacio yermo por las ausencias, que transitan los espectros de Villalpando, Sedano, Zamora o Páramo, donde se aprende que «las ranas son buenas para hacer de comer con ellas». Como aquí: más preciada la salsa que las ancas. «Pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido». Cuarenta años después de aquel Páramo inducido por los cómplices de Ardoncino, Luis Mateo Díez emprende su laboriosa pesquisa de Celama: un territorio baldío cuyos estratos acumulan el infortunio. Sus repobladores traídos de Luna pudieron evocar aquel paraíso perdido ante la primera desolación: «Allá, de donde venimos, al menos te entretenías mirando el nacimiento de las cosas: nubes y pájaros, el musgo, ¿te acuerdas? Aquí, en cambio, no sentirás sino ese olor amarillo y ácido que parece destilar por todas partes». Como en Comala.

LA PANDILLA DE RULFO

Elvira Gascón y su marido estuvieron en el reducido núcleo de los amigos de Juan Rulfo. Años de intimidad y andanzas por el planeta Rulfo inspiraron la obra fotográfica de Roberto Fernández Balbuena, subdirector republicano del Museo del Prado. Imágenes cuya plasticidad traduce una singular destreza para la captura de la luz y la armonía de sus composiciones.

El retrato de Roberto en su enjuta madurez, con traje de rayas en el campo, es una de las fotografías canónicas de Rulfo. En otra apresa el contraste de la nítida ingenuidad de su hija Guadalupe vestida de blanco en un bosque de troncos atormentados por torsiones de pesadilla. La confidencia de la viuda de Rulfo reconoce la garlopa y el laboreo de Roberto en la catarsis de Pedro Páramo . Un proceso doloroso y fecundo de poda y encaje. Estos retornos de lo vivo lejano encuentran la indiferencia del olvido en el pórtico del Páramo, pero abonan su prosperidad como territorio literario.

En Ardoncino, a pesar de las cautelas tutelares del patriarca don Cayo, que instauró la tradición familiar de bodas entre primos para frenar la dispersión de la hijuela, ya no queda otro legado que la memoria diluida de los Balbuena.

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