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SE CUMPLEN 75 AÑOS DE LA MUERTE DE MACHADO EN COLLIOURE, DONDE SIGUE ENTERRADO, A PESAR DE SU DESEO: «CUANDO MUERA, AMIGOS MÍOS, / SI MI OBRA VALE UN CÉNTIMO, / CUANDO MUERA, AMIGOS MÍOS, / SI MI OBRA VALE UN ENTIERRO, / A LA TIERRA CASTELLANA / LLEVADME, CERCA DEL DUERO». divergente

Antonio Machado en una imagen en Francia

Antonio Machado en una imagen en Francia

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Son versos dirigidos a sus amigos, el cauce más sincero de un poeta. En ellos expresa su voluntad de reposar junto a Leonor, en el cementerio del Espino que tiene a su entrada el olmo viejo , hendido por el rayo. Antonio Machado es uno de los primeros poetas españoles, tanto por el caudal de sus lectores como por la bibliografía que genera. Las últimas celebraciones (el centenario de su nacimiento, en 1975; el cincuentenario de su muerte, en 1989; los cien años de su llegada a Soria en 1907, etapa decisiva en su biografía y en su obra; el centenario de Campos de Castilla, en 2012) han contribuido a esclarecer una trayectoria sometida a zarandeos de sacristías rivales y a despojar de prejuicios la lectura de sus versos. Los nuevos enfoques han iluminado penumbras de su biografía, relativas a un compromiso sometido a permanente controversia, pero sobre todo han mejorado el aprecio de sus primeros libros y su aportación a la prosa hispánica, especialmente la filosófica, enriqueciendo el simplismo de un retrato precedente malogrado por trazos maniqueos. Su obra nos regala un encuentro privilegiado con la poesía esencial, que se nutre de contenidos vigentes al paso del tiempo. Tan actuales como el amor a la naturaleza, los agobios humanos o la experiencia de una España menoscaba. En su caso, la poesía va unida a las escalas de la vida. Una infancia andaluza, su juventud en el Madrid poseído por el aura de Rubén Darío, la decantada interiorización del paisaje castellano junto al Duero, el matrimonio con Leonor y la abatida soledad en que lo instaló su muerte. Esta estancia soriana nos legó sus versos más hermosos, los poemas al Duero, la doliente denuncia del cainismo, el canto a los paisajes fríos y puros.

Luego, se suceden los años de Baeza, donde descubre la Andalucía más severa e intransigente, y el reencuentro en Segovia con una nueva dimensión de Castilla, donde reverdece el amor y cristaliza el compromiso con los anhelos del país. En Soria y Segovia encontró los amores de su vida y el paisaje que universalizó su poesía. Su boda de mozo viejo con la niña Leonor espoleó la cencerrada de los jóvenes calaveras de la ciudad del Duero, que nublaron su felicidad. Con Leonor cumple su deseo de volver a París, donde asiste a las clases de Filosofía de Bergson. Leonor se entretiene paseando por el Jardín de Luxemburgo con Francisca Sánchez y con su hermana María, cuyas vivencias tan parejas enseguida disparan la complicidad. Son de Navalsauz, un pueblecito de Ávila, y Paquita acompaña al poeta Rubén Darío. En Segovia se le apareció la poetisa Pilar Valderrama, cuñada del escultor Victorio Macho, a la que Machado protegió con el velo de Guiomar, un nombre tomado de la mujer de Jorge Manrique. Como sus versos no valían nada, la señora trató de sacar un rédito de aquella infidelidad desgranando el romance en suavizadas confidencias.

LA ESTACIÓN DEL COMPROMISO

Al producirse el levantamiento militar, se adhiere a la causa de la República, cuyo destino seguirá hasta el final, cuando los mandobles de una historia cainita lo arrojaron a la hospitalidad de Collioure, donde reposa cobijado por el calor de su creciente marea de lectores. Le acompañan su anciana madre, que fallecerá tres días después, y su hermano José, posteriormente exiliado en Chile con su otro hermano Joaquín. A Manuel lo sorprende la guerra en Burgos y esa circunstancia condiciona sus últimos años de vida y la recepción de su obra. Francisco, el menor, regresa de Francia a fines de 1939 para pasar por las horcas caudinas de la depuración antes de reintegrarse a su empleo como funcionario de prisiones. Hasta la muerte de Manuel, en 1947, vivirá adosado a su hermano. Había sido director de la cárcel leonesa y buen amigo de Crémer y Pérez Herrero. El grueso de los papeles de Antonio quedó en poder de su hermano Manuel, cuya viuda, antes de profesar como monja de clausura, los repartió entre la Diputación de Burgos, el confesor don Bonifacio Zamora y su hermano Francisco. El legado burgalés se publicó en dos volúmenes hace unos años. La otra parte recayó por subasta en Unicaja.

ÚLTIMAS SOLEDADES

En distintos momentos de la posguerra se barajó su traslado al cementerio soriano del Espino, pero siempre de forma torticera, tratando de manipular su memoria. El franquismo, que no le perdonó ni siquiera póstumamente, acordó el 5 de mayo de 1941, «la separación definitiva del servicio de don Antonio Machado con la pérdida de todos sus derechos pasivos».

Por si había alguna duda, el soriano Dionisio Ridruejo, temprano muñidor de su poesía, calificaba su compromiso republicano de «bobada progresista», consecuencia de un secuestro moral que lo situó al servicio de los malvados. Ni más ni menos. Su hermano José, exiliado en Chile, anota al final del libro Últimas soledades del poeta Antonio Machado (1957) que descansa en Francia «hasta tanto que su tierra española, libre ya de la abyecta dominación, lo recoja para siempre». En aquel momento, casi dos décadas después de su muerte, los restos de Antonio ocupan un nicho cedido en el cementerio de Collioure. Una suscripción impulsada por el músico Pau Casals, a la que contribuyen intelectuales franceses y españoles, consigue una sepultura para el poeta y su madre, que se inaugura el 16 de julio de 1958.

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