Y no sólo una ligereza de Pecíolo

No es fácil utilizar las hojas de los árboles como signos de presagio, pero alcanzan simbolismo excelso en estos e relatos de J. Á. Gonzalez Sainz. Chopos, acacias, tilos, álamos… sirven de atisbo de sucesos humanos, dramáticos a veces. Esta premonición es llamativa en La ligereza del pecíolo , un relato inquietante; en su paseo por un paraje natural el narrador descubre la presencia misteriosa de un anciano que desaparece sin dejar rastro y resume la condición de algunos protagonistas de los relatos. Ocurre con los dos ancianos Los ojos de la cara , atormentados y desprotegidos, ante un joven esbelto, dueño de un perro feroz. O el señor mayor que, en el café de toda la vida, mientras observa la presencia de jóvenes y niños, comunica su muerte a los compañeros de tertulia. Sin olvidar el relato final, «Como más tarde tuve ocasión de comprobar», en el que Alonso Gómez Eguizábal, un cosmopolita, vuelve a su ciudad disfrutando de su vida en la estancia diaria en «el viejo Café del Centro», conversando con su amigo Miguel Sánchez Viera, el dueño del establecimiento, ignorando que su desacuerdo con la estética moderna supondrá un desenlace dramático. Frente a este mundo de los ancianos, la vida infantil se manifiesta luminosa en «Unos pasos aún ante el umbral», con ese padre que acompaña al niño a comprar un helado. O la madre aterrada ante su hija, que se balancea en el pretil del puente. Entre esos extremos vitales surge un personaje gris, inquietante, obsesionado con la contemplación de una figura femenina invariable en un en un escaparate. En apariencia no existen factores temáticos comunes, pero todos quedan agavillados íntima y literariamente con el movimiento inquietante e invariable de las hojas de los árboles (chopos, acacias, tilos y álamos) como sublimes y trágicos elementos de premonición, que culmina en un bello e inquietante extraño fragmentarismo.