Diario de León

La vida secreta de los castillos

Miguel Sobrino concluye sus particulares ‘episodios nacionales’ con castillos y murallas, donde aparece un León no muy conocido

Castillo de Ponferrada. L DE LA MATA

Castillo de Ponferrada. L DE LA MATA

León

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Como los escarabajos y los crustáceos, los castillos dejan al morir un cadáver con buena presencia. Así lo cree Miguel Sobrino González (Madrid, 1967), escritor, escultor, profesor en la Escuela de Arquitectura de Madrid y una suerte de moderno ‘enciclopedista’ del Patrimonio nacional. Sostiene que, al igual que de un animal quedan los huesos cuando muere, de los castillos lo más duradero es su carácter defensivo, aunque fueran infinitamente más que eso.

En los últimos años, cuyo fruto han sido tres libros, el autor madrileño ha realizado una certera biografía de las catedrales, monasterios y ahora, para cerrar el periplo, los castillos y murallas de este país . León está sobrada y merecidamente representada: desde la muralla de la capital leonesa a la de Astorga, así como los castillos de Ponferrada o Valencia de Don Juan. El autor conoce a la perfección el patrimonio leonés.

De hecho, hace años impartió una conferencia sobre cómo restaurar y conservar la arquitectura tradicional leonesa. Y en el libro denuncia, por ejemplo, el derribo de la casa más antigua de León, en la calle Carreras: «Al propietario (un alto funcionario del ayuntamiento local, ligado al área de urbanismo y patrimonio) no debió conmoverle el hecho de que estuviese considerada la casa más antigua de la ciudad», escribe. 

Aunque da clases en la Escuela de Arquitectura, él no es arquitecto, quizá por eso expone sus opiniones con mayor libertad. «En ese mundillo hay silencio por comodidad y las críticas, si las hay, se hacen en voz baja», asegura.

Su libro es todo lo contrario. En Castillos y murallas. La biografía desconocida de las fortalezas de España (La Esfera de los Libros), Sobrino, que desnuda algunas atroces restauraciones, ilustra magistralmente las páginas con más de 400 dibujos, bocetos y recreaciones detallistas. 

Como explica en la introducción del libro —un ‘tocho’ de 800 páginas muy ameno—, el autor ha procurado evitar los puntos de vista más recurrentes, para centrarse en otros que deben ser reivindicados, para intentar comprenderlos «como organismos arquitectónicos en su completa y coherente anatomía». El profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid (UPM) desmonta que los castillos fueran tan fríos, lúgubres e incómodos como se piensa y huye de leyendas, quizá porque la realidad es más interesante. 

Habla de decenas de fortalezas, pero no es un listado completo ni tampoco una guía. Para comenzar, repasa las fortalezas más antiguas, incluidos los castros. Con la conquista de Hispania por el Imperio Romano se impondrá un nuevo orden y, sobre todo una mentalidad distinta, de modo que sea el territorio el que se adapte al hombre y no al revés. Como constructores, los romanos son utilitaristas, así que optan siempre por los materiales que haya más a mano; en la muralla de León, por ejemplo, canto rodado.

Las piedras de León

Sobrino coincide con Manuel Montero en que, tanto las murallas de Astorga como las de León, «sean de la época que sean, son romanas», porque, aunque reparadas y rehechas mil veces, «su naturaleza responde a la época en la que —en el caso de la capital maragata—, la ciudad a que abrazan se llama Asturica Augusta.

El capítulo titulado De campamento a Corte —más de 40 páginas— está dedicado a explicar las piedras de León. Recorre íntegramente la muralla y crítica la tosquedad de la estatua de Don Pelayo y aún más el conjunto escultórico conocido como Las moscas, de Eduardo Arroyo. «Si hubiese sido una exposición temporal, vale; pero no tiene ningún fundamento ni nada que ver con el lugar. Fue carísimo y resulta absurdo».

Para el autor, la más «injustificable» de cuantas demoliciones de edificios históricos ha sufrido la capital leonesa ha sido la de Puerta Obispo, que unía la Catedral con el Palacio Episcopal. En su opinión, «una construcción valiosísima que habría que reconstruir algún día, para devolver a la Catedral ese apéndice que la unía al mundo civil». Piensa que el derribo de los cubos de la muralla en la calle Carreras fue fruto del acontecer histórico y no resta valor al monumento. Sin embargo, «Puerta Obispo es un elemento de primerísimo orden. La Catedral está coja sin ese apéndice. Sería deseable que se reconstruyera». 

Ensalza un elemento del patrimonio leonés que suele pasar desapercibido: el Torreón de los Ponce, el único de planta cuadrangular de la muralla —a excepción de la propia Torre del Gallo de San Isidoro, asentada, presumiblemente, sobre una primitiva romana—.

Explica que el lateral del torreón, utilizado antiguamente como prisión eclesiástica, emplea un sistema romano de construcción poco común, el llamado ‘aparejo en damero’, que consiste en alternar piedras labradas con rellenos de manpostería o canto rodado, a modo de ajedrezado. «En realidad, es una técnica ahorrativa, lo que pasa es que queda precioso», dice.

Apunta a que el arquitecto del Palacio del Conde Luna pudo ser italiano, ya que el promotor del edificio, Claudio Fernández de Quiñones, fue embajador en el concilio de Trento. No ahorra críticas a la restauración que transformó el inmueble en Centro de Interpretación del Reino de León. «Superó los límites de la restauración para entrar en la sustitución y la invención innecesarias», dice. «Es una intervención pésima. Se optó por meter piedras nuevas en la fachada con una torpeza terrible. Es una pena, porque es uno de los pocos ejemplos de arquitectura civil gótica».

El Palacio Real de San Isidoro

Entre los espléndidos dibujos que acompañan a su relato del León amurallado hay una recreación de cómo pudo ser San Isidoro con el Palacio Real. «Su construcción debía ser parecida», sostiene, al palacio de Doña Berenguela, cuyos restos se conservan en el patio de las Teresianas. Sabe que no es lo mismo explicar que la residencia de los monarcas leoneses formaba una ‘L’ con la iglesia de San Isidoro que dibujarlo. Las recreaciones y bocetos pueden incitar, según él, a hacer excavaciones, y es una forma de reivindicar algo que, porque no se conserva, no es menos importante».

Sobrino aprueba la restauración llevada a cabo por Fernando Cobos en el castillo de Ponferrada. «Además de su pasado templario, posee una de las entradas más hermosas entre los castillos españoles», afirma.

En el libro no están todos los castillos. «Habría hecho una enciclopedia». Ha elegido los más conocidos y aquellos sobre los que podía aportar algo nuevo. La cuarentena derivada de la pandemia le permitió dar un último empujón a una obra ingente, en la que ha empleado años.

Si se le pregunta por su favorito, deja claro que teniendo la Alhambra, todo queda palidecido. Aún así, León ocupa todo un capítulo. Eligió la muralla de León y no otras «por la suerte que ha corrido, más accidentada y también más interesante». También siente debilidad por los castillos de Valencia de Don Juan y Ponferrada.

«Puerta Obispo es un elemento de primerísimo orden. La Catedral está coja sin ese apéndice»

La biografía escondida 

Con Castillos y murallas. Las biografías desconocidas de las fortalezas de España Miguel Sobrino cierra la trilogía que empezó con Monasterios. Las biografías escondidas de los cenobios de España, publicados por La Esfera de los Libros. Peñalba de Santiago, San Miguel de Escalada, Gradefes, San Marcos o Carracedo... hasta 500 monasterios han sido ilustrados por Sobrino.

Habla de ellos en profundidad, sin reducirlos a una mera relación de obras maestras, porque para apreciar mejor los grandes monasterios necesitamos conocer los prioratos, las granjas y hasta las villas de recreo o las obras hidráulicas que dependían de ellos.

El segundo libro, Catedrales. Las biografías desconocidas de los grandes templos de España (Esfera de los Libros), destaca que la concepción del templo castellano cambió con el aliento arquitectónico del maestro Enrique, artífice de la Pulchra. Y es que este artista francés, contemporáneo de Villard de Hommecourt —el Leonardo da Vinci medieval—, plasmó en la Catedral su ideal arquitectónico, reduciendo los muros a su mínima expresión. 

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