Diario de León

«La idea de que lo literario puede ser perjudicial es típicamente totalitaria»

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León

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-”Una vez más el formato cuento: ¿qué guía este regreso a la narración breve?

-”De hecho yo empecé con el relato breve. Mi primer libro, curiosamente, se publicó en Italia y traducido al italiano por un viejo amigo: Compagnie difficille . Era un relato de unas treinta páginas, que formaba el volumen junto a un relato de temática y extensión parecida de Marcello Fois. Es curioso pensarlo, porque en esos momentos Fois y yo éramos unos perfectos desconocidos. Hoy en día Fois es un escritor más consolidado en Italia, con una obra que recuerda mucho a la de Vázquez Montalbán. Después vino-¦ otro libro de cuentos: Les edats d-™or , con la editorial Proa. Actualmente estoy trabajando en un guión para una telemovie basado en uno de los relatos de Les edats d-™or .

-”¿Qué similitudes advierte entre Trece tristes trances y Pallasos i monstres ?

-”¡Muchas! En Pallasos i monstres narraba la biografía de ochos dictadores africanos (Idi Amin, Bokassa, Mobutu-¦) en un tono cáustico, para que no pareciera un informe de Amnistía Internacional. Aunque parezca extraño, es un libro de humor. Pero la estructura de cada capítulo es muy parecida a la del cuento clásico: personajes que empiezan desde la nada, se elevan a un poder absoluto y vuelven a caer hasta lo más bajo.

-”El trece es una cábala. ¿Qué esconden estos relatos detrás de ese número?

-”Como decía Freud, «Señorita, a veces un puro solo es un puro». No, no hay una simbología especial. Es cierto que contiene trece cuentos. Pero recuerdo que poco antes de publicarlo, me dije: «Bueno, ¿y si fueran doce o catorce, qué pasaría?». Pues nada. Yo creo que los títulos son un género literario propio. En todo caso, me permitía unificar el libro, porque por lo demás son relatos muy distintos entre sí.

-”La culpa parece ser uno de los temas centrales de este volumen.

-”La culpa, el miedo, el pasado, la miseria moral, la esperanza, la mirada sobre el otro, las crueldades del sistema. Lo único que tienen en común los cuentos de Trece tristes trances es que no tienen nada en común. O casi nada. Justamente lo que pretendía era ofrecer trece historias muy distintas al lector. Eso convierte Trece tristes trances en un libro muy poco compacto, pero con un abanico de personajes y argumentos muy diverso.

-”¿Cuál es su intención literaria al mezclar la fantasía, los mitos, las leyendas, la ciencia ficción y las fábulas en un período de producción narrativa como el actual?

-”Un autor es tan libre de seguir las modas como de obviarlas. A veces me dicen que escribo libros «como los de antes». Yo más bien diría que escribo libros «como los de siempre». Se dice que los temas literarios son eternos. De acuerdo. Y yo añadiría: y los géneros también.

-”¿Cómo explica un antropólogo como usted el interés por seres venidos de la Luna, animales salvajes o espantapájaros que aman a los pájaros, por ejemplo?

-”Como antropólogo, más bien les dedico poco interés. Como autor, todo el que haga falta. La gracia es que la página está en blanco. Eso nunca me ha parecido un problema, sino el mérito y la gloria de la literatura. El único límite del autor es su imaginación. Y, a veces, lo extraordinario nos sirve para entender mejor lo más ordinario y cotidiano.

-”«Es cierto: quien no tiene vicios es un enfermo», dice el narrador en uno de sus cuentos («Titus»). ¿Hasta qué punto la literatura es un vicio -“o una enfermedad- para usted?

-”No, no, qué va. La literatura es muy sana, claro que sí. Para todos: lectores y autores. Lo que ocurre es que tampoco es un «curalotodo», por mucho que insistan los libros de autoayuda. Si usted está un poco majareta, los libros pueden ayudarlo. O no. Y si está sano, niño o adulto, ningún libro le hará daño. La idea de que lo literario puede ser perjudicial es típicamente totalitaria, y hoy en día nos está volviendo a entrar por la puerta de atrás, de manos de un neopuritanismo con máscara progre. Por ejemplo: esta idea de que los niños son como jarrones de porcelana china. Si leen según qué, malo, y por lo tanto se inventan ese rollo de la «literatura juvenil». ¡Pero si a mí de crío me chiflaban los libros de caníbales! Y les juro que nunca me he comido a nadie.

-”A un niño le muta el brazo en pata de elefante en uno de sus cuentos. ¿Sería correcto pensar que en la anormalidad o las diferencias entre uno y otro está la norma?

-”Muy cierto. Como dice un amigo mío: «¿Quién es una persona normal? Respuesta: alguien a quien aún no conoces muy bien». Pues eso. Estamos imbuidos de la idea social de un «algo» y un «alguien» normales, cuando en realidad esas normalidades no existen. En el fondo, todos formamos parte de alguna minoría. Usted puede ser socio del RDC Espanyol, padecer alergia a la lactosa, aficionado a los toros y medir un metro cincuenta. De una forma u otra, antes o después, la norma nos tira a la cuneta. Yo mismo soy zurdo. En la escuela había un cura que me daba la puñeta, intentando corregirme: «Sánchez, usted nunca sabrá escribir». ¡Qué manía tenemos en atribuir significados a cosas que no tienen ninguno en absoluto! Y además puede que yo nunca aprenda a escribir bien, ¡pero ese hombre nunca ha publicado nada! Toma ya.

-”Parecen ser, estos relatos, en absoluto autobiográficos, por el tono fantástico y poco realista de ellos, pero cabe pensar que es también una idea engañosa que camufla al autor. ¿O realmente son producto de la sola imaginación?

-”Mi vida es tan aburrida que si tuviera que usarla como materia nos aburriríamos todos, empezando por mí mismo. Existe ese mito, consolidado más por el cine que por la literatura, según el cual los escritores son unos bohemios. Yo no me creo nada. Si te pasas el día en el bar, ¿cuándo escribes?

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