Diario de León

El pintor Amable Arias veinticinco años después

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León

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JOVINO ANDINA YANES

Amable Arias fue un dibujante compulsivo, y pintor, y poeta casi inédito. Y todo ello dentro de un estilo autodidacta enmarcado en la vanguardia y la heterodoxia. Un tipo meritorio donde los haya, dadas las adversas circunstancias personales y familiares que le tocó vivir. Pero a todo se enfrentó con una decisión y un arrojo poco comunes. Supo hacerse a sí mismo desde la soledad y la independencia. Y crear una importante obra pictórica, a pesar de que sus primeros óleos no los pintó hasta los veinte y muchos años; obra que, si en su momento no alcanzó la valoración merecida, hoy, a los veinticinco de su desaparición, goza cada vez de mayor reconocimiento.

Nacido en Bembibre el 29 de junio 1927, su infancia transcurría como la de cualquier niño de su edad, hasta que un mal día, cuando tenía nueve años, quedó atrapado parcialmente por un vagón en la estación del tren, lo que le provocó una cojera y problemas renales para el resto de sus días. Así comenzaba su larga cadena de reveses, acrecentada años después por el ahogo de una familia desmembrada y las consiguientes dificultades económicas de ello derivadas. Un mar de desdichas que, si bien le impidieron llevar una adolescencia y una juventud normales, también es cierto que le sirvieron de acicate para dedicarse en el futuro a lo que más ansiaba: «escribir y pintar».

En 1942 se trasladan a San Sebastián, y Amable, consciente de su falta de formación a causa del aislamiento sobrevenido tras el accidente, se pasa las mañanas leyendo en la biblioteca, una sed de «estudiar» y culturizarse incesante y siempre in crescendo. Asistió un tiempo, asimismo, a clases de dibujo en el estudio de Ascensio Martiarena; sin embargo, estas enseñanzas tuvieron escasa influencia, pues prefería ser «él mismo» e investigar y buscar otras opciones y materiales, incluso los no convencionales, como haría por ejemplo con el «islán», polvillo del carbón de las minas que mezclaba con el óleo.

Hacia mediados de los cincuenta regresa una temporada a su Bembibre natal, donde pinta los primeros cuadros de personajes populares de la villa y un paisajismo que ya caminaba de lo figurativo a lo abstracto. Estas estancias, tan creativas para su obra y esenciales para su persona, se repetirían en el futuro con cierta periodicidad.

No mucho después (1958), presenta la primera exposición individual en la Sala Aranaz Darrás de San Sebastián, a la que seguirían otras colectivas que iban a servir de germen para la formación del Grupo Gaur (1966), integrado por Basterretxea, Ruiz Balerdi, Sistiaga, Zumeta, Oteiza, Chillida, Mendiburu y el propio Amable.

De lo abstracto a lo

neofigurativo

Llegada la década de los sesenta, intensifica la actividad, y su nombre se afianza con exposiciones en las Salas Municipales de Arte donostiarra (1963), Galería Neblí de Madrid (1964), Galerie Maeght de París (colectiva, 1965), Galería Barandiarán de San Sebastián (1967), así como la presidencia de la Asociación Artística de Guipúzcoa. Además, escribe, participa en tertulias, viaja cuando puede y se acrisola su formación artística y cultural. Es una etapa caracterizada por un lenguaje plenamente abstracto, y cuyos cuadros responden a una interpretación del mundo interior más que a una identificación con la realidad -”«pintura del átomo» y «pintura de la gota»-”, llegando a convertirse en uno de los pintores más famosos y a la vez más controvertidos de la capital donostiarra. Hasta tal extremo fue así, que, con ocasión de una exposición suya titulada «Espacios Vacíos» (1963), el alcalde llegó a prohibir que en el futuro se volviese a hacer cualquier otra exposición parecida en las salas de ayuntamiento.

A principios de la década de los setenta inicia un período muy renovador, y su pintura evoluciona hacia lo neofigurativo, con personajes que introducen un ingrediente narrativo. Período muy rico y abierto a tendencias futuras, tanto en la pintura al óleo como en los dibujos. No obstante, Amable siempre simultaneó el mundo real y el imaginario; lo figurativo y lo abstracto conviven y se complementan, al igual que la diversidad de técnicas y lenguajes.

Es igualmente en 1970 cuando conoce a una mujer que resultaría decisiva para su futuro personal y el de su obra: Maru Rizo. La compañera y colaboradora que supo estimularle y estar a su lado hasta el final. Y después del fallecimiento, su mejor valedora y difusora. Fueron tiempos intensos, de gran fecundidad pictórica y reflexiva, con unos escritos cada vez más volcados ideológicamente; y, como contrapunto, de alejamiento de las actividades públicas y de marginación desde los estamentos oficiales.

Diversas exposiciones en San Sebastián, Madrid, Bilbao, Tolosa, Bayona, Barcelona y Praga; sin olvidar los viajes por varias capitales españolas y europeas: Praga, París, Venecia y Florencia para seguir en contacto con el mundo del arte.

El pintor que también escribe

Paralela a su labor pictórica, aunque más tardía y menos conocida, está su faceta de escritor, en la que, sin encasillarse en ningún género concreto, muestra multiplicidad de intereses y lenguajes que responden a códigos diferentes. Una primera e infantil novela, Caparrota , que quedaría inédita; un libro de dibujos y poemas tan pronto agresivos como tiernos, La Mano Muerta , editado en 1980; un volumen colectivo de escritores y artistas titulado 23 , aparecido en 1981; y otro, Sobre el vaivén de las cortinas , que vio la luz póstumamente en 2003; además de una buena serie de artículos y ensayos en diversas revistas y periódicos, entre ellos el semanario ponferradino Aquiana . Y eso sí, siempre dentro de un estilo rompedor y de posicionamiento comprometido, en aras de un mundo más justo. Su afán experimentador le llevó asimismo a hacer ensayos poético-musicales en grabaciones magnetofónicas.

En fin, pasan los años, y aunque la actividad es desbordante, su salud se deteriora más y más como consecuencia del accidente que había tenido en la niñez, falleciendo en San Sebastián el día 29 de febrero de 1984. Sus restos fueron trasladados a Bembibre, cuyo ayuntamiento le dedicó una calle en 1998.

Amable, a pesar de todos los reveses comentados y de haber fallecido a una edad temprana, 56 años, fue, sin embargo, un importante creador plástico, con obra muy plural y diversa. Y a decir de los entendidos, una de las figuras más interesantes de la segunda mitad del siglo XX, cuyo legado de 305 óleos y más de 6.000 dibujos (entre collages, grabados, papeles chinos, acuarelas, etc.) son la mejor demostración de su arte, sensibilidad y rica imaginación.

El Bierzo como referente

Nadie duda que Amable Arias fuese un hombre vanguardista, heterodoxo y amigo de romper moldes. Un tipo ansioso de viajar y de conocer otros mundos y culturas. Sin embargo, o quizá porque, como dijera Rilke, «la verdadera patria del hombre es la infancia», Bembibre y el Bierzo tuvieron un peso definitorio en la obra «amabliana», y un significado vital para su persona.

La villa del Boeza, sus alrededores y sus gentes fueron un referente casi continuo a la hora de pintar muchos de sus óleos y dibujos de la etapa paisajista, desde la inicial figurativa a la posterior más abstracta. Hasta aquí viajó con frecuencia desde San Sebastián, a partir de mediados de los cincuenta, y mientras pudo moverse con cierta soltura, para pintar; a veces febrilmente y en cualquier lugar. El Palacio misterioso y profundo, la mercantil Plaza Mayor, el barrio de la Fuente, Congosto, Montearenas, Albares de la Ribera, Igüeña, Toreno. Y sobre todo el café de Mero, sede de su improvisado estudio y tertulia. Allí «yo tenía -”dice-” todo el afecto posible. Allí estaban mis carpetas, allí hice infinidad de dibujos de los clientes habituales... de paisanos que venían de los pueblos... ¡Cuántas horas fecundas pasé en el café Mero!».

En Bembibre recibió su primer encargo de D. Avelino para pintar la mina de Arlanza, cuadro por el que, tras varios tira y afloja, cobró entonces 3.000 pesetas. Aquí tenía a sus tíos maternos, a sus primos y un buen puñado de amigos, algunos de los cuales aún recuerdan su manera disidente de pintar e interpretar el arte.

A mable veinticinco años después

Pocas plumas tan autorizadas como la de Juan Manuel Bonet, crítico de arte y ex-director del Museo Reina Sofía, para escribir el texto que sigue, tomado de su estudio sobre Amable en Arte y Parte número 39, y en el que anuncia un porvenir fascinante para su obra: «... cuanto más pase el tiempo, más se verá hasta qué punto fue grande este pintor oscuro y doliente y caótico y peleón, que supo definir, en soledad, un mundo propio y que también cultivó la poesía».

Palabras de esperanzador futuro que resumen, igualmente, el devenir del cuarto de siglo transcurrido desde su fallecimiento en 1984, cuando la obra de Amable permanecía en buena parte inédita.

Y es que, efectivamente, ha sido desde entonces y gracias sobre todo al empeño puesto por su entrañable e incansable compañera Maru Rizo, al compromiso del galerista Gonzalo Sánchez, fallecido hace ahora dos años, y al esmero de Carmen Alonso-Pimentel con una extraordinaria tesis doctoral a él dedicada (1997), cuando la obra de este artista berciano-donostiarra logró superar no pocos silencios, y situarse en el honroso lugar que por su mérito le corresponde, entre los pintores de la segunda mitad del siglo XX.

Nombres propios a los que también hay que sumar una larga relación de artículos y ensayos de importantes especialistas; más de una veintena de exposiciones realizadas en el país vasco (entre 1985 y 2009); obra permanente en los museos de arte contemporáneo de Bilbao, Vitoria, Valencia y Santiago de Compostela; y la gran antológica que, patrocinada por la Junta de Castilla y León, itineró durante el año 2003 por cinco provincias de esta comunidad. Y ya en el ámbito de nuestra provincia, las del Instituto de Estudios Bercianos (2004), Instituto Leonés de Cultura (2008), y los ayuntamientos de Bembibre (con varios cuadros suyos en el Museo) y Ponferrada, que han apostado asimismo por el reconocimiento y promoción del legado «amabliano».

En ese marco hay que reseñar, finalmente, las dos que se anuncian en Ponferrada para el mes de octubre: una, de la serie «Prismalós y Maquillajes», realizada con lápices acuarelables y maquillaje, se expondrá en la Galería Dosmilvacas; y la otra, compuesta por una serie inédita de colleges, «La jirafa cuadrada», y organizada en colaboración con el Instituto de Estudios Bercianos, estará en el Museo del Bierzo.

Dos buenas oportunidades para recordar a este «grande pintor» vanguardista, Amable Arias, en el veinticinco aniversario de su desaparición, y para disfrutar, contemplándolas, de un placentero banquete visual; porque sus cuadros, además de arte, sensibilidad y encanto, destilan también ironía y humor.

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