Diario de León
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ANA CRISTINA PASTRANA

La vida no está hecha para ser comprendida, tan sólo para ser vivida y nuestra forma de vivirla depende de nuestra visión sobre la misma. Herminia de Lucas es una pintora que ha sabido purificar las puertas de la percepción y horadar el mundo invisible, por esa razón encontramos en toda su obra un manantial de color y vida, una transformación de la soledad en amor a través del lenguaje de la luz. Según los grandes Yoghis si no estamos afianzados en la pureza interior no podemos disfrutar del tesoro espiritual de la iluminación, de la luz infinita del alma, la luz que disipa la oscuridad de la ignorancia, la luz que aclara el camino hacia la autorrealización, que es la fortuna más grande a la que podemos aspirar ya que nos otorga la paz interior. La purificación consiste en liberar las toxinas que nos limitan en la vida, tanto en lo relativo a los pensamientos y emociones como a las relaciones. La experiencia no es la que determina nuestra conducta, son los pensamientos que deducimos de la misma los que nos condicionan para obrar con libertad. Eliminar los tóxicos es imposible, pero dejarlos fluir sin concederles demasiada importancia, nos aporta mayor calidad de vida.

La sublimación de lo cotidiano. La fortaleza de esta mujer, que consigue que el tiempo se detenga en sus cuadros y nos haga vibrar, se basa en la bondad que encierra la sabiduría de reconocerse imperfecta, en esa paz interior que derrama en la concepción de las cosas pequeñas, en la sublimación de lo cotidiano, en el disfrute de la música, los olores, sabores y emociones,-¦ en la magia que nos devuelve a los paraísos perdidos. Su trabajo es una inmersión en la memoria colectiva, curtida por debilidades e ilusiones, en el paso y el poso de la vida, en el alma que hemos dejado en las cosas que nos rodean, un espejo donde recuperar la ingenuidad que perdimos cuando nos creímos vulnerables. Y es que, como diría Eurípides, siempre estamos empezando a vivir, pero nunca vivimos.

Toda la obra de esta pintora se resuelve sin principios ni finales, como si los cuadros, atemporales, fueran construcciones mentales. Para la luz de la conciencia, todo está vivo y desde la soledad, discurre el pincel mientras contempla cómo la vida viene y se va. El escenario cambia, también la temática, el tratamiento de la obra, pero ella sigue mirando con los mismos ojos: los ojos de la luz. «El modo de habitar en la luz y en su privación, y el modo de transitar por el tiempo determinan los modos diversos del hombre» (María Zambrano).

Se dice que el cuerpo no es más que el lugar que tus recuerdos llaman hogar y que para estar plenamente vivo tienes que estar muerto para el pasado, pero lo que somos y lo que seremos, lo queramos o no, depende de lo que fuimos. « Ver lo que se vive y lo vivido, verse viviendo, es lo que íntimamente mueve el afán de conocimiento» . Según Picasso la calidad de un pintor depende de la cantidad de pasado que lleve consigo. El pasado arrastra errores y un hombre es tanto más interesante cuantos más errores haya cometido. Mucha gente, que gasta excesiva energía en complacer a los demás o en parecer normal, no entiende que fracasado no es aquel que se ha equivocado mucho, sino el hombre que, por miedo al fracaso, ha dejado de obrar como piensa para pensar como actúa. Los errores nos ayudan a conducirnos con más inteligencia.

Pintar para vivir. Decía Aristóteles que el hombre de mentalidad superior debe preocuparse más de la verdad que de lo que piense la gente. En estos tiempos nos hemos habituado tanto a la infelicidad que la ternura nos incomoda y el amor nos suscita desconfianza. Quizás por esta razón, cuando descubrimos a personas como Hermina pensamos que «La felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace». Esta mujer, capaz de aceptarse íntegramente y ofrecerse a los demás de una forma desinteresada, de no dejarse seducir por la adulación, siempre tiene prisa por ser más, por disfrutar de la savia de la vida . Independiente, sincera y humilde, sabia y discreta, con una sensibilidad que nos conmueve y una habilidad especial para entablar un diálogo con la intimidad del espectador, con su infancia olvidada y su inocencia perdida, necesita pintar para vivir, desahogarse en cada cuadro, porque toda ella rebosa una energía incontenible que cada día materializa en su obra.

«Cada persona es la que debe encontrar su forma de expresarse, el artista tiene que ser sincero ante su obra y ante el mensaje que desea plasmar o trasmitir», comenta Herminia de Lucas. Pero para ser veraz y consecuente en arte hay que meditar y ello implica descifrar lo que se siente. Es un gran error objetivarse artísticamente, pues el arte constituye la salvación del narcisismo y la objetivación artística implica, por el contrario, la confirmación del mismo. Nuestra vida debe ser una búsqueda para saber más de nosotros mismos, porque el saber nos llevará a ser, y aunque nada se sabe de forma permanente, es bien cierto que el conocimiento nos conduce a la verdad y que ésta se da antes que la razón, la cual, en numerosas ocasiones, sólo sirve para justificar nuestra conducta.

Todos sus trabajos constituyen un viaje a un mundo interior desde donde proyecta las vivencias de cada día, aunando cielo y tierra en una dicotomía subyugante, persiguiendo la totalidad, la visión del conjunto. El dibujo desaparece para dar paso a las vibraciones del color y a la sugerencia. Los retazos de la memoria que desempolva en sus obras, con la polisemia de sus signos y esa exposición estética cargada de añoranzas, nos hacen reflexionar sobre nuestra identidad. Y es que la búsqueda de algo perdido constituye el origen de la memoria y ésta, sierva en su pasividad, alimenta nuestro pensamiento a través del tiempo. Sin embargo, después de haberla transitado, aquello que se escapa de la misma, es lo que llamamos libertad.

«Lo importante en pintura es tener algo que decir. La técnica, a veces, elimina la frescura», afirma esta mujer . Óleos, acuarelas, ceras evidencian un gran dominio de la técnica y una gran pasión en su trabajo. La caseína, muy luminosa, confiere al cuadro esa vitalidad capaz de hacernos llegar el pulso de la vida. El rastreo de sus vivencias, en las que evidencia un desahogo emocional, marca su primera etapa, más intimista, mientras que la fuerza y su carácter biófilo lo hacen en aquellas otras más cercanas a la abstracción. Convencida de que enseñar es una forma de aprender, no le preocupa su evolución, sino el ser consecuente con su obra, ya que un artista evoluciona sin pretenderlo. No se aprende a crecer, simplemente se crece.

La vida es una máquina para la que no hay respuestas ni repuestos, contaba Mario Benedetti y en las pupilas gastadas de Herminia de Lucas, una mujer que sigue buceando en el arte y en la vida, se lee la confesión de una pintora apasionada: «No sabemos si pintamos para expresar lo que tenemos o para evidenciar aquello que necesitamos».

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