Diario de León

Los colores de la Costa Azul

Le Corbusier, Cezanne y Matisse protagonizan el viaje desde Marsella a Niza

Publicado por
J. a. González (johnny)
León

Creado:

Actualizado:

Cruzamos los Pirineos dejando Collioure y los pueblos de costa para otra ocasión. En la retirada de los republicanos derrotados, al pasar esta frontera y entrar en el pueblo de Colliure, cuenta Corpus Vargas que tuvo que coger en brazos a la madre de Machado que preguntaba: «¿Cuánto nos falta para llegar a Sevilla?» Y atraviese yo por donde atraviese estos montes, siempre me vienen a la mente estas palabras y a la garganta un poco de hiel.

El campo francés fue domesticado sin violentar los ritmos propios de la naturaleza, sin la transformación a gran escala del paisaje, como sucede en otros países. Los pueblos tienen una tipología de construcción parecida y los colores marrones se funden con el paraje sin grandes aspavientos.

Después de Narbona nos desviamos por la A61 a Carcassonne. Aparecen los campos de lavanda; campos ondulados y con algunos cipreses recortándose sobre el horizonte. Me parece que estamos en la Toscana y así lo manifiesto en voz alta. Pero al llegar a Carcassonne, en la primera propaganda que leemos, nos enteramos que esto mismo lo había puesto por escrito Stendhal ciento cincuenta años antes; por eso que también el paisaje es un estado de ánimo.

Carcassonne es una ciudad fortaleza medieval del siglo XII, con dos murallas y más de cincuenta torres. Refugio de los Cátaros (Catharo=puro), fue conquistada por Simón IV de Monforte, un guerrero sanguinario normando que aceleradamente puso en marcha las hogueras purificadoras. «Los pobres chamuscados son siempre los mismos: Las almas apasionadas, y poéticas», había dicho Tácito once siglos antes. Los Cátaros se apoyaban en las Escrituras y hacían suyos los pasajes donde Cristo manifestaba que los que siguieran su doctrina serían perseguidos, desterrados y expulsados de sus ciudades, sin embargo, la Iglesia de Roma no era definida por estas características, al contrario, era ella la que perseguía. Habrían de pasar otros cuatro siglos para que Descartes, otro hombre del norte, desenchufara la televisión medieval-Dios, la teología, el tomismo, etc y pusiera al hombre en la centralidad de la historia.

Carcassonne fue restaurada por Violet-le-Duc a mediados del siglo XIX y lo hizo de acuerdo a la idea romántica que él tenía del gótico medieval: Las torres tenían que estar cubiertas por cúpulas puntiagudas (que no era lo propio en estas zonas) y en lugar de la teja de colores ocres, lajas de pizarra oscura. Ya en la restauración de Notre-Dame agregó una aguja que la hace más esbelta y más recogida.

En conjunto es una ciudad medieval bellísima y en la planta baja de los edificios hay restaurantes, brasseries, hosterías, tiendas de souvenirs, talleres de plateros, etc., todo entre gallardetes y banderolas multicolores. El caserío que se apretaba a la muralla, se ha convertido en una ciudad de cuarenta mil habitantes con un trazado en cuadrícula al lado del Canal de Midi.

Después de tomar unos «cafés cremes» en un jardincillo de Carcassonne, en frente de un cuartel del ejército francés, compramos unos refrescos y salimos a un área de descanso a comer. Para viajar de forma barata, al menos una de las comidas la hacemos a base de bocadillos. Un buen gourmet encontrará esta forma inaceptable, sin embargo nosotros, cuidamos la alimentación durante todo el año para poder dedicarnos a los bocadillos durante el verano, comida menos sana pero que nosotros preferimos. Para veintidós días de viaje llevamos sesenta latas de sardinillas en aceite de oliva, a ser posible marca Rianxeira, un kilo de cecina de Astorga envasada en lonchas al vacío, dos tiras de chorizo longaniza picante y Raquel, alguna vez, lleva media docena de huevos duros para tomar con sal y espárragos. La fruta, el pan y el queso lo vamos comprando a lo largo del recorrido.

El próximo destino es Marsella. Cruzamos La Camarga con un paisaje de caballos y de toros y con un cielo de azul brumoso, tan querido por los pintores impresionistas y «fauvistas». Es La Provenza de Van Gogh, Cezanne, Gauguin, etc. En Marsella queremos ver exclusivamente el edificio Unité d´Habitation de Le Corbusier. Cuando entramos por la parte oeste de la ciudad preguntamos a varios transeúntes de la ciudad que no saben orientarnos, hasta que una agente de policía nos manda hacia el boulevard Michelet, que está al otro extremo y nos indica que preguntemos por el Velódromo. Con estas explicaciones atravesamos Marsella y temía, en mi fuero interno, no poder reconocer un edificio tan copiado en todo el mundo y también en esta ciudad. Pero allí está, enfrente del campo de fútbol, sin posible confusión. El Jardín Vertical. Y uno se reconcilia con el hormigón. Parte de él está en rehabilitación y los espacios verdes que había a su alrededor casi han desaparecido. De cualquier forma sigue siendo una especie de barco frente al mar de La Provenza. Se construyó como solución a las altas concentraciones de población que la nueva sociedad industrial exigía, pero abordando una calidad de vida como antídoto a la miseria, producida por aquella misma sociedad.

El edificio descansa sobre gigantescos pilares para dejar espacio a la circulación. A esta hora de la tarde el sol da sobre una de las fachadas que tiene un color pajizo y las terrazas, con sus brise-soleil de colores rojos, verdes, azules y naranjas salpican las caras del edificio. A media altura, el corredor se amplía para convertirse en la rue interieure , con el restaurante y el hotel. En la azotea está la guardería, la pequeña piscina y el solarium, así como las torres de ventilación y ascensores, que desde abajo parecen las chimeneas del barco. La impresión general es la de un barco en medio de un mar en calma.

Le Corbusier, que tiene obra en todo el mundo y es uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX, tiene también dos sonados fracasos. El primero es el concurso para la construcción en Ginebra de los edificios de la Sociedad de Naciones y que el jurado del concurso falló a favor de Nuyent, alegando que Le Corbusier no había presentado el proyecto a plumilla. El segundo fue el proyecto para la construcción de la ONU.

La sede central de la ONU había de construirse en Nueva York, en unos terrenos donados por Rockefeller en una zona totalmente degradada y conocida por el Callejón de la Sangre, ya que había muchos mataderos ubicados allí. El solar fue vendido por William Zeckendorf en ocho millones y medio de dólares y la operación se firmó en la Costa Azul, en Montecarlo.

Wallace Harrison, coordinador del proyecto reunió en el Centro Rockefeller a los mejores arquitectos de los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial que acababa de finalizar. El arquitecto más joven era Oskar Niemaier y el más reconocido Le Corbusier, que ya habían trabajado juntos en Brasil diseñando el Ministerio de Educación. No se invitó a Mies van der Roher por ser alemán, a pesar de que llevaba unos cuantos años exiliado en Estados Unidos. El diseño del Secretariado y de la Asamblea es de Niemaier y de Le Corbusier, aunque disuelta la reunión, dadas las gracias a todos por las ideas aportadas, se encargó el proyecto a Max Ibraimovich.

En 1955 se inaugura el edificio de Marsella Unité d´Habitation.

Dormimos en Aix en Provence, aunque antes de acostarnos tomamos un café en el Café Les Deus Garcons para ir asumiendo espacios de Paul Cezanne.

Aix en Provence es la ciudad universitaria de Marsella y la patria chica de Zola y Cezanne. Aquí vivió Cezanne casi toda su vida con breves estancias en París que dejó de frecuentar una vez que se enemistó con Zola.

Zola, que había triunfado, compró una propiedad en Auvers-sur-Oise donde vivía en un ambiente de alegre camaradería con artistas coetáneos. Cezanne, sin embargo, era una persona introvertida y difícil, imposible de encajar en aquél entorno, que pronto dejó a su amigo y volvió a Aix en Provence. Aquí, en un ambiente hostil, fue desarrollando su obra, pintando y repintando sus cuadros y volviendo sobre ellos infinidad de veces. Sus colores inicialmente son un tanto sombríos; en su Desayuno Desnudo el único color luminoso de todo el cuadro son unos diminutos melocotones; incluso en sus paisajes los colores nunca son excesivamente intensos. Su paleta se amplía al reunirse con Pisarro y salir a pintar al campo como todos los impresionistas, si bien parece que los colores, antes de pasar al cuadro pasan primero por su alma no demasiado alegre.

Cezanne es ya de los pintores que «pintan con todo el cuerpo» y que utilizan el color a efectos de crear un ambiente determinado, aunque éste no fuera real. Picasso, al que no conoció, siempre lo consideró un maestro y en 1959 se instalará en el Castillo de Vauvenargue, al otro lado del macizo de Sainte Victoire, que tantas veces pintó y deconstruyó Cezanne. Aquella relación didáctica es el motivo de celebrar una exposición en el Museo Granet de Aix en Provence, que reúne a los dos maestros mostrando la necesidad de la obra de Cezanne para una parte notable de la obra de Picasso: Les Demoiselles de Avignon, Bañistas, Arlequines, naturalezas muertas, etc-¦.

Precisamente voy buscando las naturalezas muertas de Cezanne, que es la pintura que más aprecio en este autor y que algunas de ellas son difíciles de ver, pues están en museos de Estados Unidos, de San Petersburgo o en manos de coleccionistas particulares.

Estos bodegones son un himno en color a la belleza cotidiana. Su carga emocional traspasa los límites de la grandeza de este tipo de pintura. Es un intento de fundir los diversos elementos del cuadro en unidades sintéticas de un mundo complejo.

En el caso del cuadro Fruits, serviette, et boite á lait (óleo sobre tela) la composición es muy sencilla. Sobre una mesa o panera, adosada a una pared de azulejos en forma de rombo, se apoyan varias cosas: un recipiente de latón o aluminio para traer la leche de la granja o de la lechería y de la misma edad que la mesa. Una barra pequeña de pan. Una copa de vidrio transparente. Una servilleta blanca (por el color podría ser un trapo o rodilla para enjugar mesas, pero al estar inmaculado, lo denomina servilleta). Y unas manzanas verdes y rojas. Me imagino que son manzanas, aunque supongo que son el arquetipo de las manzanas y ese verde, nunca visto en esta fruta, entiendo que también es arquetípico.

Por la tarde, a través de los bosques de pinos y robles que descienden hacia el mar, llegamos a una de las ciudades más exclusivas del mundo, Niza, que tomamos como «campamento» para recorrer los alrededores. El mar sigue asombrándonos con ese azul cobalto -azur, dirían los franceses-, del que es difícil separar la vista.

¿Qué puedo decir de Niza? Aquí murió Garcilaso de la Vega, aquél caballero y poeta petrarquista, cuando perseguía al ejército de Francisco I de Francia, que retrocedía sin presentar batalla. Y aquí murió Carolina Otero, la Bella Otero, aquella gallega bailarina que después de derrochar varias fortunas entre Nueva York, París y Mónaco vivió en Niza pobremente, con una pequeña pensión, que decían, le pasaba el Casino de Montecarlo. De ella escribió Bonafoux: «Dígase lo que se quiera, la historia de España en los últimos veinticinco años (1900), ha sido representada en Europa, por el trasero de la Otero. La historia de su nalgatorio, zarandeándose en molinete por toda Europa, es la historia de la actualidad española-¦».

Entre medias, por aquí ha pasado la resaca de todas las guerras y revoluciones europeas y rusas. Por aquí han pasado todos los decadentes, todo el surtido de príncipes y princesas, de barones, marqueses y duques verdaderos y falsos. Majestades reinantes y exiliadas, pero ambas con buen presupuesto, es decir, los ahorros del reino. Millonarios y millonarias yanquis con sus amantes convertidos en secretarios, cocheros o croupiers de casino; sin olvidar la quinta de la tisis, con Chopin, Schumann y Liszt.

Nietzsche, que había dejado la universidad de Basilea, inició su vagabundeo creativo llegando a Niza en abril de 1887. Se aloja en la pensión de Geneve, rodeado de medicinas para sus múltiples enfermedades y huyendo del frío del norte. (Goethe decía, al pasar a Italia desde Alemania que, «parecía venir de un viaje a Islandia»).

Aquél invierno Nietzsche escribe en Niza: «Los días llegan aquí con descarada belleza; jamás hubo un invierno más perfecto (-¦) Todos estos colores tamizados por una luz gris plata, tonos espirituales, espiritualizados; ni el menor rastro de la brutalidad de los colores fundamentales».

Y que no se me olvide que aquí el poeta Guillaume Apollinaire, en 1914, se enamoró de la ingeniosa, desenvuelta y frívola Louise de Coligny-Chatillon y que tras varias espantadas de ella se alistó en el 38º regimiento de artillería y escribiría todos los días cartas a su amada: Poemas a Lou. Apolinaire murió en 1918 de la forma menos heroica; en la epidemia de la llamada gripe española, dos días antes del armisticio.

Hay tres zonas perfectamente diferenciadas en Niza: Las playas y borde del mar o Le Promenade des Anglais, con sus hoteles emblemáticos y sus zonas de baño privadas; la plaza roja o Plaza Massena, de calles peatonales y bares de copas con actuaciones en directo; y la zona alta, encaramándose en la montaña, con sus palacetes de grandes jardines y algunos museos (Matisse).

Nos alojamos en el ETAP de la calle California, a cien metros del Promenade des Anglais. En Niza hay tres hoteles de la misma cadena.

Salimos al paseo para inundarnos en la luz y el glamour de la noche. Aunque parezca mentira los grillos cantan en la delgada meridiana, a lo largo de la playa. Los coches deportivos pasan lentamente. Al llegar al Negresco, el más insigne de los hoteles de la C´té d´Azur, hoy monumento nacional, decidimos entrar al servicio. Pasamos a la cafetería, toda en madera y marquetería, con un camarero alto y rubio, de chaleco verde y pajarita y una docena de personas que se vuelven al entrar nosotros. Recordé que Almodóvar dice que una de las sensaciones más placenteras que puede experimentar una persona, es que entres en una sala y notes que la gente presente se vuelva hacia ti con ojos de aceptación y deseo. Evidentemente no es este el caso. La mirada de los parroquianos parece más bien incrédula o impertinente. Y es que nuestra ropa playera, playera, no será muy adecuada para esta cafetería. Deben de creer que somos unos sin papeles. Pedimos la consumición y, antes de que el camarero salga de su asombro, le preguntamos por les toilletes. Por una puerta lateral entramos a una galería interior acristalada, con algunas boutiques de marcas conocidas y los aseos al fondo. Aunque no tienen una adaptación específica para minusválidos, es suficientemente amplio para jugar un partido de baloncesto con silla de ruedas. Los lavabos son de metal dorado, encastrados en maderas nobles y el sanitario y el bidé están forrados de maderas oscuras.

Aclaración: Que entremos en el hotel no significa que no haya baños públicos en Niza. Sucede que los que conozco quedan un poco a desmano. Este sistema me lo brindó mi amiga Ana, guía turística, y que quedó parapléjica, cintura y miembros inferiores, consecuencia de un accidente de autocar en la India. Ana vive en El Escorial y, como se sabe, en Madrid no existen baños públicos, ni adecuación en los servicios de los bares del centro, por ello le pregunté ¿y si yo quiero conocer Madrid, cómo puedo hacerlo con la dificultad apuntada? Se quedó pensativa un momento y me explicó: como Madrid es muy grande divídelo en cuatro cuadrantes; cada vez que vengas coges un hotel en uno de los cuadrantes y visitas los alrededores, no alejándote demasiado por si tienes un apretón-¦ ¡De este modo en cuatro viajes lo tienes chupado!

tracking