Diario de León

Fórmula magistral

Saga de boticarios

LA PASIÓN POR LA FARMACIA UNE EN LEÓN A DOS GENERACIONES DE BOTICARIOS. SIETE MIEMBROS DE LA FAMILIA CARRASCO ARIAS-ARGÜELLO SON FARMACÉUTICOS Y YA TIENEN RELEVO. lOS NIETOS SIGUEN LA ESTELA DE UNA PROFESIÓN VOCACIONAL

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Francisco Javier Carrasco y María Luz Arias-Argüello encabezan toda una familia farmacéutica: sus tres descendientes, dos hijos, Antonio y Joaquín, y una hija, Gloria, eligieron el mismo camino que cruzó sus destinos en Granada a finales de los años 50. También lo son sus nueras. Y ya tienen un nieto, Ángel, con vocación de boticario. En esta familia, la farmacia es «profesión y pasión».

Él, natural de un pueblecito de Sevilla, Villamanrique de la Condesa, al lado del Rocío, y ella de Pola de Lena, Asturias, estudiaban en la Facultad de Farmacia de la capital granadina. En 1962 terminaron la carrera y al año siguiente aprobaron la oposición de inspección de farmacia. «Farmacia era la única carrera, además de Filosofía, en la que había más chicas y en los colegios mayores se fomentaba la relación», señala el matrimonio. Él ya está jubilado y ella, en activo en su oficina de farmacia de la calle Julio del Campo.

Por aquel entonces, ni se imaginaban que León sería el destino definitivo de su profesión y de su hogar. Francisco abrió una pequeña farmacia en La Rinconada, Sevilla, pero a María Luz le «tiraba mucho» su familia y quería estar un poco más cerca. Al enterarse de la venta de una oficina de farmacia en Santa Lucía de Gordón tomaron la decisión que marcaría su vida.

María Luz Arias-Argüello no quiso ejercer la profesión de inspectora farmacéutica, pero cuando tuvo la oportunidad abrió farmacia en Campomanes y allí se desplazaba casi a diario, salvo en invierno, en su dos caballos, el famoso Citröen 2CV. Todavía recuerda cuando llevaba a su hijo Joaquín, el menor de los tres, bien pequeñito. «Por suerte fue poco tiempo, porque enseguida compré la farmacia de León», apunta.

Francisco Javier Carrasco dejó la farmacia gordonesa para ser gerente de la Cooperativa Farmacéutica de León, puesto que ocupó durante tres años a finales de los años 60. Otros tres los pasó en la Cooperativa de Farmacia de Sevilla. «Pero quería ejercer la profesión de inspector farmacéutico y cuando se puso en venta la farmacia de La Pola de Gordón, la compré», comenta.

Entre La Pola de Gordón, Campomanes y León, donde tenían la residencia, se desarrollaron aquellos años. Sus hijos crecían entre el botamen y el laboratorio, sin saber que también sería su profesión en el futuro. «En aquellos tiempos la farmacia hacía análisis clínicos, se atendía la beneficencia municipal, aunque la gente de la minería vivía bastante bien porque tenían pensiones», explican.

Eran tiempos en los que se hacían más fórmulas magistrales. Los jarabes para el catarro, entre las más abundantes, y entre las más curiosas un preparado denominado «jarabe del histérico» que se prescribía con frecuencia a las mujeres con problemas de menopausia. «Ahora se demandan en dermatología y, cada vez más, en pediatría», comenta Patricia Téllez, con oficina de farmacia en La Palomera, quien también forma parte de la familia. Está casada con Antonio Carrasco, el primogénito.

La historia se repite: Antonio y Patricia se conocieron en Salamanca, donde ambos estudiaron la carrera de Farmacia. Con marcado acento extremeño, es de Badajoz, comenta con humor: «Es que para entrar en esta familia lo primero que hay que tener es el título de Farmacia». Un cóctel con unas gotas de destino y pasión por el mundo farmacéutico los unió en Salamanca. «Yo soy de Badajoz y me correspondía estudiar en Sevilla», explica Patricia Téllez. «Al principio quería estudiar Medicina, porque mi padre es médico, pero la carrera de Farmacia me enganchó desde el primer día». Nunca imaginó que acabaría ejerciendo su carrera en León, «León me sonaba tan lejos». Pero acabó en Pola de Gordón, después de pasar por Pamplona para estudiar un Master en Investigación y Desarrollo y cuatro años de trabajo en un laboratorio de Madrid, capital en la que también desarrolló inicialmente su actividad profesional Antonio Carrasco. «Busqué otras salidas a la farmacia», recuerda Antonio. Un año en Estados Unidos, un Master de Gestión de Empresas MBA Internacional en el Instituto Empresa, varios trabajos en Madrid: «Tengo una visión del mundo muy particular» confiesa, y argumenta la frase, «de pequeño me pasaba las vacaciones visitando enfermos con mi abuelo, que era médico, y jugaba en la rebotica de la farmacia de Campomanes y Santa Lucía».

Patricia y Antonio tomaron la decisión de asentarse en León hace 19 años, en la autovía de vuelta a Madrid, tras pasar unas Navidades en León. «Nos hablaron de una farmacia que vendían en Benavides. Fuimos todo el camino hablando de eso y a las 12 de la noche paramos el coche y llamamos al dueño desde una gasolinera y le dijimos que nos quedábamos con ella». Dicho y hecho. Antonio se pasó dos años metido en la farmacia, haciendo guardias, «estaba muy contento y sigo estándolo», y Patricia aún permaneció dos años más en Madrid. Los hijos vinieron después, tienen tres. La organización familiar depende de los turnos de guardias, «cuando mamá y papá hacen guardias, la familia se desplaza».

Patricia Téllez regenta una de las diecisiete farmacias de la provincia autorizadas para preparar fórmulas magistrales. Esa mañana le lleva un encargo a su suegra, cuya farmacia está entre las 132 con permiso para dispensarlas. Las exigencias para disponer de laboratorio en la farmacia redujeron considerablemente el número de farmacias con posibilidades de preparar fórmulas magistrales. Aparte de espacio se requiere una inversión que puede alcanzar los 18.000 euros.

«La farmacia está en todas las conversaciones de la familia», afirma Patricia y lanza una mirada a Antonio, el primogénito de la saga, «al ser todos farmacéuticos nadie se siente desplazado en las conversaciones».

Los cambios son fruto también de los avances y de la cultura de cada tiempo. «La cirugía evolucionó mucho en estos años, pero los fármacos han evolucionado tanto o más», apostilla María Luz Arias-Argüello. Todo ello asentado sobre una sabiduría milenaria: «El veneno de serpiente que ahora está de moda para las arrugas, ya se usaba hace dos mil años», apostilla. Nuevos o antiguos, recalca, «los fármacos están para prolongar la vida y tener calidad de vida».

La biografía de esta familia corre pareja a la evolución de la oficina de farmacia en los últimos cincuenta años. Francisco Javier Carrasco vivió, a principios de los setenta, los años en los que empezaron las guardias por turnos en las zonas rurales. Hasta entonces todas las farmacias estaban obligadas a hacer guardia las 24 horas durante los 365 del año, una situación que aún no se ha extinguido en León: la farmacia de Truchas trabaja al ritmo de aquellos tiempos, como si el reloj se hubiera detenido.

«Hablé con los alcaldes de Villamanín, La Pola de Gordón y La Robla y nos consintieron hacer una guardia semanal a cada farmacia», explica Francisco Javier Carrasco. Ahora es su hijo, Antonio Carrasco Arias-Argüello, actual presidente del Colegio Oficial de Farmacéuticos de León, quien reclama una reorganización de las guardias nocturnas rurales. Hay que modificar la orden del 2 de marzo de 1998 que determina los horarios oficiales de apertura, de guardias, urgencias y vacaciones de las farmacias. Ahora la batalla está mucho más lejos: en Valladolid, en la Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León.

Francisco y María Luz contagiaron la vocación por la familia a sus hijos y a su hija sin proponérselo. «Nunca les dijimos que estudiaran Farmacia. Recuerdo cuando hacíamos las guardias en La Pola de Gordón y Joaquín siempre se levantaba y quería venir. Yo le llevaba y le decía: Esto es la farmacia. Pues me gusta, repetía el niño. No percibieron el trabajo, a veces sacrificado, con quejas, sino con siempre con satisfacción», apunta la matriarca.

«Nunca vi a mi padre veranear con nosotros, sólo iba y venía a llevarnos y recogernos, apenas cuatro días, pero nunca dudé en estudiar Farmacia», asegura Gloria Carrasco, a quien su padre le vendió la farmacia de La Pola de Gordón hace quince años. «Aún no se la he terminado de pagar», subraya la hija. En esta farmacia dio sus primeros pasos al lado de su padre. Allí pasa muchos fines de semana y gran parte del verano. Ahora las guardias son de una semana entera. Se turna con la farmacéutica que tiene contratada.

«Más duro que las guardias es la incertidumbre con la que vivimos ahora: primero los genéricos, ahora los precios, en abril las monodosis. Tenemos personal a nuestro cargo, gente que lleva toda la vida, y ahora me preocupa ser capaz de sostener el sistema que tengo organizado», apunta Gloria Carrasco, quien fue presidenta del COF de León antes que su hermano.

En La Pola de Gordón tiene contratada, además a una auxiliar y a otra persona a media jornada y está viendo que en algunas farmacias ya se han producido despidos para ajustar los gastos por la reducción de los precios de los fármacos. «No eres una empresaria que mandas desde un pedestal, yo me siento con una responsabilidad moral», añade. La escucha y la atención, además del conocimiento científico, son las máximas que valora en su profesión.

El día a día le dice que son estos valores los que hacen responder a la gente con «confianza y gratitud» en su farmacéutico o farmacéutica. «La cercanía del farmacéutico como profesional sanitario es una de las cosas que más valora la población», añade Carrasco. Una virtud de la profesión que su madre practica desde que empezó en su primera oficina: «Tenemos vocación de servicio y si hay que reñir a la gente, que a veces es necesario, lo hacemos con una sonrisa».

Cuando se jubiló Francisco Javier, su hijo Joaquín le «compró» la farmacia de la calle Máximo Cayón Waldaliso. «Se las ha vendido para que sepan que las cosas valen, que suponen un esfuerzo», explica la madre. «Es una forma de que ahorren. Al final todo va a ser para ellos», añade el padre.

«Hubo un momento en que dudé si estudiar Ingeniería Industrial, pero lo descarté pronto, casi no me planteaba otra cosa que no fuera farmacia», recuerda Joaquín. Al acabar la carrera consiguió una beca que le permitió desarrollar su profesión en el terreno de la investigación en un laboratorio de la facultad en Salamanca, «pero no era lo que me gustaba, mi padre se jubiló y me quedé con la farmacia». Joaquín Carrasco Arias-Argüello ejerce su profesión en La Chantría, un barrio céntrico de la capital, «pero la relación con la gente no es muy distinta a la zona rural, el trato es muy cercano y hay clientes que te traen huevos, fruta y otros regalos, como en los pueblos. Esto lo vi también con mi padre».

La vocación por la farmacia se mezcló con la pasión sentimental y Joaquín también eligió a una farmacéutica para compartir vida y profesión. María Liñán es de Zaragoza y, como Patricia, optó por seguir la senda de la saga familiar Carrasco Arias-Argüello y se trasladó a León. Abrió una parafarmacia y centro de estética en Eras de Renueva. «Empezó a trabajar con mi hermana en La Pola», explica Joaquín porque María, tras la sesión fotográfica, abandona la reunión para atender a su hijo pequeño; tiene dos criaturas.

«En mi familia nunca se habló de la farmacia como un sacrificio», asegura Joaquín. «Un profesional con vocación de servicio, pero no servil», se define, «accesible», que se enfrenta a los cambios con incertidumbre. «Estamos asustados y preocupados por el futuro», apostilla el primogénito, Antonio Carrasco, «vivimos un momento de muchos cambios, las monodosis, la bajada de los precios de los medicamentos». A la política de ahorro farmacéutico implantada por el Gobierno se añaden los cambios en la atención a los usuarios, «ahora dedicamos mucho más tiempo a responder sobre consultas de dermofarmacia, dosificación personalizada y dudas de los pacientes».

María Luz siempre lleva la insignia de oro la profesión, una serpiente enroscada en torno a una copa. «Me la regaló Javier cuando terminé la carrera», apostilla. Y es el primer regalo que han recibido sus hijos y su hija cuando obtuvieron el título, todos en la Facultad de Farmacia de Salamanca. La insignia espera ahora que la incipiente vocación de Ángel, el nieto mayor, cristalice en un nuevo farmacéutico en la familia. La vena boticaria le viene tanto de su madre, Gloria, como de su padre. «Me veo en una farmacia. Desde pequeño he estado metido en una rebotica. Mis abuelos me cuentan experiencias que me resultan interesantes», asegura, y con sus palabras describe la continuidad de la saga. Ángel Rodríguez Carrasco tiene ahora 15 años. La vena sanitaria le viene de casta. Su abuela paterna también es pediatra y farmacéutica.

«Creo que no sabría hacer otra cosa», asegura. No tiene miedo a las dificultades, «con ayuda de la familia siempre se superan las dificultades». Le apasiona la óptica y la acústica, por eso tiene planificado estudiar en el CEU en Madrid «hay muchas personas que visitan la farmacia con problemas visuales y auditivos», dice, y se muestra cercano al afirmar: «Como yo soy miope entiendo los problemas de la gente».

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