Diario de León

gregorio gonzález fresno

El vulcano de ardón

«en días de agua, cantina o fragua», recuerda el viejo refrán nuestro paisano, uno de los últimos herreros de león. maestro de forja, aún reina en un taller de 300 años que es un auténtico museo etnográfico

Norberto Cabezas

Norberto Cabezas

Publicado por
Emilio Gancedo
León

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Saltan chispas de su yunque y también de su mirada. Se adivina mucha fortaleza ahí dentro, y uno imagina el interior de Gregorio González Fresno como una especie de alto horno por el que circulan ríos de metal licuado, con fibras de acero tirante y también un corazón de hierro blando.

Gregorio es herrero, algo que hoy puede sonar casi hasta exótico, cuando hace 50 años no había pueblo en León que no tuviera al menos uno, imprescindible artesano a medio camino entre el genio, el orfebre y el chamán de cuyas manos salían todas las herramientas, todos los arreglos, todos los remaches. Azadas, hoces, tenazas, gadañas, podones, sacabuches, cuchillos, navajas, filos de todas clases, rejas de arado, las herraduras de las vacas, caballos y mulas, sacar llaves de una sola pieza, alumbrar clavos, bisagras, cerraduras, argollas, cadenas, martillos, instrumentos que poseen la mágica facultad de reproducirse a sí mismos, elaborar cruces, puertas, lámparas, balcones, veletas, candelabros, verjas... todo, todo se hacía a fuerza de brazo y de fuego. Y Gregorio González Fresno, que ha dedicado toda su vida a la forja, tiene todavía en Ardón fragua, apenas modificada, 300 años de fragua de tapial de techo bajo y tintineos constantes donde hay un altar crepitante dedicado al antiguo dios que enseñó al hombre a dominar el soterrado mundo del metal y los arcanos secretos de las aleaciones.

Gregorio tiene 75 años y pega duro al yunque. Se mueve rápido, sin dejar de hablar. Alimenta el fuego, desliza en él barras de hierro, alegre, la mano casi hasta dentro, inmune a la mordedura de su rojo aliado -lo tiene en parte domesticado, lo conoce bien-, ríe, cuenta chistes y anécdotas, luego se ven unos martillazos más, 'templa' la pieza candente en agua fría, mucho humo, y por fin salta la argolla, lista, al suelo de tierra pisada.

Gregorio es el séptimo herrero de su saga, su padre trabajó en esta fragua que es un museo etnográfico real, auténtico, una reliquia necesaria, y también varios tíos, hermanos y el abuelo, que aprendió el oficio de otro profesional cercano en aquellas herrerías tan propicias a la tertulia de carreteros, labrantines, arrieros y viajantes.

«Les gustaba bromear. Tiraban una herradura recién salida de la fragua a la calle y, fíjate lo que eran las cosas entonces, la gente en cuanto la veía se tiraba a ella a cogerla. Claro, se quemaban». González Fresno, posiblemente el último herrero de la provincia junto al veterano Pepe Ares, de Valdespino de Somoza, marchó del pueblo en el año 1968, cuando vio que el éxodo rural y la mecanización del campo iban a acabar -como con tantas otras cosas, aunque todavía entonces había en Ardón 60 parejas de vacas- con el oficio de herrero, tan viejo como la propia civilización, y marchó a León, donde tuvo la fortuna de trabajar en lo que realmente le gusta, en varios talleres de forja artística, y además durante quince años fue maestro en el Centro de los Oficios. Y todo eso lo simultaneaba «yendo a La Vecilla, a Boñar, a Palanquinos, an cá' Dios , a herrar parejas y caballerías», cuenta, y abriendo siempre que iba al pueblo, hasta hoy, la fragua. «Si no la abro y miro cómo va esto, parece que me falta algo».

Nadie en la familia seguirá su ejemplo, y eso que ejemplo, y consejo, tiene para dar y tomar («aquí no vale sólo con dar golpes, esto tiene su punto, buen toque de muñeca hay que tener»). Los pretiles del puente de San Marcos, la verja de Botines, la balconada de la Plaza Mayor, una de las veletas isidorianas, el popular cartel de La Gitana, una copia perfecta de la verja de la iglesia del Mercado... y hasta 400 lámparas para un hotel de Tenerife. Todo eso, y mil cosas más, ha hecho nuestro paisano. «Y a mano, sin soldaduras y sin máquinas, como se hacía antes».

«¿Esto es difícil, Gregorio?». «Bueno, ya sabes lo que dicen: -Las faltas del herrero y del médico las cubre la tierra-». Y dice: «Este carbón de ahora es malísimo». Y sigue golpeando.

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