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Uruguay: arte y locura

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El esfuerzo de los improvisados artistas, impulsado por una enfermera con 34 años de experiencia y mucha paciencia, Selva Tabeira, ha llevado un rayo de esperanza al Hospital Vilardebó, que era considerado uno de los mejores manicomios de América Latina a principios del siglo XX, pero que en la actualidad está muy venido a menos.

Según Selva Tabeira, la enfermera impulsora de la iniciativa, la terapia logra apagar las oscuras voces interiores de los enfermos y relaja sus tensiones corporales. Sus participantes tienen entre 21 y 50 años, «casi todos proceden de un ambiente social deficitario y han cometido un delito de sangre en su contexto familiar», relata Tabeira.

La enfermera argumenta que «la idea del taller es que aprendan oficios, que vuelvan a estar en la actitud postural de ocho horas de trabajo y que se adapten a la medicación».

El nombre del proyecto, Taller Sala 12, se debe a que sus beneficiarios proceden de los sótanos de la Sala 11, la de mayor peligrosidad del Vilardebó, ubicado en un barrio de Montevideo. Como parte de la iniciativa acaban de pintar un mural en el Mercado Modelo, un centro comercial de mayoristas ubicado en el barrio montevideano del mismo nombre, y su próximo reto callejero este año será otro mural, ahora en el barrio de Colón.

El artista Adrián Velando, un ex paciente del hospital que dirigió la primera tarea, destaca lo importante que es «el control del tiempo» al que obliga a los enfermos, que dedicaron cinco días a terminarla. Para salir a la calle no solo deben estar medicados, sino también contar con el permiso de un juez, porque muchos cumplen condena por graves crímenes, pero al sufrir también problemas psiquiátricos son derivados al Vilardebó.

«Se vio que había un desfase entre el período en que los enfermos tenían el alta médica dentro del hospital y el alta judicial» y «este espacio promovía aspectos más sanos de la personas a la vez que iba integrando muchos valores» y «los preparaba para su regreso», explica Andrea Ferreira, la psicóloga del taller.

Según Ferreira, «además de estar ocupados, lo que hace que piensen menos en sus conflictos, el taller también desarrolla el aspecto creativo» pues «todas las fantasías» están «puestas en las manos».

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