Diario de León

carlos ‘el del caracas’

Carlines y las ardillas

Siete roedores vigilan la buena marcha del histórico bar Caracas, en Sahagún, para pasmo y curiosidad del parroquiano. Pero Carlos, el heredero de la receta secreta de unas patatas apoteósicas, también crió aquí a la iguana ‘Mariguana’, y peces, tortugas y salamandras

jesús f. salvadores

jesús f. salvadores

Publicado por
Emilio Gancedo
León

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Poco antes de tomar posesión de su puesto en Sahagún, una trabajadora municipal culta e inquieta, originaria de un valle del norte leonés, se dedicó a conocer a fondo el patrimonio de estas llanuras de chopo y cereal con el fin de familiarizarse con unos paisajes tan distintos de sus brañas natales. Y recorrió el monasterio de San Pedro de las Dueñas; los muchos templos mudéjares; Grajal, artillero y condal; el rosario de villas terracampinas y porticadas, y después habló de todo eso con una auténtica vecina de Sahagún. Y ésta le dijo:

—Nada, lo primero que tenías que haber hecho era ir a probar las patatas del Caracas.

Vaya, que la manera que tienen en este local de preparar y aderezar sus veteranas tapas es reconocida unánimemente entre la población como insuperable a la orilla izquierda del Cea. Pero el céntrico bar de la avenida Constitución tiene otras peculiaridades entre las que descuella el conocido y singular grupo de ardillas chilenas que dan la bienvenida al cliente, supervisan los pedidos y divierten sus miradas con sucesivas y agitadas idas y venidas recorriendo el terrario en el que residen, mordisqueando cables y alimentándose de pienso para conejos.

«Yo compré una y un amigo otra sin saber que eran macho y hembra. ¡Y ahora ya son abuelos!», cuenta el responsable del establecimiento, Carlos de Prado, haciendo ver lo bienhumoradas y sociables que son y la raza a la que pertenecen —degú—, aunque carecen de nombres propios «porque son todas idénticas». Quien sí tenía nombre y se hizo muy famosa fue la iguana Mariguana, diez años atendiendo a los parroquianos. «Era muy buena, la llevaba a pasear al río con collar y correa, también andaba a sus anchas por entre las mesas y se dejaba cortar las uñas, pero se murió hace cuatro años, justo cuando España jugó la semifinal del mundial de fútbol contra Alemania —narra con no poca nostalgua—. Entré en el descanso y me la encontré patas arriba. Yo creo que fue de la tensión...».

Carlos encarna la tercera generación al frente del Caracas. Lo inauguró su abuelo Ambrosio, un mansillés emprendedor que también fue pionero en el servicio de taxis («claro, eso era cuando en Sahagún había gente», objeta), bajo el nombre de La Unión. «Lo que pasa es que de aquella el café se molía a mano y se mezclaba en casa, y lo hacían tan bien que la gente decía todo el rato: ‘Este café es mejor que el de Caracas’... y con Caracas se quedó». «Era un bar de partidas de naipes, de 50 mesas llenas todos los días, y era aún más grande, cogía el portal de al lado y la peluquería que sigue, y aquí se montó la primera televisión que hubo en Sahagún», recuerda el actual encargado. Y después pasó a manos de su hijo Pepe, dinámico hostelero que abrió bares y pubs en la villa y en la ribera del Órbigo subido a aquella movidina que hace un par de décadas sembró de salas de fiestas la tierra llana leonesa, y ahora es Carlos quien atiende, todo sonrisas y optimismo, y gusto por los viajes europeos y los animales. Estudió Electricidad en Palencia pero acabó decantándose por seguir la saga a pesar de que la mayoría de sus quintos viven fuera de la villa. «Poco más hay aquí aparte de la hostelería. La agricultura, pero para eso tienes que ser millonario», atestigua. Carlos avanza algo del secreto de las patatas («son variedades muy concretas, y las compramos a de productores locales»), y tanto es su éxito que en una semana veraniega gasta cosa de 700 kilos de tubérculos.

Salamandras, tortugas y peces poblaron también este zoo con barra y pinchos de cecina. Pero los degú tienen destino incierto. Carlos tiene que hacer reforma en el bar y está dispuesto a cederlos a quien los quiera. Al menos a uno que sepa lo que son, no como aquel abuelo que respondió al nieto preguntón:

—Eso, hijo, son una rara especie de murciélagos...

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