Diario de León

CANTO RODADO

ética y estética

entre la belleza de un viaje en tren a ponferrada, la luz sobre una fotógrafa olvidada y un presidente del gobierno sin respeto y sin vergüenza

León

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Ir en tren a Ponferrada es disfrutar de un espectáculo paisajístico. Tras atravesar el Manzanal, ese inmenso lazo ferroviario que salva las viejas montañas, la belleza se asoma a las ventanas del convoy por mucho que la Renfe no se haya esmerado en limpiar sus cristales. La estampa nevada de la Aquiana y El Morredero en esa pequeña cordillera que, si se mira bien, parece una mujer tumbada con su melena extendida, pone la guinda al viaje.

Ir en tren al Bierzo, aunque sea en un regional, es también un paseo por la provincia vacía que ha quedado como resto de la liquidación de la minería. Pueblos con el tiempo detenido donde no paran los trenes. Casas cerradas que toman el sol de la primavera adelantada con la esperanza de que alguien vuelva a abrirlas... Tal vez en verano o el próximo fin de semana.

Los antiguos muelles de carbón exhiben sus huesos deshechos, a punto de autoenterrarse en la montaña. Escombreras aquí y allá, negro sobre verde entre La Granja y Bembibre, y aún más allá, en Igüeña, retratan la vida pasada del carbón y el silencio que habita las cuencas colgado de la línea de baldes que aún se conserva en Brañuelas.

El tren, a su paso por los estrechos túneles del lazo, parece un fantasma. La tierra que abrió sus entrañas para dar calor y energía a media España o más, ahora está al margen de la alta velocidad y de las regalías del progreso. Claro que si van a hacer lo mismo que con los túneles de Pajares, mejor que lo dejen como está.

En Ponferrada nos esperaban un puñado de mujeres y algunos hombres en la Biblioteca Pública para ver el documental Joana Biarnés, una entre todos una fotoperiodista pionera olvidada y cuya memoria ha sido rescatada por dos jóvenes que recurrieron al micromecenazgo para financiar parte de la cinta. A Juanita Biarnés le abuchearon y le mandaron a fregar platos en un campo de fútbol en los años 60. El árbitro paró el partido porque no veía bien que una mujer retratara a los futbolistas. Se coló en el avión que trajo a The Beatles a Madrid y logró entrar en la habitación de su hotel en Barcelona. Sus exclusivas animaron durante años las páginas de Pueblo. Fundó una agencia de fotografía con otros colegas...

Cuando en los años 80 quiso publicar un reportaje sobre un hombre que había superado el cáncer y le dijeron que «eso no vende», «lo que vende es esto», o sea, la vida de famosos y famosas en el papel couché, colgó la cámara y abrió un restaurante en Ibiza.

Triunfó la ética. Y la estética. Y también el olvido. Gracias al documental y a pesar de que una enfermedad degenerativa limita su visión al 30%, Joana Biarnés ha vuelto a coger su cámara y a disparar con el corazón. Como hizo siempre. A día de hoy, en el mundo, sólo el 37% de las historias que se publican en los medios de comunicación de masas son firmadas por mujeres. Por más que nos empeñemos en decir que personalmente no hemos sido discriminadas —yo no lo diría tan tajantemente— hay una brecha de género en los relatos, en las miradas... que nos muestran esas pequeñas ventanas del mundo que son las noticias. El reto del 50-50 para 2030 también atañe a la información; a quienes la hacen y a quienes la protagonizan.

Más allá del género y del 8 de marzo, el presidente del Gobierno protagonizó el viernes otra de sus andanadas con la prensa al cortar a un periodista de la BBC que le quería hacer una pregunta sobre el brexit en inglés. Ninguna asociación de periodistas se ha quejado por la falta de ética y estética de Rajoy. Parece que la dignidad sólo se defiende según de quién vengan las vejaciones o amenazas. Sin respeto y sin vergüenza, el presidente deja en ridículo a su país (y a los colegios de pago en los que se [mal]educó). Si no sabe inglés, que le traduzcan.

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