Diario de León

Fiesta en Inhangoma

El autor culmina su viaje por las grandezas y miserias de un Mozambique sereno pero terrible

Puente de Doña Ana sobre el río Zambeze, recién restaurado. Tiene 5.000 kilómetros, aproximadamente

Puente de Doña Ana sobre el río Zambeze, recién restaurado. Tiene 5.000 kilómetros, aproximadamente

Publicado por
PRISCILIANO CORDERO DELCASTILLO | texto y fotos
León

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Las vías de comunicación en Mozambique son pésimas y, en muchos lugares, inexistentes. Por ejemplo, de Fonte Boa a Tete, la capital de la provincial, no hay forma humana de comunicarse, a no ser que el mensajero vaya personalmente a llevar el mensaje; cuanto más desde una población pequeña a otra, como nos sucedió a nosotros con los misioneros de Inhangoma, a quienes tuvimos que avisar de que llegábamos con dos días de retraso sobre lo previsto a la misma hora de la llegada, después de dos días de camino. Entre estas poblaciones, como entre la mayoría de las poblaciones del país, no funcionan el teléfono, ni la radio, ni ningún otro sistema de comunicación rápida. Por eso, cuando llegamos a Inhangoma nadie nos esperaba, después de haber estado dos días esperándonos y preocupados por si nos había pasado algo. Pero al sonido de la bocina del carro se abrieron las puertas de la misión en medio de la noche y se terminaron nuestras preocupaciones y las de ellos. A la mañana siguiente, muy temprano, cuando aún no nos habíamos recuperado del cansancio de los días anteriores, se oyó un revoloteo en el gallinero y comenzaron a sonar las cacerolas en la cocina. La hermana Lola, directora del hospital de la misión, y la hermana Isabel, directora del centro escolar, misioneras pastorinas de Ciudad Real y de Vitoria respectivamente, que componen toda la comunidad de misioneras de Inhangoma, nos estaban preparando una fiesta de bienvenida con gallina y moa incluido. Nos desperezamos, desayunamos y a continuación visitamos la instalaciones de la misión. Las misioneras nos hablan de sus muchos e interesantes proyectos. De entre ellos nos llama la atención la ampliación de las instalaciones del hospital y la creación de un centro de niños desnutridos. Pero el proyecto estrella es la construcción de cien casitas para las familias más pobres de la zona. Todas ellas se van a construir dentro de los terrenos de la misión y ya cuentan con la colaboración de un joven arquitecto madrileño que está pasando el verano con ellas y trabajando de forma voluntaria en los proyectos. ¡Lo que pueden llegar a hacer dos monjas emprendedoras en tierra de misión con las ayudas y la cooperación que les viene de España! Después de comer, dimos un paseo hasta el río Shire, que atravesamos en canoa, con peligro de nuestras vidas, pues nos informaron los barqueros de que en aquella zona había muchos cocodrilos. Visitamos un poblado en la falda de la montaña de Murrambasa, provincia de Zambezia. La impresión más profunda y duradera fue la de una madre con seis y ocho hijos, todos de corta edad, todos desnudos y con signos de mala alimentación, pero todos jugando en un paraje de extraordinaria belleza. De vuelta a la misión, visitamos la aldea de Inhangoma, que difiere poco de las aldeas de Angonia: payotas , mucha miseria, cabras, niños y perros alrededor. El día 27, por la mañana temprano, eran las seis de la mañana, salimos camino de Beira, pasando por Murrasa para visitar otra misión y a otras misioneras pastorinas españolas. La misma estructura: iglesia, escuela y hospital; el mismo número de monjas en la comunidad, una encargada del centro escolar y otra del hospital; unas cuentas hectáreas de terreno y varios operarios trabajando a ganho ganho . El servicio que los misioneros están prestando a Mozambique, principalmente en el campo educativo y sanitario, es extraordinario. Si hoy los misioneros fuesen expulsados o se viesen obligados a cerrar los centros, como sucedió en los años de la guerra, la educación y la sanidad de Mozambique se verían gravemente afectadas. En Murrasa nos entretuvimos solamente unos minutos para tomar un café, visitar las instalaciones de la misión y felicitar a las Hermanas por su trabajo. Subimos de nuevo al carro para hacer más kilómetros camino de Beira. Ahora, afortunadamente, por una carretera recientemente inaugurada. Tal vez sea la mejor carretera de todo Mozambique. Fue plato único, sin postre ni café, ya que, según nos dijo el mesonero, es la costumbre. Tampoco nos pusieron servilletas, pues se le habían terminado, aunque era el mejor restaurante que encontramos en la carretera camino de Beira. Terminada la suculenta comida volvimos a la carretera y después de recorrer muchos más kilómetros por una carretera en medio del mato, a las 4 de la tarde llegamos a la ciudad costera de Beira, la segunda ciudad en importancia y la que más recuerdos conserva de los tiempos coloniales y de los años de la guerra. Antes de entrar en la ciudad nos detuvimos en un mercado de pescado a la orilla de la carretera. Pedro, conocedor de todo este mundo de pobreza, marginación y trapicheo, nos recomendó comprar camarones (langostinos) del Índico y toda clase de buen pescado a mejor precio. Finalmente, a las cinco de la tarde llegamos al noviciado de los Jesuitas, donde nos esperaba el Padre Víctor, portugués de origen, pero misionero desde hace muchos años en Fonte Boa hasta marzo de 2003. La estancia en Beira nos sirvió para descansar de las largas caminatas de toda una semana y también para disfrutar tranquilos de esta bella ciudad. Por la noche fuimos a cenar a un restaurante portugués al pie del mar. La comida en Beira para ser buena debe ser de mar, de los muchos productos que el Índico les da. A la mañana siguiente celebramos con los jesuitas y todo el personal del noviciado la festividad de San Ignacio de Loyola con misa cantada en chinhansa y comida mozambiqueña. Al día siguiente por la mañana, Pedro, Jorge y yo nos fuimos a una de las muchas playas de Beira, atravesando la desembocadura del río María en canoa. Un peligro añadido y una aventura más a las que nos tiene acostumbrados Pedro, a quien no le meten miedo ni los cocodrilos del río María ni los tiburones del Índico, aunque, como nos dicen los lugareños, unos y otros abundan en estos lugares. El día uno de agosto, de madrugada, salimos para Tete, última etapa de nuestra gira antes de regresar a Fonte Boa. La carretera es bastante buena, comparada con la de Inhangoma, y recorre muchos kilómetros en medio del mato y de grandes extensiones de sabana. Estamos interesados en ver animales salvajes, pero, a nuestro paso, solamente encontramos muchas manadas de mandriles, papagayos y algún reptil atravesando la carretera. Ya cerca de Tete, entramos en Changara para visitar al padre Alberto, misionero catalán que lleva cuarenta y dos años en Mozambique. Nos recibe con los brazos abiertos, nos prepara una taza de café de su huerta y a nuestras preguntas nos cuenta sus peripecias durante los largos años de guerra. Estuvo secuestrado durante un tiempo; pero no se queja del trato recibido por parte de los secuestradores. Sólo se lamenta de que le cerraron el hospital, la escuela y la iglesia durante unos meses y de que a su vuelta a la misión la encontrara semidesnutrida. El mismo día uno de agosto, a las 17.30, llegábamos a Tete rendidos, después de más de 600 kilómetros de recorrido. En Tete nos detuvimos una noche para descansar y al día siguiente salimos para Fonte Boa. A la llegada nos estaba esperando una triste noticia. Habían comunicado de España que uno de nuestros familiares había muerto hacía unos días. Se trataba de Antonio Santamaría, que había sufrido un infarto fulminante. Ninguna otra cosa se podía hacer, más que ofrecerle nuestros rezos. La mujer «doente» de Magumbo El 24 de julio la hermana Josefa me invitó a dar un paseo hasta Magumbo, una aldea próxima a la misión. Inmediatamente, sin darle tiempo a cambiar de opinión, tomo la cámara de vídeo y nos ponemos en camino o, mejor dicho, en vereda, pues esta aldea no tiene otro acceso que las múltiples veredas de entrada y salida que hacen las gentes y las cabras al recorrer los parajes vecinos. Cuando estábamos llegando al poblado comenzaron a aparecer niños que llegaban de todas partes. Como siempre vienen descalzos, mal vestidos, riendo, jugando y hablando en alta voz en su lengua nativa, el chinhansa . Uno de ellos, al vernos grita ¡ azungos , azungos ! (blancos). La hermana Josefa me presenta a una familia conocida suya, que se encuentra a la puerta de la payota y que está compuesta por la abuela, una señora de edad indeterminada, paralítica desde hace años, sentada en una estera en el suelo; la hija de ésta, que pila el maíz para llevarlo al molino y cuida de sus seis hijos de entre uno y ocho años; y el padre de cuatro de los niños, que, sentado en una estera, está rematando una especie de cesta de mimbre. Seguimos por las veredas del poblado visitando payotas ; las gentes nos invitan a acercarnos a sus casas y dos mujeres jóvenes y de buen porte, que se encuentran pilando maíz, me piden que filme su trabajo. Mientras tanto los niños acuden en tropel, nos siguen a todas partes y se meten delante de la cámara para salir en la foto. Esto ha sido mucho más de lo que yo esperaba. Una vez roto el miedo y un cierto pudor, me pongo a filmar con plena libertad por las semicallejuelas del poblado. Los niños danzan delante de la cámara; unas mujeres que vienen del molino o de la machamba con sus fardos en la cabeza posan para mí satisfechas. Pero todavía habría una sorpresa mayor. A la puerta de una payota un niño llora desconsolado; la hermana Josefa se acerca a él y le da unos caramelos. El niño entra en su casa, la hermana le sigue y me hace de señas para que la acompañe al interior. Ésta era mi gran ocasión como reportero. Me acerco con la cámara, entro y me encuentro con la siguiente estampa africana: una mujer sentada en el suelo sobre una estera, cerca de unas pajas humeantes en el centro de la payota . Es una mujer joven, de rostro sereno, agraciado con unos ojos negro azabache, rodeados de un campo infinito de blanco terrado. La saludo en chinhansa : Mulu bwanchi (¿cómo está usted?). Ella intenta esbozar una sonrisa, al mismo tiempo que muestra, como un collar de perlas, su blanca dentadura y me responde: Ndiri bwino (muy bien, gracias). Agoto mis conocimientos de chinhansa y prosigo: Zikomo kwanbiri . Ella, agradecida, sosteniendo el esbozo de sonrisa y sorpresa a la vez, me contesta de nuevo Zikomo , zikomo . Pero su rostro vuelve de inmediato a esa expresión de resignada fatalidad, de mujer agredida en su intimidad por un zungo , de mujer doente con rostro sereno y agraciado, con ojos negros azabache y aterrada de dolor. Sus ojos, como campo infinito de blanco terroso, desde lo más profundo de la payota , se me han clavado en el alma. Es una mujer enferma de sida de la aldea de Magumbo; es la mujer africana que yace sentada en el centro de su payota , rodeada de sus hijos, sin otro consuelo que los caramelos de la hermana Josefa y el saludo de un zungo . Mi nombre es Mulambo Madgiomadgio Pobre Maputo , no había cumplido su primer año de vida. Era negro con ojos pizpiretos, cariñoso y juguetón. Como Platero. Maputo era un cachorro sin clase, hijo del cruce de no sé cuántas razas de perro, pero era el regalo que les habían hecho a Joanna y a Carlos, joven pareja de cooperantes portugueses, cuando llegaron a Mozambique. De aquí el nombre con que le bautizaron. Después de pasar unos días de adaptación en Maputo, capital de la República de Mozambique, Joanna y Carlos, cargados con sus maletas y su mascota Maputo, toman el machibombo y parten para la Misión de Fonte Boa, que se encuentra a 2.800 kilómetros al norte del país. Allí pasarán dos años de trabajo voluntario. Joanna ha cogido cariño a Maputo y lo convierte en su mejor amigo; pero los otros perros de la Misión no están dispuestos a compartir las migajas con el intruso y a los pocos días de su llegada a Fonte Boa le declaran la guerra y, todos a una, le atacan, le agradecen gravemente y le dejan casi inválido de las patas traseras. Carlos y Joanna acuden con él al veterinario de La Villa, que le cura las heridas y al mismo tiempo le diagnostica y le poner en tratamiento de otros males: Maputo tiene lombrices y parásitos. Joanna lo cuida, lo alimenta, lo mima, pero todo es inútil. «Maputo casi no puede andar y no es quién de poner peso. Lo único que le hace ser querido es que él, en medio de sus desgracias, intenta jugar y ser complaciente con todos. Cuando te ve, se te acerca, se echa a tus pies, si le acaricias te lame las manos y te saluda con movimientos de la cola entre sus patas rotas. Así, poco a poco, se ha ido convirtiendo en la mascota de toda la Misión, desplazando de este lugar a la Chica , un macaco fémina que tiene Pedro entre sus gallinas, conejos, tortugas y cabras. Una día Maputo apareció triste, babeante, postrado. Carlos y Joanna sospechan que haya sido envenenado. Tratan de animarlo dándole de comer a la boca, dispensándole toda clase de cuidados. Pero Maputo no reacciona; al contrario, sigue empeorando. Deciden llevarlo de nuevo a La Villa y el veterinario le diagnostica la rabia. Maputo, sin haber llegado a su primer cumpleaños, tiene que morir. Al dolor de la pérdida se añade la preocupación. Carlos y Joanna tienen que vacunarse contra la rabia por precaución. En todo Mozambique no encuentran la vacuna. Así que, sin demasiados preparativos y sin tiempo que perder, se van a Ntcheu, la ciudad de Malawi más próxima a Fonte Boa, donde hay un hospital bastante equipado. Les acompañan Jorge y el mecánico de la Misión, señor Madgiomadgio. En la frontera de Biriwiri, del lado de Mozambique, tienen que registrar la salida del carro, del conductor y de los acompañantes, para obtener la autorización o permiso de salida, y en el lado de Malawi les tomarán de nuevo los mismos datos para concederles el permiso de entrada y residencia por 48 horas. Con los papeles en regla, una vez pagadas las respectivas tasas, llegan al hospital de Ntcheu. Allí les dicen que para administrarles la vacuna tienen que llevar un certificado del veterinario de Mozambique que acredite la enfermedad del perro y su posible contagio. Con la rabia contenida y la lógica preocupación vuelven a Mozambique para regresar al día siguiente. De vuelta en la Misión, al día siguiente de madrugada van a La Villa por los certificados oportunos y vuelven a Malawi. Este día Madgiomadgio no puede acompañarles y me invitan a mí. En la aduana de Mozambique reconocen al carro y al conductor y nos dejan pasar con los papeles del día anterior. Pero en la aduana de Malawi nos piden nuevamente que nos identifiquemos cada uno de los ocupantes del carro. Yo en ese momento me veo obligado a ocupar el puesto y nombre del mecánico y paso a llamarme Mulambo Madgiomadgio. Me piden el pasaporte, lo registran minuciosamente y me dicen: ¿Cómo dice usted que se llama? Contesto con rotundidad: Mulambo Madgiomadgio. Pero si en el pasaporte tiene otro nombre, me dice el aduanero. Sí, le contesto, ese es mi nombre en España, pero en Mozambique me llaman Mulambo. OK. está bien, pero qué complicados son ustedes con los nombres A los pocos minutos llegamos al hospital de Ntcheu. El director del Centro Distrital está reunido con el personal médico y no nos puede atender hasta que no termine el meeting , nos dice una enfermera. Esperamos en el waiting room , un espacio al aire libre con bancos de cemento y unas plantas de mango para dar sombra. La espera se hace interminable. Recorremos algunas otras dependencias a cielo abierto del hospital: la sala de consultas de prenatal, la sala de peso para niños desnutridos, etcétera. Finalmente vemos que comienza a salir gente con batas blancas del meeting room : Nos acercamos y nos presentamos al director que nos atiende amablemente y expide un certificado para que un subalterno acompañe a Carlos y a Joanna a la farmacia para adquirir las vacunas. Un enfermero les administra la primera dosis y les hace un calendario de las fechas en que deban volver a vacunarse, comenzando por el próximo sábado, día 16 de agosto, para terminar en diciembre. En total, cinco dosis distanciadas de forma progresiva. El subalterno, que aún nos acompaña, insiste a Joanna y a Carlos en la necesidad de conservar y observar rigurosamente el calendario prefijado para las futuras vacunas. «Ustedes son responsables, les dice, de todo lo que les pueda pasar, incluida su muerte, si no observan rigurosamente las fechas establecidas para cada vacuna». Hechos todos los trámites exigidos, nos queda solamente pasar por la secretaría del centro para que estampen y validen todos los documentos que nos han entregado, incluido el calendario. Cuando Carlos se despide del personal de la secretaría hasta el próximo sábado, el jefe del servicio le advierte que los sábados no atienden, pues la farmacia y muchos otros servicios están cerrados. Carlos, visiblemente contrariado, les muestra el calendario de vacunas que le han entregado. Joanna, con cierto nerviosismo, les dice que les han hecho responsables hasta de su propia muerte en caso de no observar las fechas establecidas. No hay problema ninguno. Vuelvan el jueves siguiente, les dice el que aparentemente actúa de jefe del servicio. Otra vez la preocupación, la duda y hasta la rabia a flor de piel nos acompaña a toda la comitiva. En la frontera de Biriwiri, camino de Fonte Boa, los aduaneros de Malawi nos despiden con una sonrisa cómplice diciendo good by, Mr. Mulambo . Impresiones y reflexiones sobre Mozambique No hay un pueblo africano, hay muchos pueblos y culturas en África. Por esto mis Estampas de África , son propiamente vivencias en un rincón de África, Mozambique, y por un tiempo limitado, por lo que reconozco la parcialidad y subjetividad de cuanto he vivido y hasta aquí he dicho. Sin embargo, la visita a este país surafricano, lejano, profundo y amigo, me causó verdaderas impresiones y profundas reflexiones. He viajado por muchos países del mundo, he visitado países ricos y pobres, desarrollados y subdesarrollados, pero ninguno me ha marcado tanto como Mozambique. África ciertamente engancha. Por todo ello, quiero terminar estas Estampas de África haciendo una especie de resumen de las impresiones más hondas que he recibido y de las reflexiones que estas vivencias me han motivado. Al mismo tiempo quisiera que este último apartado fuese un reconocimiento para las gentes angonas de Mozambique y un agradecimiento a los misioneros y misioneras por lo mucho que me enseñaron. La primera y más profunda impresión que recibes al llegar a Mozambique es esa lucha agónica que mantiene la vida frente a la muerte. Una vida que aflora por todas partes, que brota a borbotones de forma incontrolada y totalmente irracional, y una muerte igualmente irracional, que está presente en todas las familias, que diezma a los niños al nacer, que mata a las madres en el momento del parto y que afecta a toda la población en general bajo las plagas de la malaria, el sida, la fiebre amarilla, etcétera, en proporciones alarmantes. Ante esta triste realidad piensas que es necesario, exiges que todas las instituciones del signo que sean y que trabajan en Mozambique aúnen esfuerzos para racionalizar la vida, dominar las causas de la mortalidad y favorecer el desarrollo socioeconómico y cultural. Otra profunda impresión procede del grado de pobreza y subdesarrollo en que viven muchas de sus gentes. Después de unos días de convivencia con gentes del campo y de los suburbios de las ciudades, de interesarte por sus problemas y compartir sus inquietudes y necesidades, puedes intuir las grandes limitaciones que tienen para salir de esa situación de subdesarrollo y miseria en que se encuentran. No tiene instrumentos de trabajo y por ello sólo cultivan lo necesario para una mera subsistencia. No tienen carreteras que les faciliten los transportes y el comercio de los sobrantes, en caso de que les hubiese. No tienen regadíos que les liberen de las pertinaces sequías, aunque tienen el río Zambeze que arroja más metros cúbicos de agua al Índico que todos los ríos de Europa juntos. Les faltan equipamientos, infraestructura y también un poco de iniciativa. El desarrollo llegó a Europa después de al menos cuatro revoluciones: la revolución francesa, la revolución industrial, la revolución urbana y éstas precedidas y acompañadas por la revolución cultural: la ilustración y el racionalismo. Mozambique y toda África necesitaron primero de una revolución contra la colonización; pero, una vez conseguida la independencia, necesitan una revolución cultural que libere a sus pueblos del encantamiento del pasado, del peso que siguen ejerciendo sobre ellos sus culturas ancestrales, su culto a los espíritus y a los muertos. Sé que a los mozambiqueños no les gusta y hasta les pareció una blasfemia cuando les dije que tenían que dejar dormir en paz a sus muertos, desencantar sus vidas y su naturaleza, no mirar tanto al pasado y preocuparse más por el presente y el futuro. Yo espero y deseo que la Iglesia misionera de Mozambique, libre de las ataduras que le supuso el haber llegado con el poder colonizador y aleccionada por el triste papel que jugó la Iglesia romana en las distintas revoluciones europeas, sepa ponerse al lado de los más débiles, que en Mozambique son la inmensa mayoría, y ayudarles a hacer las revoluciones necesarias para conseguir su desarrollo y liberación. Otra de esas profundas impresiones que recibes cuando visitas Mozambique y que te acompaña por todo su territorio es el rechazo a todo colonialismo y el ansia de libertad. Toda colonización es dominación y significa sometimiento de los pueblos colonizados a los pueblos colonizadores, pero algunos sistemas coloniales han sido sistemas explotadores y represores. Esto es lo que sospechas que pudo haber sido la colonización portuguesa durante cerca de quinientos años en Mozambique, al contemplar los restos de las grandes mansiones coloniales, quemadas en su mayoría en los años de la guerra de la independencia, rodeados de las payotas , humildes y primitivas viviendas de los nativos. Pero sientes aún mayor rechazo al colonialismo y más ansia de libertad para todos los pueblos y personas cuando ves las huellas que han dejado los muchos siglos de dominación colonial en los nativos. Me escandalizó ver cómo los trabajadores de ganho ganho (por horas) se arrodillaban ante el patrón blanco cuando iban a recoger su jornal. Igualmente me irritan las muchas reverencias y ceremonias con que tratan a los blancos o el saber que en chinhansa , una de las veintitrés lenguas habladas en Mozambique, tiene una palabra lulungu que significa Dios, señor y hombre blanco a la vez. Espero y deseo para Mozambique un rápido e igualitario desarrollo socioeconómico y un lento y seguro cambio cultural. En esta tarea creo que la Iglesia Misionera mozambiqueña, con sus estructuras de escuela para educar, hospital para sanar y parroquia para liberar y vivir su fe, está prestando una extraordinaria ayuda al pueblo de Mozambique.

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