Diario de León

La humanidad busca su eslabón perdido

Los hallazgos de dos especies de homínidos: el Floresiensis, en Indonesia, y el de Pau, en Cataluña, han revolucionado la paleoantropología ¿Alguno es el eslabón perdido?

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JACINTO RUIZ VALENTÍN | texto
León

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En los últimos tiempos la paleontología humana se ha visto alterada por descubrimientos que amenazan con derribar parte del andamiaje sobre el que hasta ese momento habían ido colocando los científicos sus conclusiones. Nada será igual a partir de ahora. El nuevo árbol evolutivo estará más en la línea defendida por Richard Leakey: «Sólo somos una rama superviviente de lo que un día sí fue un arbusto exuberante», frente a la tesis de otros especialistas que sostenían que somos el producto de una escalera de peldaños preordenados que terminan en el Homo Sapiens Sapiens. El primer detonante para tanta certeza fue la aparición en la isla de Flores, en la cueva de Liang Bua, de los restos óseos de un homínido desconocido hasta ahora y de tan sólo 18.000 años de antigüedad. Los primeros estudios arrojaron datos sorprendentes, la datación era posterior en 140.000 años a la aparición de los humanos modernos en África, en más de 25.000 a la colonización humana de Australia y en más de 10.000 al Neanderthal más reciente. Sus características le colocan como una nueva especie de difícil ubicación y con muchas interrogantes. Por un lado, sus 380 centímetros cúbicos de capacidad craneal ( el chimpancé tiene 400) y su baja estatura le sitúan entre los elementos más primitivos, pero su cronología y las herramientas halladas en su hábitat, asociadas a industrías líticas, así como su conocimiento de técnicas de caza y de manejo del fuego, les acercan a los sapiens. Una cosa sí parece evidente, hace 18.000 años estos seres convivieron en el tiempo con nuestros antepasados, y mientras estos ya estaban inventando la agricultura y formas de organización social más actuales, el Homo Floresiensis desaparecía, al menos aparentemente, por la erupción de un volcán en la citada isla de Flores. Los paleoantropólogos se cuestionan, también, si puede haber más especies humanas extinguidas recientemente. El descubrimiento del profesor Thomas Sukitna también ha acercado a la ciencia con la leyenda. Las sorprendentes historias locales hablan de criaturas que sobrevivieron al Este de Asia hasta hace fechas relativamente recientes. Los habitantes de Flores afirman que hasta hace 150 años existían «gentes peludas, de un metro de estatura que, con frecuencia, robaban alimentos en las aldeas. Se las conocía como ebu gogos, que literalmente significa las abuelas que se lo comen todo». Bert Roberts, de la Universidad de Wollongong, que se entrevistó con habitantes de esta isla, dijo que era posible que todavía existiesen seres semejantes en algunas zonas selváticas. En Sumatra se han producido en los últimos años avistamientos de pequeñas criaturas peludas, de aspecto simiesco y de poco más de un metro de altura. Las tribus les llaman orang pendeg , que significa «pequeñas personas». Ninguno ha sido capturado para comprobar su existencia. De momento, sólo unos huesos hablan de una especie que pese al minúsculo tamaño de su cerebro fabricó útiles de piedra, cazaba en grupo y utilizaba el fuego. Un ser que convivió en la selva con el dragón de Komodo, un réptil gigante, y el Stegodon, un elefante enano desaparecido. ¿Quiénes eran?, ¿De dónde vinieron? ¿Son homínidos en un proceso de enanización por falta de depredadores? El científico australiano Peter Brown sí cree que son el resultado de un proceso de reducción de tamaño endémico en la isla. Aunque esta es una característica común de los grandes mamíferos en los entornos insulares, nunca se había producido en los parientes del ser humano. Es una indicación -señala- que los homínidos están sujetos a los mismos procesos biológicos que los demás maníferos. No somos especiales. La respuesta a si Brown tiene razón saldrá, sin duda, de los análisis del material genético de los restos fósiles encontrados, pero, a día de hoy, permanecen otros interrogantes. Uno, el que relacionaba inteligencia y desarrollo craneal; otro, si la humanidad nació en un solo lugar. Seríamos el resultado de una casualidad evolutiva surgida en diferentes puntos y momentos, influenciados por problemas medioambientales, especialmente el aislamiento. De lo que hay pocas dudas es de que los fósiles hallados en Flores corresponden a un homínido, en este caso una mujer adulta. Se deduce de su bipedismo y sus pequeños caninos. Alfonso Pedrosa señala en El enigma de Flores , que los restos de este pequeño hombrecillo, que algunos compararon con los míticos hobbit, son una conexión con el homo erectus, que agrupa a todos los hallazgos acaecidos dentro y fuera de África (entre ellos, aunque bajo discusión, el Homo anteccesor de Atapuerca). Estos individuos, sin embargo, disponían de una capacidad craneal entre 650 y 1250 centímetros cúbicos y una estatura entre el 1,55 y el 1,78 metros. Otro gran acontecimiento se produjo en los alrededores de Barcelona, con el descubrimiento de 83 fragmentos de hueso fosilizados que, una vez reconstruidos, sirvieron para demostrar la existencia de una nueva especie de simios que vivió hace unos 13 millones de años y que pudo ser el último antepasado común de todos los grandes primates, incluidos los humanos. Esta posibilidad ha sido contestada por el investigador Randall L.Susman,de la Universidad de Chicago, que duda de que fuese el eslabón perdido. Los especialistas españoles lo bautizaron con el nombre de Pieralopithecus catalaunicus, aunque rápidamente le llamaron Pau, más popular y fácil de recordar. Sus descubridores sí que insisten que se trata de un híbrido entre los monos y los grandes primates que estaría en la lína evolutiva del ser humano. Se cree que pudo llegar a Europa procedente de África, donde sus congéneres acabaron convirtiéndose en gorilas, orangutanes y también en los precursores del Homo sapiens, que, luego, llegaría también a Europa a desalojar al Neanderthal y convertirse en el único progenitor del hombre actual. El director del equipo que descubrió a Pau, Salvador Moyà-Solà, del Instituto de Paleontología Miguel Crusafont de Sabadell, empezó la búsqueda hace tres años y dijo que «sentía emoción al tener entre sus brazos al más remoto tatarabuelo de la humanidad». El estudio de los fragmentos hallados demuestra que se trataba de un ejemplar de unos 35 kilos de peso, sin que pueda determinarse su capacidad craneal, al no hallarse la parte posterior de la cabeza. Morfológicamente se parece a un simio trepador, aunque sus cortos dedos en manos y pies le impedían aguantar colgado mucho tiempo. Sus vértebras, más flexibles, le otorgaban muchas posibilidades de mantenerse erguido verticalmente.

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