Diario de León

Análisis | antonio papell

Pedagogía, furor y electoralismo

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El presidente del Gobierno debía escenificar ayer un debate complicado porque el ritmo frenético de la crisis no permitía ni demorar las actuaciones que ya se han realizado ni avanzar otras nuevas, que dependerán en cada momento de la coyuntura. Además, Zapatero debía apagar algunos fuegos, concretamente el del Estatuto catalán. Y su primera intervención, además de ubicarse con respecto a la sentencia del Constitucional, ha sido sobre todo pedagógica y se ha basado en un elemento clave, desarrollado a lo largo de más de una hora: tenemos que crecer a toda costa, y hacerlo sin recurrir a incrementar el gasto público requiere realizar profundas reformas estructurales que nos proporcionen mayor productividad. La teoría es impecable si se piensa que la dureza del ajuste que estamos realizando no es arbitraria ni potestativa: nos viene impuesta por la decisión colectiva de la Unión Europea -con Alemania al frente- y por los mercados. Decisión que en mayo se endureció y nos obligó a llevar a cabo un ajuste adicional. Muy doloroso

Zapatero se entretuvo en describir una vez más esas grandes reformas, para las que solicitó el apoyo y la contribución no sólo de las fuerzas políticas sino también de toda la ciudadanía Insistió en la necesidad de prorratear los sacrificios equitativamente, y anunció más inclinación redistributiva en los próximos presupuestos, lo que ha permitido intuir alguna reforma fiscal en tal sentido. En su conjunto, la intervención ha sido una realista apelación al esfuerzo colectivo en un momento singular y grave del devenir español, que, de no resolverse favorablemente, condicionaría negativamente nuestro futuro. El optimismo proverbial del presidente del Gobierno brilló ayer por su ausencia y dibujó plausiblemente un cuadro cargado de preocupación, del que podremos salir si todos tomamos conciencia del problema arrimamos el hombro

Rajoy adoptó una estrategia arriesgada: descalificar con extrema rudeza la política del Gobierno con el argumento de que, al hilo de la crisis, ha tenido que improvisar soluciones a menudo contradictorias con anteriores decisiones, lo que le ha arrebatado hasta el menor resto de credibilidad. Y poner en duda la sensibilidad social de Zapatero al haber realizado el último recorte. A partir de esta descalificación global, la conclusión del líder de la oposición era obvia: no tiene sentido prestar cooperación alguna a quien actúa tan desatinadamente y no hay otra solución para este país que unas elecciones anticipadas. La respuesta de Zapatero era fácil: con esta negativa apriorística a la colaboración, Rajoy pone de manifiesto que tan sólo está atento a sus propios intereses, no a los generales del país; antes al contrario, la profundización de la crisis le favorece en sus aspiraciones al poder. Rajoy no explicó por qué él sí podría lograr el gran acuerdo nacional que España necesita a su juicio y que niega por razones abstractas a su adversario

El forcejeo entre ambos líderes fue, como es natural, estéril

El furor arrasó ayer la razón, el sentido del Estado, el patriotismo. Los ciudadanos -seguramente pocos- que tuvieron ayer la humorada de seguir en directo el debate debieron quedar perplejos al constatar que no se producía ni un avance en la lucha contra la crisis, que no aparecía una sola aportación constructiva, que las descalificaciones fueron la única materia del gran cara a cara entre Zapatero y Rajoy

El otro gran tema del debate, el problema catalán, fue tocado de refilón en ese ten con ten, puesto que fueron los nacionalistas los que lo llevaron a la cámara con toda intensidad. Pero ésta es otra cuestión, que requiere otro análisis

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