Diario de León

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«Recuperé el apetito, mejoró mi aspecto... son cambios muy bonitos»

Francisco Barrigón, Montse González, Monste Ramos  y Juan Frade, en Arba.

Francisco Barrigón, Montse González, Monste Ramos y Juan Frade, en Arba.

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León

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«El enfermo alcohólico es aquella persona a la que el alcohol le crea problemas y no puede dejarlo. Es una enfermedad reconocida por la Organización Mundial de la Salud», subraya la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de La Bañeza cuyo presidente, Francisco Barrigón, es una de las personas que fundó el entonces grupo de autoayuda en 1994. Ahora es su presidente.

Lleva rehabilitado 18 años, pero, al igual que Juan Frade, el vicepresidente, asegura que «lo único que nos separa de uno nuevo es una copa. Seguimos entrando en las terapias para recordar».

Barrigón cuenta que antes «necesitaba más beber que desayunar. Me levantaba por la mañana y tenía que beber para empezar a hacer algo». Llegó a tener síntomas de dependencia física, como el temblor en las manos y beber hasta vinagre y colonia para saciar su ansiedad alcohólica.

Cuando se tiene dependencia del alcohol, añade, «te importa tres narices la familia y el trabajo. Vives sólo por y para el alcohol». Se miente mucho y se puede llegar a robar. Incluso se vive con la ilusión de que «se puede dejar el alcohol bebiendo».

Hay que llegar a una situación límite, advierten, para entrar en una terapia. «Cuando subes estos peldaños -”recuerda Juan-” piensas en lo que te vas a encontrar arriba. Tenemos la idea de que el alcohólico es el borracho que vemos tirado por la calle. Y resulta que te encuentras con tres o cuatro conocidos de La Bañeza y se te quita el miedo».

El «salto» se empieza a dar cuando «ya no te da vergüenza decir que tienes un problema» o «tomas la decisión de ir a otro bar para que no me ofrecieran el café, la copa y la faria o no sentir la presión de los amiguetes de barra». Para ello tuvo que cambiar de hábitos, incluso de ruta. «Al cabo de tres meses te das cuenta de lo que has ganado, pero a los cuatro años todavía tenía que dar rodeos para no parar en el bar donde tomaba el cubalibre o la copa. Para eso me servía la terapia», aclara.

Francisco Barrigón confiesa que le estimuló mucho «recuperar el apetito, mejorar mi aspecto físico, pensar sin alcohol... hablar y no discutir. Es muy bonito ver estos cambios en uno mismo».

La familia fue su empuje a la terapia. «La técnica de la maleta en la puerta... Para que se produzcan cambios tiene que haber una situación de presión. Te tienen que apretar las tuercas sin pasarse», admite. Aunque lo definitivo es «tomar la decisión: sopesar si te merece la pena seguir bebiendo o no».

A Juan Frade el proceso de rehabilitación le llevó entre tres y cuatro años. Durante seis años asistió a las terapias; ahora colabora con otras tareas en la asociación. Le preocupa que la gente «es cada vez más joven, los hay de 25 años, y el efecto del botellón. En Arba reciben a personas del Páramo, Benavente, Astorga y La Cabrera.

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