Diario de León

Casi 55.000 niños y niñas vivieron en el hospicio en 120 años

Grupo de antiguos hospicianos y educadores en el último encuentro anual.

Grupo de antiguos hospicianos y educadores en el último encuentro anual.

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León

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«Estos campos de deportes los hicimos los chicos a pico y pala», señalan antiguos hospicianos en el paseo ritual por el recinto que fue residencia infantil hasta el año 1993. Después los pocos niños y niñas que quedaban fueron trasladados a pisos hasta el 2004, cuando la Junta asumió totalmente las competencias en protección de menores. El hospicio se fundó en 1793 reutilizando el edificio de la Real Fábrica de Tejidos. Durante 120 años cerca de 55.000 niños y niñas vivieron en sus diferentes ubicaciones.

Por detrás del pabellón San José, que contaba con comedor, capilla, escuela, sala de recreo y cine, estaban los talleres de dibujo, albañilería, pintura, carpintería, electricidad, música, zapatería y guarnición e imprenta. «Yo vi construir la imprenta», cuenta uno de ellos. Los más antiguos recuerdan que en el hospicio «no bebimos leche hasta los 14 años». Desayunaban maizena y alubias y cuando les empezaron a dar leche, a mediados de los 60, «nos la servían en platos». Hasta que se plantó un padre jesuita: «Los niños no son gatos». El hermano Seoane bajó a León a comprar unas tazas.

Los más jóvenes no recuerdan el hambre y el terror: «A mí me daban de comer muy bien, pero no quería comer», cuenta Alejandro. Cuando oye a los mayores que «nos duchábamos una vez a la semana y con bañador porque era pecado verse el pene», él asegura que «nosotros nos duchábamos dos veces». Agustín Molleda reafirma su idea de que la década de 1955 a 1965 fue de las peores. Recuerda que la tele llegó cuando enterraron a Pío XII, en 1959. «Cuando trajeron el queso americano era tan malo que competíamos a estamparlo contra aquella pared», agrega otro. Los chicos trabajaron en el lúpulo, en las cacerías de algún señorito hacían de ‘perdigueros’ en el Monte San Isidro; realizaron toda la cartelería de la Diputación provincial. «Estoy agradecido a la Diputación porque si no, ¿qué habría sido de nosotros?», afirma Agustín Molleda. «La Diputación les debe un reconocimiento», dice un antiguo trabajador.

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