Diario de León

tragedia minera. La memoria

La hora del grisú devuelve el valle a mayo del 52

La tragedia resucita el accidente en el que murieron 9 mineros en el Socavón.

Las calles de Santa Lucía se llenaron de gente para despedir a los mineros fallecidos el 6 de mayo de 1952.

Las calles de Santa Lucía se llenaron de gente para despedir a los mineros fallecidos el 6 de mayo de 1952.

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álvaro caballero | león
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El reloj de Emilio López Suárez se paró a la hora del grisú. Con la esfera rota y el cisco agarrado a las manecillas se lo entregó Manuel Cachafeiro al hermano del fallecido. «Eran las once y unos minutos», recuerda 61 años después quien fuera listero del grupo que dejó nueve hombres dentro de la mina, en el Socavón, el 6 de mayo de 1952. El mayor accidente en la historia de La Hullera Vasco Leonesa. Una tragedia de otro tiempo resucitada ayer en Santa Lucía de Gordón. El valle en el que las sirenas a deshora, lejos de su función de entrada y salida de los turnos, hacían correr a los rapaces hasta abrazarse a los portones de hierro del grupo, a la espera de ver a los mineros con las esponjas en la boca para conocer quién salía y quién había caído.

Aquel mediodía fueron nueve los que no cambiaron la chapa para el tablero de salida, ocho de los cuales tuvieron que esperar hasta diez días para que se rescataran sus cadáveres por el estado en el que quedó la mina. «Cada hombre era un número. Cuando entraban lo pasaban de un tablón al otro y luego, al revés. Entonces, era fácil saber quién había salido y quién quedaba dentro», relata Cachafeiro, quien había revisado la lista de los tajos en los que tenía que trabajar cada minero. «Hubo uno de los fallecidos, Ángel Rabanal, que no tenía que haber estado, pero al que se cambió a última hora para que Manuel Coque fuera al grupo de Ciñera», recuerda con exactitud el listero, quien reseña que «era muy difícil que se pillara a un capataz, lo que ahora se llama facultativo, pero en aquella ocasión cayeron tres». «El grisú tiene un historial difícil. La peor explosión es la segunda», concede, como si hablara de un enemigo íntimo al que vio llamar durante décadas a la puerta de la casa de cuatro de los treinta y seis vecinos de San Roque, su barrio de La Robla.

Todavía después de 61 años, recita uno a uno los nombres de los que quedaron en el pozo y su categoría profesional: «Emilio López, el jefe de grupo; Paulino Garrido, minero de primera; Ernesto Vicente, topógrafo y capataz; Herminio Rodríguez, ayudante de topógrafo; Marcelino González del Pozo, barrenista; Manolín del Río, capataz; Luis Barreiro, ayudante de barrenista; Elías Ortega, el caballista que llevaba la mula; y Ángel Rabanal, tubero». La larga esquela de la que se libraron dos personas más que esa mañana esperaban turno para entrar en el Socavón, la obra ideada por La Vasco para dar comunicación a los pozos y que el arrastre se hiciera en interior hasta los lavaderos, con lo que se esquivaban las largas paralizaciones por la nieve. «El Marquesito, que era como llamábamos al cuñado del padre de Victorino Alonso, que era quien tenía la contrata de las mulas, había venido porque la mula del grupo, El Romero, estaba mala, pero no quiso esperar al transporte y tiró a pie», rememora Cachafeiro, quien abunda en que también sorteó la muerte «otro ayudante de topógrafo para el que no hubo botas y se tuvo que quedar fuera».

Dentro quedaron, aquel 6 de mayo del 52, los otros nueve compañeros que ayer volvían a la memoria de los vecinos de Santa Lucía. «A eso de las once de la mañana oyeron un ruido y vieron que su lámpara se apagó, entre un golpe de viento. Se había producido la desgracia. Ese ruido con viento y ese apagón de la lámpara señalaba una vez más la llegada del grisú y de la muerte», escribía entonces para el diario Proa el periodista Vigil-Escalera.

Era su hora.

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