Diario de León

80 años del sufragio universal. Leonesas que votaron en la II República

Las abuelas leonesas del voto femenino

Tomasa Fernández Dios, Clemencia Fernández Dios, Orencia Fernández Modino y Micaela López Abajo. (Click para ampliar)

Tomasa Fernández Dios, Clemencia Fernández Dios, Orencia Fernández Modino y Micaela López Abajo. (Click para ampliar)

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Era jueves, día de mercado en Valencia de Don Juan. Pero la novedad, este día, estaba en los colegios electorales. “Las colas en las primeras horas en su mayoría eran de mujeres. Parecía que se hubieran pasado la vida votando”, recoge el Diario de León. El 19 de noviembre de 1933 las españolas estrenaron las urnas después de haber conseguido el derecho al sufragio en la Constitución de 1931 gracias al tesón de Clara Campoamor y pese a los recelos y el voto en contra de muchos diputados de izquierdas, incluido el leonés Gordón Ordás, que temían que las mujeres fueran 'cautivas' de sus maridos y del confesionario en sus inclinaciones electorales. Apenas quedan testimonios vivos de aquellas 'valientes' que acudieron por primera vez a votar. Diario de León recoge en este reportaje, publicado el 31 de octubre de 2011 -80 aniversario de la aprobación del voto femenino- con leonesas que ejercieron el derecho al voto en aquella primera convocatoria. Aquel año resultó elegida, además, la primera diputada por León, la conservadora Francisca Bohigas.

«Fui a votar con mi marido en Astorga». Basilisa Marcos López, centenaria de Benavides de Órbigo es una de las leonesas que estrenó las urnas antes de la Guerra Civil. Lo hizo en la segunda convocatoria de elecciones generales en la que las mujeres pudieron votar tras serles reconocido este derecho en la Constitución de 1931.

María Rueda, de Cofiñal, a punto de cumplir los 105 años no recuerda haber participado en las primeras elecciones en las que todas las mujeres, solteras, casadas y viudas, tuvieron derecho a voto. El único requisito, igual que para los hombres, era tener cumplidos los 23 años. Ni en el pueblo, donde vivía en 1933, ni en Sevilla, en el 35, ejerció su derecho.

Tomasa Fernández Dios es otra de las centenarias que también pudo estrenar las urnas en 1933. Natural de Tabuyo del Monte, donde vive, recuerda que para las votaciones se desplazaban hasta Quintanilla de Arriba (de Somoza, ahora). Pero su memoria de las votaciones la lleva siempre a la transición española. La República es una etapa remota.

Su hermana, Clemencia Fernández Dios, acaba de cumplir los 100 años en julio. Lo que más recuerda de aquella época en la que empezó a cambiar el destino de las mujeres en España es su boda: «Me casé el 3 de junio de 1935 y luego mi marido marchó a la guerra». «Iría a votar, claro, como iremos ahora (por el 20 de noviembre) si Dios quiere».

Acudir a las urnas es para ellas un acto natural y no tienen memoria del tiempo en que las mujeres no podían ir a las urnas. Ni conocen la lucha de las sufragistas por conseguir este derecho, un movimiento que se remonta a finales del XIX y principios del XX en Estados Unidos, Europa y Oceanía. No en vano, el primer país que aprueba el sufragio femenino es Nueva Zelanda (1893).

En España se cumplen 80 años del encendido debate en el Congreso de los Diputados en torno al sufragio femenino, que suponía la igualdad de derechos políticos con respecto a los hombres. La diputada Clara Campoamor bautizó el 1 de octubre de 1931 como el «día del histerismo masculino» por el revuelo que levantó en la cámara su alegato a favor del voto de las mujeres.

Esta política olvidada se dejó la piel para que el artículo 25 de la Constitución no consagrara la desigualdad. Y la igualdad que el texto del borrador sólo le daba «en principio» se convirtió en realidad el 1 de diciembre: «No podrán ser fundamento de privilegio jurídico el nacimiento, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas».

La reacción fue inmediata. Ni siquiera en su grupo, el Partido Radical, encontró apoyo Clara Campoamor para lograr el sufragio femenino. El diputado Álvarez Buylla argumentó: «La mujer española, como política es retardataria, es retrógada, todavía no se ha separado de la influencia de la sacristía y del confesionario y al dar el voto a las mujeres se pone en sus manos un arma política que acabará con la República...».

Orencia Fernández Modino nació el 1 de mayo de 1906 en Sahelices del Río. A sus 105 años es una de las veteranas de la residencia de personas mayores de Armunia. Cuando convocaron a hombres y a mujeres a las urnas en 1933 vivía en Armunia, uno de los numerosos domicilios que tuvo en León. Una crónica del periódico La Democracia recoge los resultados electorales del entonces municipio aledaño a León. La suma de los votos de los partidos de izquierdas —2.757— superaba a los de las derechas —1.389— pero la división de las candidaturas dispersó el voto izquierdista, relata la crónica. Y en contra de los temores exhibidos en el Parlamento dos años antes, la reseña electoral destaca «la reacción producida en la mujer armuniana que se puede asegurar acudió a las urnas en un 90%, demostrando con esto solo su entereza ciudadana. Sosteneros en esa actitud y daréis un mentir rotundo a los pesimistas». Y concluye la crónica: «¡Viva Armunia republicana! ¡Viva la mujer izquierdista!». Al menos en este pequeño rincón periodístico no se culpó a las mujeres ni a Clara Campoamor del triunfo de la Ceda.

La vida de Orencia fue muy ajetreada en aquellos primeros años del XX: de niña apañaba cantos con su padre, que llevaba la burra, para la construcción de la doble vía del ferrocarril entre Palencia y León; de moza era la «capitana» del baile en La Ercina; de casas se trasladó a León y vivió en numerosas direcciones. En plena República tomó las riendas de su vida y decidió separarse de su primer marido.

Poco más se supo en León de la hazaña de Clara Campoamor. Unas discretas reseñas periodísticas recogieron las polémicas. Fue en 1932 cuando empezaron a dedicarse grandes titulares al derecho recién adquirido por las mujeres. La organización Acción Femenina Leonesa, a la que estaban afiliadas trece mil mujeres en la provincia, hizo campaña para dar a conocer las «razones en que se apoya el voto a la mujer» con el apoyo de Gil Robles.

Dotadas para votar, no para mandar. «La concesión del voto femenino es una consecuencia obligada del modo en que están organizados los Estados modernos», argumentó el político conservador en un mitin celebrado a primeros de noviembre de 1932. «Yo sé que vosotras os preguntaréis: ¿Es que seremos nosotras aptas para ejercer el derecho del sufragio? ¿Pero es que creéis que los hombres estamos más capacitados?», añadió.

Eso sí, pone matices a la capacidad de las mujeres para la vida pública, y eso que el derecho a ser electas fue concedido con la proclamación de la II Repúblicay gracias a ello Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken pudieron ser diputadas. «No es la mujer la más indicada para funciones de autoridad (...) en la mujer el corazón predomina sobre la cabeza y el corazón es mal consejero cuando se trata de funciones que impliquen autoridad», dijo sin rubor ante el nutrido público femenino.

La inspectora de instrucción primaria Francisca Bohigas, se presentó a diputada por León en las elecciones de 1933 en la candidatura del Partido Agrario Leonés. Fue una de las seis mujeres que llegaron a las Cortes aquella legislatura, el doble que en las elecciones de junio del 31: Margarita Nelken, María Lejárraja y Matilde de la Torre por las izquierdas y María Urraca Pastor, Pilar Careaga y Francisca Bohigas por las derechas.

El sufragio femenino se salvó en la Constitución por cuatro votos: 131 frente a 127. La ausencia de la minoría de derechas hizo temer el fracaso en el debate del 1 de diciembre, después de haber obtenido 40 de diferencia en la del 1 de octubre.

Clara Campoamor quedó apartada de la política y sobre la mujer recayeron las culpas del triunfo de la derecha en el 33, pero cuando en el 36 ganó el Frente Popular se demostró que «la intervención de la mujer no es dañosa al mantenimiento de una política izquierdista», escribió la ex diputada en su libro «El voto femenino y yo. Mi pecado mortal».

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