Diario de León

«Íbamos a comprar bombones a Dulcinea», dijeron en los interrogatorios pero la pastelería estaba cerrada, como todos los lunes

La entereza de las detenidas, que habían reiterado su inocencia durante horas, se quebró tras el primer careo

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Incomunicadas. La madre en los calabozos de León y la hija en la comisaría de San Andrés desde las 04.00 horas de ayer. Separadas, como ya estuvieron después de la detención, realizada apenas media hora después del suceso, en el esquinazo de Roa de la Vega con Gran Vía de San Marcos. Un coche se llevó a Montserrat, mientras otro mantuvo todavía unos minutos más a Triana en la parte trasera del vehículo policial. Sin contacto. Pero con un denominador común: ninguna de las dos reconoció su participación en el asesinato de Isabel Carrasco hasta ayer por la noche. Enteras. Frías. «¿Cuándo se aclara todo esto de una vez para poder irme a mi casa?», llegó a preguntar Triana a los agentes al ingresar en las dependencias de madrugada. Pero su entereza se quebró tras una larga jornada de interrogatorios, cuando, a última hora de la tarde, las juntaron para un careo. En este momento la hija empezó a flaquear. Entonces, en una vuelta de tuerca más, pasadas las 23.00 horas, los agentes realizaron un registro en su piso y hallaron un arma que no es la utilizada durante el crimen, tal como informaron fuentes del caso al cierre de esta edición.

Pero antes, la madre se enrocó en el desconocimiento. «No entiendo qué hago yo aquí», les espetó Montserrat a los policías en el calabozo, donde mantuvo una actitud serena. Casi artificial , según los testigos, que apuntan que pidió chicles, agua, pañuelos...

Con apetito entró Triana a los calabozos de madrugada, tras el registro en su domicilio en la avenida Cruz Roja, y de que la llevaran al médico para una revisión. Comió bien: quesitos, un batido y cacahuetes. Siempre bajo la vigilancia de los agentes, que aplicaron el protocolo para riesgo de suicidios: la hicieron quitarse las medias, el sujetador... «¿Puede venir mi padre a traerme algo de ropa?», preguntó. No fue la única pregunta que les hizo a los agentes, a quienes les sorprendió la frialdad. «¿Cuándo se aclara todo esto de una vez para poder irme a mi casa?», planteó, ante la extrañeza de los policías, quienes la preguntaron si no le habían leído los derechos, ni sabía por qué estaba allí. «Íbamos a comprar a Dulcinea (cerrada al ser lunes) una caja de bombones y vino un señor que parecía que estaba loco gritando ‘son ésas, se parece a ésas’. Espero que le hayan detenido porque parecía que estaba mal», les espetó. La pastelería, como todos los lunes, estaba cerrada.

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