Diario de León

OPINIÓN Fernando Jáuregui

Diálogo debería ser la palabra

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Nunca el mundo del «ser» y el del «deber ser» estuvieron más distantes. Entre el «deberíamos dialogar» y el «vamos a dialogar» empieza a mediar un abismo que adquiere ya ribetes tan escandalosos que incluso los comentaristas más cercanos al Gobierno Aznar lo ponen de manifiesto. Aznar, que pasará presumiblemente a la Historia como un buen gobernante, un hombre sensato y honesto que curó al país de la crispación que lo agitaba, corre el riesgo de ser tildado también como un hombre que se consumió en las cenizas de una soledad política por él elegida. Eso, como mínimo; porque, como sugirió, probablemente sin haber debido hacerlo, el número dos del PSOE, José Blanco, la era Aznar podría acabar siendo recordada como aquella en la que peligró la unidad de España. Lo injusto de la afirmación de Pepiño Blanco no es señalar que ese peligro exista, sino dar a entender que Aznar es el culpable. No; los culpables son los diversos nacionalismos, lanzados a piruetas que van desde la asimilación de Lituania a Puerto Rico como ejemplos deseables a seguir. No hay entre los nacionalistas una elaboración teórica suficiente de los caminos que desearían, o podrían, seguir. Pero eso no comporta que haya que achacar a Aznar una muy escasa voluntad de diálogo, que no afecta solamente a los nacionalistas, incluido el socio Pujol, sino que va más allá, a otros presidente de comunidades o al líder de la oposición , José Luis Rodríguez Zapatero. Pasando, ahora, por los líderes sindicales. Pero cuando la unidad de España podría correr un cierto peligro, un cierto consenso se hace más necesario que nunca. Y, al menos teóricamente, el principal partido de la oposición teórica estaría dispuesto a tomar la mano que se le tendiese, consciente de que la verdadera oposición se llama ahora nacionalismo, y no socialismo. Incluso con ese nacionalismo, pese a sus perfiles cerriles, una vez más perceptibles en el artículo publicado por Arzalluz en «su» periódico, incluso con ese, habría que hablar. Así, no es buena receta, en opinión de quien suscribe, el rechazo del PP a acudir a la llamada del lendakari cuando éste abra, esta misma semana, el período de consultas sobre el nuevo Estatuto que pretende. Al menos, para decirle «no» a Ibarretxe en su propia cara, los populares deberían, entiendo, responder a la llamada. Pero ya digo: entre el deber ser y el ser empieza a cundir una distancia cada vez mayor.

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