Te recordaremos sin aristas y siempre

Porque pertenecías a la estirpe de la mejor gente, la de corazón bueno, la que sabe reír como quien mira a la vida comprendiéndola, apenas podemos encajar que te hayas sumergido en un sueño no elegido.

Oh, Antonio, abuelo del mundo, rostro de Santa Klaus berciano, felino y blando, carne de mi carne, maestro más aún de lo humano que de lo literario: vengo ahora de tu casa en la que ya no estabas pensando en que no tengo palabras para despedirte, y apenas si sé inventarlas.

Te he querido familiar, profundamente, y no pienso dejar de hacerlo sólo porque la muerte haya venido para convertirte definitivamente en un clásico. Pero, como eres una persona de la que nadie en sus cabales hablará nunca mal, me quedo ahora a solas emborrachándome con los recuerdos tan nutritivos que me has dejado indelebles.

Hay gente que no debería morirse nunca en absoluto. Ahora leerte, aunque una joya, no será suficiente, pero la muerte obliga por decreto a conformarse.