Diario de León

De viaje a

Riello

Es reserva de la Biosfera, patrimonio natural, belleza hecha paisaje. Tiene historia milenaria este territorio poblado desde antiguo. Encontraron aquí refugio los pobladores de la Edad del Bronce. Y oro Roma. Ahora es vestigio de una vida protegida por la naturaleza. Remanso de belleza y paz, guardiana de ancestrales costumbres.

FOTOS: JESÚS F. SALVADORES

FOTOS: JESÚS F. SALVADORES

León

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D esde la Edad del Bronce andan estas tierra pobladas. A los pies de las sierras, protegidos en sus bosques, bañados por el Omaña. Quizá encontraron aquí su paraíso. Invita la naturaleza, el paisaje y los restos arqueológicos a soñar con aquellos tiempos de los que da fe el caldero de Villaceid, las hachas de bronce y los nombres de pueblos, valles y pagos.

Quizá no necesitaran el oro que encontraron aquí los romanos y les bastara con el tesoro de la naturaleza, la caza en el sotobosque, la pesca en las aguas frías y cristalinas del río que se conserva por aquí silvestre, los praderíos de montaña para alimentar al ganado y la tierra centenaria rica en centeno. De ese cereal proceden mitos, leyendas y denominaciones.

La del santuario de Pandorado, por ejemplo. Es tradición de aquí que los campos centenales se llamen ‘pan’. Y tal vez brillaban tanto que nada mejor que añadir el metal más valioso de la historia de los hombres. Quizá crecieron tanto los cultivos de secano por milagro divino, que ocultaron el refugio en el que se salvaron todas las vidas de la persecución de las tropas infieles. Creamos en la leyenda y dejemos al margen la toponimia, que explica que pando, del latín pandus, significa cóncavo, y orado del griego monte, y todo junto muestra bien la situación en un cerro.

Si bajamos de él, encontramos bosques de endrinos, chopos, negrillos, alises y abedules, rebollos y magníficos robledales. Hacia las cumbres, piornos y escobas, urces, uvas de oso y bellísimas sabinas. En la espesura, corzos y lobos, jabalíes y desmanes ibéricos, prueba inequívoca de la pureza de las aguas cristalinas de ríos y riachuelos, que son también paraísos trucheros. Pero no hace falta agudizar mucho la vista para comprender por qué este territorio es Reserva de la Biosfera. Es patrimonio natural la belleza de sus paisajes y refugio de aves sus cielos, en los que vuelan libres y seguras águilas reales y halcones peregrinos, pequeños alcaudones y perdices pardillas, protegidas por la declaración de Zona Especial de Protección para las Aves (Zepa) y la de Lugar de Importancia Comunitaria (Lic).

Es territorio este del oso pardo y el urogallo, que luchan por dejar se ser especies en peligro de extinción.

De ese paisaje, de esa naturaleza en estado puro se prendaron desde antiguo los hombres. Y del oro de sus tierras, que se precipitan en el río, los romanos, que establecieron aquí una fuerza militar para supervisar la extracción del mineral y su transporte y ‘acamparon’ quizá al lado del río Omaña, tal vez en El Castillo.

Luego la historia guarda silencio durante siglos hasta que en el 857 aparece en unos legajos el nombre de Vegarienza, Vega de Areza escriben, para dar fe del avance de los herederos de don Pelayo hacia el sur, el comienzo de la Reconquista.

Guerrearon por estas tierras nobles y señores, y se alzaron contra su poder los habitantes de Riello y su concejo, que no contestó el derecho de los Condes de Luna al señorío territorial y durante siglos fue sometido al vasallaje y al pago del ‘pan del cuarto’ por usar sus propias tierras. No bastó la llegada de las Cortes de Cádiz para abolir tamaño tributo y hubo que esperar aquí a la II República para liberarse del yugo.

Levantaron los vecinos casas de piedra y madera, cubiertas primero de teito y luego de pizarra, encaladas las paredes, enmarcadas puertas y ventanas, abiertos al inmenso paisaje los corredores que llaman aquí ‘curridores’, mirador al paisaje a veces cubierto por cristaleras para protegerse del frío invierno y la nieve y recoger el sol de primavera.

Hay, además de la naturaleza imponente, otros patrimonios. Costumbres ancestrales que se traducen en fiestas y romerías únicas y en celebraciones que se pierden en el tiempo. Es mítica la romería de Pandorado y especial la Zafarronada en Carnaval, antiquísimo antruejo que se conserva vivo. Quedan las maravillas del plato, gastronomía que es delicia, embutidos como manda la ordenanza de la sabiduría popular, cultivos que acompañan a las carnes en las ollas, frutos silvestres que adornan los postres tradicionales, el increíble pan que es aquí casi siempre de centeno, el cocido omañés, las migas, las sopas de ajo o truchas, los frisuelos y los miajotes hechos de moras silvestres y pan. Y, sobre todo, el afamado llosco, sustento mágico de estas tierras, cocido a fuego lento durante horas dentro de una bolsita de lienzo. Maravilla de otra maravilla. La tierra que es patrimonio de todos, herencia sagrada.

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