Diario de León

DESTINOS

El monte sagrado de León

La belleza de las cárcavas del Torío en La Candamia y su paisaje envuelto en rojo, el bosque que León llama los Pinos y la atalaya de Las Lomas es un espacio mágico

Las cárcavas del Torío, el paredón de arcilla que se incendia en rojo con el sol de la tarde.

Las cárcavas del Torío, el paredón de arcilla que se incendia en rojo con el sol de la tarde.

León

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Desde la ciudad, se alza como un paredón rojizo contra el que se estrella el sol de la tarde. Llega León en llano hasta allí y se tropieza primero con el cauce del Torío y luego con una orilla en la que se levanta, abrupta, una montaña de arcilla, roja y brillante. Son las cárcavas que ha dejado el paso del río, miles de años de erosión que han creado un paisaje único que León mira ahora desde un parque en las tierras que fueron siempre terrazas fluviales, huerto urbano y asentamiento extra muros. La Candamia y, por encima, la explanada elevada de Las Lomas, desde donde la Sobarriba observa al León coronado con su Catedral y llega la urbe sorteando cuesta y curvas de un pequeño puerto que llaman El Portillín, y el bosque de coníferas que la ciudad nombra por Los Pinos aunque haya también encinas, algún roble, tejos, melojos y en la ribera crezcan enhiestos los chopos es paisaje que hechiza.

Es el monte sagrado de León, tierra mágica que se disputan y reparten tres municipios, el de la ciudad, Villaquilambre y Valdefresno, aunque mucho antes que ellos fueran sus dueños las tribus cántabras y astures.

Quizá vigilaron los indígenas desde allí, desde el altozano, la llegada de las legiones romanas. Quizá anticiparon allí, en la loma en la que se precipita la estepa leonesa y se da de bruces la planicie que se extiende desde el Páramo, el gran desastre, los tiempos de guerra y conquista, el cerco de Lancia, la caída de la ciudad rebelde, la gran huida y el final de su forma de vida y su cultura.

Dicen que en La Candamia veneraban a su dios, el dios cándamo, dicen que La Candamia tomó de ahí su nombre, que era santuario de su divinidad suprema, que en esa atalaya, en el talud sobre el Torío, rendían culto al sol y adoraban su calor, la deidad que Roma llamó Júpiter y fue el origen de todo antes de que se extendiera el Cristianismo y su credo.

Aunque quién sabe, pues explicaciones hay para su nombre: de las lenguas celtas claro y luminoso, del prerromano blanco y seco, de la raíz latina monte o lugar lleno de matorrales seco, del hebreo subir o trepar... Mil orígenes para el monte sagrado de León, el Monte Áureo del medievo, lugar de defensa de todos los tiempos, vigía de los valles del Torío y el Bernesga, del Porma, del Esla, de León y Lancia, de las montañas que circundan el altozano urbano, la suave loma desde la que se divisa el Correcillas, el Mampodre y la Valdorria y, si se afina bien la vista, los montes de Babia, Luna y Omaña.

Guarda los secretos de León y conserva aún hoy su misterio, pues aunque los urbanitas han tomado sus senderos, a pie o cabalgando sobre las bicis, paseando en silencio o con el estruendo de sus motos, el bosque se mantiene profundo y hermético, refugio de estilizadas lavanderas de cola roja y currucas de capirote negro que cantan al día, guarda el talud arcilloso los restos de la judería y su cementerio, las lápidas escritas en hebreo, el castro prerromano, los restos de un enterramiento colectivo de cuando los hombres eran neolíticos y el sílex su tecnología.

El mirador de León, el lugar donde extasiarse con la belleza de la ciudad hecha noche, vive en el sigilo y custodia en su interior el enigma de los lugares sagrados y las leyendas que hablan de magníficos tesoros jamás encontrados, de fuentes mágicas que devolvían la vida y, si no, la juventud, de ninfas que embrujaban a los legionarios de tierra adentro, del lugar de la mágica Fontis Amavi, de la joven y bella judía que custodiaba el tesoro de los huidos y conservaba las llaves de sus casas, del lugar donde fue arrojado el cadáver del cátaro Arnaldo y se convirtió en lugar de peregrinación, santuario de una fe maldita donde cuenta Lucas de Tuy que malvados que se fingían ciegos, cojos y endemoniados aparentaban quedar curados en el acto, del paraje hechizado donde cuentan que en el solsticio de verano hay un doble alineamiento, donde alguien levantó una capilla en honor a la Santa Marina, la que trajo Pelayo desde Covadonga para la reconquista y dejó en una hornacina excavada en el tercer cubo de la muralla romana, en donde se levantó una iglesia y, los jesuitas, la primera universidad de León, donde murió atropellado Genarín y cinco mil soldados romanos, fuertes y bien pertrechados, pasaron su primera noche en León, el lugar donde los pinos ocultan un bar recóndito que merece la pena visitar y la ciudad se deja mirar, y amara, de día y de noche, desde su monte sagrado.

Los Pinos. FERNADO OTERO PERANDONES

Vista de León desde Las Lomas, la atalaya de la ciudad.  FERNADO OTERO PERANDONES

El bosque de coníferas que León llama Los Pinos. FERNADO OTERO PERANDONES

Fuente en la espesura de Los Pinos. FERNADO OTERO PERANDONES

Parque de La Candamia.  FERNADO OTERO PERANDONES

Paseo en La Candamia.  FERNADO OTERO PERANDONES

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