Diario de León

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Que el presidente de la conferencia episcopal alemana se llame cardenal Marx, Reinhard Marx, ¿es alguna señal?, ¿es diabólica casualidad?, ¿es que va ir a más la rebelión que plantean hoy los obispos alemanes?, ¿es «marxismo» cardenalicio?, porque van a celebrar en noviembre -lo condene el papa o baje san Pedro en su ayuda- un sínodo rebelde que Roma intenta desautorizar al discutirse en él y votarse (democracia doctrinal con carácter vinculante) asuntos de mucho hondón o resbaladizos como el celibato en los sacerdotes, el sacerdocio en la mujer o una nueva moral de la homosexualidad... es decir, puerta entreabierta al celibato opcional, a la señora curesa u obispa y al sacristán gay; eso es lo que saldrá de ahí -ni se dude, lo tienen ya sondeado- señalando ruta a otras iglesias del convulso orbe católico... ¡así el Vaticano tiembla y reza!... ¿es que viene de Alemania otra Reforma, un otro tufillo luterano?... algo hay. En los últimos años multitud de católicos alemanes abandonan su práctica, reniegan o apostatan. Hay más razones que los 3.746 casos de pederastia y abusos denunciados. Esa iglesia se ve alejada de la realidad sociológica y ciega ante los signos de los tiempos. Así lo entiende su conferencia episcopal tras escuchar a teólogos, colectivos religiosos y laicos, dispuesta ahora a darles voz y voto en ese controvertido sínodo, actualizando rumbos, revisando rigideces dogmáticas. Esa iglesia alemana pide voz propia y no acatará el «Roma locuta, causa finita» porque todo lo hacen para ser más veraces, más cristianos y detener la hemorragia. Ya cuando Lutero les birló la mitad de la parroquia, el catolicismo alemán tuvo que retener fieles metiendo en sus templos la risa pascual, el «risus paschalis» (teatro moralizante bufón y obsceno) o magnificando el arte religioso con dorados y barrocos ostentosos frente a la austeridad protestante que elimina imaginerías en sus templos. Pero ahora les toca imaginar otras cosas para frenar la sangría y eso empieza por dar casulla a la mujer. El cardenal Marx lo sabe. Y su «marxismo» ya les rula.

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