Diario de León

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El sábado, ese extraño día en el que la legislación vigente nos impone reflexión, se cumplen 30 años del día en el que el Muro de Berlín pasó a la historia. Prefiero escribirlo así, porque no se cayó, no. Fueron los ciudadanos los que se hartaron de tanta ignominia y lo derribaron. A uno le pilló aquello por la Universidad, atrapado de algún modo entre dos muros. Uno, el musical. El The Wall de Pink Floyd, que nada tenía que ver con tanta leyenda urbana que lo achacaba al berlinés. Y el otro, el Muro de la vergüenza europeo, que era en realidad el mejor símbolo de la mayor estafa jamás contada. Sin esa barrera —que por cierto no evitaba que la gente saltase de aquí hacia allá al ‘paraíso’ sino al revés— quedaron al aire todos los fracasos caóticos que algunos insistían en ver como oasis y que se desvelaron sapos que tragarse. Se pudieron comprobar con claridad los hechos que ya narraban desde hace tiempo quienes viajaban más allá del telón de acero. O los que nos habían llegado en forma de nube radiactiva cuando el fracaso tecnológico de Chernóbil pasó sobre nosotros impulsado por el viento que difuminaba tanto afán por aparentar lo que no había. Ese era el verdadero poder nuclear, el que no existía en los misiles de cartón paseados en los desfiles por la plaza Roja de Moscú.

Han pasado tres décadas y somos herederos de ese aire fresco que invadió Europa al verse sin ataduras. Se creó un área de libertad y convivencia en un territorio muy castigado en el siglo XX. Y se estrecharon tanto los espacios que hoy lo compartido por todos o prácticamente por todos es mucho más que lo que nos separa. Se pudo ver el otro día en el cementerio del Pardo. Apenas 300 nostálgicos. Hoy nos domina en realidad otro muro, el de Wall Street. Hasta pudimos ver esta semana un debate en el que la presunta ultraizquierda se exhibió con corbata y la ultraderecha sin ella. Los salvapatrias y salvamundos se extinguen. Lo lamentable es que siguen haciendo más ruido esos descerebrados, como ese que juzgan en Zaragoza porque presuntamente mató al que llevaba unos tirantes con una bandera que no le gustaba. O los que dicen defender libertades y derechos a golpe del terror impuesto en la calle.

O los que gritan y lo arreglan todo con un ‘feminazi’, ‘facha’, ‘nazi’, ‘giliprogre’... escupiendo su intolerencia, esa que todavía hay que derribar aunque los adoquines se caen más pronto o más tarde solos.

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