Diario de León

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Un estudio de la universidad de Newcastle en colaboración con 516 ganaderos británicos asegura que las vacas con nombre propio dan 258 libros más de leche al año (y mejor) al interactuarse con ellas en un trato más personalizado; se las ve más felices y, sobre todo, más sanas. Es bueno andar algo con ellas en idas y venidas por prados o establos y que no estén atadas de cien en cien al pesebre de una granja (cuartel de engorde); hasta son más dóciles a la hora del ordeño (y no hay comparación entre el tacto de una mano amiga y el metálico succionador de una ordeñadora frígida, por más que hoy estén de moda los succionadores de tipití y el gustirrinín que con él descubren nuestras paisanas). La mayoría de ganaderos de este estudio concibe a la vaca como ser inteligente capaz de emociones. La consideran como algo familiar y no solo como fuente de ingresos, aunque tampoco hay que pasarse: hacerla mascota sería la ruina, «nadie come mascota» (Marvin Harris).  

Sin conocer universidades inglesas, aquí se sabía eso y la vaca siempre tuvo nombre (tampoco eran tantas en cada casa). Las más listas atendían de muy lejos al suyo: Rubia, Morica, Bonita, Felisa, Paloma, Navarra ... conocí en Villarrodrigo una Filomena y hasta tenía cara de tal (cuántas veces los animales se nos parecen). Arrastrando sílaba se las persuade mejor: Paloooma, Navaaarra... y adiós patada al caldero; o lo mismo si hay que gritarlo con aguijada al culo o varazo al lomo si van tercas o toras; ¿hay trato más personalizado?, porque a las vacas, como a las personas, a unas se las quiere más que a otras. Pero siempre son sagradas.  

Luis García Palabras , que estuvo de veterinario en Galicia, se asombró y entendió que algunas vacas de aldea llevaran al cuello escapulario de vírgenes o santos para proteger al animal (la mitad del capital o ruina del año) y librarle de tantos males campantes que rifa el diablo al pobre: lengua azul, aftosas, mastitis, brucelosis... «ay, Señor, llévate al crío que está de fiebres antes que a la vaquiña u murimos todos de fame» (diría un dibujo de Castelao).

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