Diario de León

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Su magia reside en la ausencia de ruido. Adentrarse en el Valle del Silencio es una experiencia casi mística en la que al impactante paisaje se une el estremecedor sonido de la naturaleza más absoluta.  

El agua que corre por los senderos recién salida del deshielo, el sonido del viento, que hace crepitar a los árboles a su paso, el trino de los pájaros o el goteo de la lluvia. Eso es lo único que se oye allí arriba. Y ahí, precisamente, esconde su secreto.  

Es, sin duda, uno de los lugares más bonitos que he conocido. Al abrigo de sus cumbres, es difícil no sentirse como una mota de polvo, no darse cuenta de que la naturaleza es una de las pocas verdades que existen y es nuestra obligación no sólo respetarla, sino también cuidarla. Su fuerza y su sabiduría nos coloca a los demás como meros aprendices.  

Sin embargo, tengo la sensación de que a mucha gente lo del cambio climático le trae sin cuidado. Les resulta algo ajeno, un rollo que no va con ellos, como si viviésemos en un mundo en el que poder elegir nuestra propia realidad.  

Es una de las tontunas del ser humano. Pero resulta que lo del clima no es un capricho, es una emergencia, un compromiso ineludible al que ya llegamos tarde.  

Y ahora toca en Madrid una nueva cumbre. Me asquean y aburren a partes iguales porque nos cuestan un dineral y me parecen más a un desfile de gente con traje, corbata y sonrisa artificial que a un encuentro en el que se aborda algo serio de verdad. Al final, siempre acaba interesándome más lo que se dice y hace a las puertas que lo que ocurre de ellas hacia dentro, que suele quedarse en poco o nada. Al menos así ha sido hasta ahora. Sólo ruido, al contrario que lo que ocurre en plena naturaleza.  

Tenemos mucho que perder. No sólo maravillosos paisajes que dejan a uno con la boca abierta, sino también todo lo demás.  

Y no vale sólo echarle la culpa a los de arriba —que también—, hay que empezar por uno mismo, porque este trabajo también es de todos y dicen que la inmensidad del desierto la forman diminutos granos de arena. Ojalá que Madrid no sea una cumbre más.

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