Diario de León

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Cada vez que salen los reyes o el Emérito o la Casa Real o Jaime Peñafiel de gira por las noticias escabrosas, el instinto se me tira también de excursión a un autocar berrando con los bachilleres la turra-matraca que balancea elefantes o incita al señor conductor... y chirigotas como la que traigo al caso por si nos orienta algo en este real embrollo coronado, encorinnado, encoñadito y enfangao en oro de moraima regia, y del que la descendencia borbónica debería aprender de una puta vez (nunca mejor dicho) si decide darle rienda a esa predisposición al fornicio por todo lo alto o por todos los bajos que exhiben ufanos con todo lujo de detalles sus antecesores en tronos o catres del Patrimonio Nacional; una conclusión con rango de ley: jamás ates putas con longanizas ... por no decir cheques nominales o cuentas negras en blancos bancos suizos.

Decía esa chirigota que viene al caso: La infanta doña Eulalia se tapaba el tipití con una dalia; la infanta doña Isabel se tapaba el tipití con un clavel. Moraleja: hay que echar de España a las infantas por el mal uso que hacen de las plantas. ¿Habrá que echarlas así, sin más pleito, en otra rutina histórica más de este atribulado corral de veinte Españas?... Ya tenemos infanta en Ginebra y amplía el piso por si viene también su hermana huída de firmas tontas o herencias mancas; pero el dramón peludo lo tiene el Emérito, la cagó tapándose el topotó con la trompa de un elefante en Botsuana. Un destierro arregladito -¿o prófugo como Puigdemont?- podría librarle de tribunales, fiscos, vergüenzas letales y la guillotina mediática izada en todo plató y tapia, mientras tiran de Alberti y ya suena « a galopar, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, a galopar, hasta enterrarlos en el mar » en los altavoces de la verbena antimonárquica que no acaba nunca porque nunca amanece ahí, aunque media España crea que sacrificando al Emérito a los dioses de la Res Publica y la Ley, el Fatum nos librará de tantos males y virus que nos hacen bracear sin brújula ni estrella. Así que nos decimos: ¡que gobierne la ilusión! Y nos confundiremos de nuevo.

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