Diario de León

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Forman parte de los recuerdos de mi infancia. Y de la de muchas personas. Los bares de pueblo. Eran varios, cada uno con sus señas de identidad propias, pero todos a una: servir de lugar de encuentro de los vecinos. Al menos así ha sido durante años. Muchos. Era una bendición entrar en el bar cuando era puro invierno. Y no sólo por el calor de ahí dentro, sino por la calidez del ambiente. Entre el humo denso del tabaco, había partidas de cartas, juramentos, chascarrillos, conversaciones banales o retos al futbolín con tacos de los gordos. El bar ha sido siempre el lugar en el que tomar el pulso al día a día. Si quieres enterarte de algo, tienes que ir al bar. Así ha sido y así sigue siendo. Si se puede, claro, porque ahora tiene suerte el que puede hacerlo. Muchos bares han bajado la trapa. No ha quedado otra porque no hay gente ya que abra la puerta, que se siente en la barra y, sin hablar, le sirvan justo lo que quiere. No hace falta decir nada.

Cuando éramos niños, íbamos siempre que podíamos a comprar golosinas y los domingos la fiesta era ir a tomar un mosto después de misa vestido con las mejores galas que tenías a mano y encontrarte con la gente, charlar o simplemente levantar un poco la cabeza en señal de saludo. Lo demás estaba en el ambiente.

Los bares de pueblo son distintos a los bares de ciudad y algo similares a los de barrio. Es una cuestión de cercanía. En el pueblo sabes quién va a qué bar y por qué, a qué hora juega la partida y muchas veces hasta con quién va de pareja. Es como el salón de casa, pero comunal. Es casa, al fin y al cabo.

Los bares de pueblo son también santo y seña. Es un rasgo muy característico de la España Vaciada y también de la España sin apellido. Pero van desapareciendo, en silencio, como lo hace la esencia misma de las cosas. Ahora vas al pueblo y con suerte queda uno abierto y de milagro. O nada, como en la mayoría. Un pueblo sin bar es menos pueblo. El invierno es largo y frío y el contacto entre los vecinos se espacia, también sigiloso Ya no hay un lugar de todos en muchos pueblos de León. Se extinguen.

Sardonedo quiere salvar su ‘centro social’ y no me extraña que no se dejen. Perder el bar es perder un poco de uno mismo y es perder mucho de lo de todos. «Los pueblos sin bar, se mueren del todo».

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