Diario de León

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Vivimos en un mundo dual en el que se produce algo muy curioso. Hay dos perfiles de personas: las que piensan demasiado y las que no piensan absolutamente nada. Yo diría que las que más abundan son las primeras, sin subestimar a las segundas, que las hay también a montones.  Todos conocemos algún ejemplo o varios de cada uno de estos casos.

El caso es que entre el blanco y el negro hay una amplia gama de tonalidades pero a la mayoría de los mortales nos cuesta y nos colocamos en un extremo o en el otro. Yo supongo que lo más fácil es estar en el segundo grupo, que es el de quienes no le dan vueltas al tarro. Por simple, digo. Y por hacerse la vida más fácil a uno mismo. Y así debe de estar siendo ahora mismo, porque la verdad es que uno se da cuenta de lo loco que está el mundo con muchos casos cotidianos. No hablo sólo de sucesos, que los hay escalofriantes, me refiero también a asuntos cotidianos. Lo podemos ver los fines de semana en algunos (espero que cada vez menos) campos de fútbol infantiles, donde los que dan vergüenza ajena no son los niños y niñas, que son los protagonistas, sino algunos padres. También en la España despoblada, que a estas alturas todavía está desconectada y aislada. Alguien ha pensado poco y, lo que es peor, no ha tenido en cuenta el efecto que eso tiene en los demás. El déficit de valorar las cosas en su justa medida y responsabilizarse de sus consecuencias es algo que ocurre hasta en las mejores familias: Fíjense en el rey emérito y su  vaivén con Corinna, que le ha llevado a los tribunales por acosador, según dice. 

Claro que lo contrario, el exceso de pensamiento, le vuelve a uno un poco tarumba, sobre todo porque este otro extremo es cansado y desgastante. También porque las cosas suelen ser mucho más sencillas de lo que solemos pensar de forma habitual y tendemos a complicarnos la vida. La  nuestra y la de los demás.

Y no se crean que esta polaridad se produce sólo a la hora de pensar, sino que se da en muchos otros aspectos. A un lado o al otro. Porque lo complicado no es estar en el blanco o en el negro, sino encontrar el equilibrio que nos deje situarnos más o menos en el medio. Ni muy aquí, ni muy allá. Y eso, precisamente, es lo que nos falta. 

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