Diario de León

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Si la tormenta gruesa de millones que nos empapa (desde los grandilocuentes programas generales-electorales) se está traduciendo en lluvia fina (que llega a las empresas y los ciudadanos; que cale, vamos) es algo que a estas alturas tendríamos que olfatear en la calle. Si no es así, ya están tardando las organizaciones empresariales y sindicales, y las instituciones, en poner los puntos sobre las íes. Porque datos al por menor, la verdad, hay muy pocos.

Llegan sin embargo alegrías para celebrar. No con brindis, sino con mayor esfuerzo de forma que no hayamos nadado hasta aquí para ahogarnos en la orilla. Son un primer y costoso paso, pero queda todo el camino por recorrer.

El del Ponfeblino. Esa histórica y machacona reivindicación que, gracias a que no ha desfallecido, anuncia con gozo un primer paso de gigante de la mano de los fondos europeos, vía Instituto de la Transición Justa (por esta vez, aceptamos pulpo como animal de compañía). Cuatro millones de euros destinados en su mayor parte a reparar los daños de décadas de abandono, pero esa es al fin la base del proyecto. Queda tiempo para seguir arañando financiación europea en esta explosión de recuperación y resiliencia, con la que apuntalar un proyecto que al fin, y felizmente, arranca. Es el momento también de agarrar por donde duele a la cosa pública local, provincial, autonómica y nacional, para que el chacachá no tenga frenazo posible.

El Ponfeblino es un ejemplo. Como el proyecto de Aguas Bravas de Sabero. Ejemplo para las cuencas sospechosas de haber dilapidado fondos (muchos aún en los cajones del Estado) en chorradas. Bufonadas en las que, por cierto, se convirtieron en muchos casos porque faltaron cerebro y razones para defender la viabilidad, y respaldo real a las propuestas.

La perseverancia y trabajo que están detrás del logro histórico del Ponfeblino han de ser un acicate para recuperar el tiempo perdido en otras iniciativas brillantes, que acabaron arrinconadas. Ahí está el proyecto del teleférico que uniría (con todos los sacramentos medioambientales y un potencial extraordinario que no puede ser olvidado) Vegacervera con la cueva de Valporquero.

El futuro con el que soñó y por el que luchó sin descanso Luis Rodríguez Aller, y que sigue en el debe de un municipio que tiene toda la materia prima del mundo para luchar por su futuro. Como tantos. Es el momento. Quizá el último.

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